¿Quién tiene las llaves de las cloacas del Estado?
La dimisión de Cifuentes tras la publicación de un vídeo en el que aparece robando vuelve a evidenciar el uso de las cloacas del Estado. —Por Carlos Carnicero
En una mesa discreta de Manolo, la histórica casa de comidas en la parte trasera del Congreso, un pequeño grupo de periodistas dan cuenta de un refrigerio, después de la votación donde se han rechazado todas las enmiendas a la totalidad de los presupuestos.
Cristina Cifuentes en la conversación y en la memoria. Algunas reflexiones para tomar nota. ¿Hay muchas personas en España que soportarían el visionado de todos los instantes de su vida? ¿Hay muchos ciudadanos que no tienen nada, absolutamente nada, de lo que estén arrepentidos?
Si los delitos tienen fecha de caducidad, prescripción, ¿las conductas más antiguas, pueden pasar factura si se elevan a dominio público en la era de las tecnologías? ¿Qué precio se ha pagado por un vídeo que por ley tenía que destruirse transcurridos treinta días de haberse granado?
Coincidían en que todos tenemos secretos más o menos inconfesables. Quien tiene la llave del armario de nuestras vidas puede condicionar nuestro futuro. Sobre todo, si la almacena de intimidades ajenas se administra con paciencia para utilizarla en los momentos que más daño puedan hacer.
Para promover irremediablemente la dimisión de Cifuentes –que tenía que haberse producido inmediatamente después de explotar el escándalo de su falso máster- han tenido que recurrir a las tenebrosas cloacas del Estado.
Un almacén del que se desconoce su contenido y el listado de personas públicas que tienen allí embargada su vida.
Bajando a las cloacas
Ni siquiera hay un registro de hechos poco confesables. El vademécum de episodios históricos personales que pueden perjudicar a su autor es elástico. Los registros de impagos te llevan al listado de morosos.
Pero una vez que pagas, tienen que blanquear tu historial. Hasta las entidades financieras tienen reglas. En las cloacas del Estado impera la ley de la selva
Probablemente, Cifuentes padecía una patología en el momento de los hechos. ¿De verdad es de recibo que se liquide su prestigio personal sin piedