Oprah y el presidente ‘de mierda’

Las peores emociones llevaron a Trump a la Casa Blanca y este año los estadounidenses decidirán si el espectáculo debe continuar

Justo hace un año escribí un artículo sobre perros en lugar de hacerlo sobre Donald Trump. Quería escabullirme de lo que se nos venía encima con la llegada de un ser tan execrable al cargo más poderoso de la Tierra. Doce meses después, su último exabrupto confirma que el 45º presidente de los Estados Unidos ha convertido la Casa Blanca, en su propio lenguaje, en “un pozo de mierda”.

Esa es la traducción de “shithole”, el calificativo que usó para designar a El Salvador, Haití y varios países africanos en una reunión en el Despacho Oval. “¿Por qué seguimos admitiendo a gente de esos países de mierda y no a Noruegos”?, se preguntó el presidente, para quien el único inmigrante bueno es blanco, protestante y, a poder ser, rico en origen.

Este mes de enero, no es posible ignorar a Trump, que en el último año ha elevado la política y las relaciones internacionales a cotas inéditas de vulgaridad. Por sí solas, su zafiedad y el uso armamentístico que hace de Twitter ya merecen estudio. Pero lo trascendente es cómo su presidencia ha acelerado la descomposición del orden mundial construido hace 70 años.

Trump ha aumentado la confusión en un sinnúmero de situaciones que no necesitan más complejidad. Desde el denigrante trato a los inmigrantes, que amenaza la estabilidad de diversos países de América Latina si cumple con la amenaza de deportaciones masivas, a su pueril escalada sobre quién tiene el botón termonuclear más grande con el sátrapa norcoreano Kim Jong-un

Es difícil comprender cómo beneficia a Estados Unidos ceder Siria a Vladimir Putin. Rusia logra así la ambición mantenida desde la era soviética de consolidar, junto al Irán chií, un contrapoder en la región frente al entendimiento de EE.UU. e Israel con los suníes de Arabia Saudita. Tampoco se entiende cómo protege al ciudadano americano del terrorismo radical destruir la solución de dos estados entre palestinos y judíos con el traslado de su embajada a Jerusalén. Pero responde a las demandas de los donantes judíos, como Sheldon Adelson, que financian al ala más intransigente del Partido Republicano.

Donald Trump es el producto de la convergencia de tres factores: el clímax del capitalismo, la exacerbación del nacionalismo y la credulidad masiva que deriva del triunfo de las emociones sobre la razón. Son los mismos factores que han propiciado, cada uno a su manera, el Brexitque le dan a Putin una popularidad del 80% tras 17 años en el poder, y que han elevado a Xi Jinping a un rango solo ocupado por Mao Zedong.

El «fuego y la furia» de Trump coinciden con los intereses de quienes manejan el poder económico

El impacto de esos fenómenos es global y local. En Francia, Emmanuel Macron logró contener en las urnas sus manifestaciones de izquierda y derecha, Mélenchon y Le Pen. En Alemania, Angela Merkel y Martin Schulz se ven obligados a que reeditar la Grosse Koalition ante el ascenso de la ultraderecha del AdD en las elecciones de otoño. Y en Cataluña, una cepa particularmente dogmática del nacional-populismo entregó el 21-D el soberanismo a un caudillo, Carles Puigdemont, bajo la coartada de la legitimidad y ahora no sabe como deshacer el entuerto.

Pese a las apariencias, hay un plan detrás del “Fuego y La Furia” con que Michael Woff describe la Casa Blanca de Trump en su best-seller. Y coincide con los intereses de quienes manejan el poder económico. El libre mercado, la columna maestra de la American Way of Life, es cada vez menos libre. Lo controlan un número limitado de agentes: grandes corporaciones, grandes entidades financieras, grandes inversores institucionales… Su perspectiva son las cuentas anuales, su meta volante, el resultado trimestral –la tiranía de quarter bursátil— y su expectativa, la mejora permanente del EBITDA, los beneficios de toda la vida.   

A ese poder ya no le basta influir en la política –algo legítimo, dentro de unos parámetros definidos y transparentes— sino determinarla. Y el Partido Republicano, que en el pasado era el partido de la moderación y de la responsabilidad fiscal, se ha transformado en su instrumento principal.

La última prueba: el plan para abrir el 94% de las aguas territoriales americanas a la explotación petrolera frente al 90% donde actualmente está prohibida. No sorprende que Trump tuviera tanta prisa por salir del Acuerdo de París sobre el Clima. “Drill, baby, drill!” (“¡perfora, baby, perfora!”) decía la majadera de Sarah Palin en 2008. El poster de aquella campaña republicana sigue decorando los despachos de los CEOs de las petroleras americanas.

Para materializar en las urnas esa subrogación a los lobbies que le financia, la derecha americana se ha envuelto todavía más en la bandera, en el integrismo cristiano y en el excepcionalismo. El ‘Make America Great Again’ encapsula la estrategia de lo primario –la revancha, la nostalgia, el rechazo al ‘otro’— aplicada mediante un uso sofisticado, casi siniestro, del big data.

La ironía más perversa, sin embargo, es que las mismas emociones que llevaron al más improbable de los candidatos de 2016 al poder, podrían descabalgarle en 2020. Si antes no se lo lleva por delante la investigación del Russiagate que impulsa el fiscal especial Robert Mueller. Así lo apunta la reacción de la cibermasa, y de un notable sector del Washington político, al apasionado discurso de Oprah Winfrey en la reciente ceremonia de los Globos de Oro.

Oprah es para los americanos lo más parecido al Hada Madrina del Sur. Como Trump, es multimillonaria; pero mientras él es un blanco ignorante y xenófobo, Oprah es la persona de raza negra que más, y durante más tiempo, ha atravesado las barreras raciales y sociales americanas. Su show de entrevistas y telerrealidad dominó entre 1986 y 2011 las pantallas y llegó a emitirse en 150 países. Por allí pasaron desde los Obama hasta Beyoncé; desde enfermos terminales hasta Michael Jackson, en un conversación que mantiene el record mundial de audiencia televisiva.

Las encuestas apuntan que el Partido Demócrata podría recobrar el control de la Cámara de Representantes

Oprah es puro populismo, solo que bienintencionado. Como demostró poderosamente en los Globos de Oro, sabe como explotar las emociones, pero en lugar de azuzar la ruindad, sus causas son benignas: la educación, la ayuda humanitaria, el medioambiente y el apoyo a mujeres. Su código de lo que significa ser buen americano es simplón y fácilmente comprensible: ser decente, ser trabajador, valorar la familia, dar a la comunidad y tener buen rollo.

Cuando, en su discurso ante los celebrities de Hollywood, Oprah dijo enérgica: “Your time is up!” (“Vuestro tiempo ha acabado”), muchos no oyeron sólo un aviso a los depredadores sexuales y a los abusadores que relegan a las mujeres en la industria audiovisual, sino al abusador en jefe.

De momento, la primera embestida seria contra el trumpismo y contra el Partido Republicano por fiarle su destino, se producirá el 6 de noviembre cuando se renueve la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Las encuestas apuntan que el Partido Demócrata podría recobrar el control de la primera y superar la ventaja de un escaño de los republicanos en la Cámara Alta.

Si las proyecciones se cumplen –algo incierto a la vista de la reciente historia— los demócratas podrían recobrar el control de la Cámara de Representantes y, quizá, el del Senado. Y, crucialmente, recuperar alguno de los 39 estados donde se elegirá gobernador. Pero de momento, sigue huérfano de una figura carismática, atractiva para amplios segmentos del electorado y capaz de aglutinar apoyos para enfrentarla a Trump en 2020.

El humorista Jimmy Kimmel dijo que “ser presidente sería un descenso de posición para Oprah”. Kimmel y las restantes personajes del late night (Colbert, Fallon, Ciorden) dedicaron tanta atención, y un indisimulado entusiasmo, como los medios informativos a la posibilidad de que la Gran Dama de la Televisión norteamericana decida competir por la presidencia.

Sin embargo, más allá de la fama, el dinero y de ser la anti-Trump perfecta, a nadie parece importarle gran cosa qué credenciales tiene Oprah Winfrey para presentarse.

Las peores emociones llevaron a la Casa Blanca a un presidente de mierda. En un giro digno de la levedad de los tiempos, los sentimientos opuestos podrían acabar eligiendo a una presidenta de risa.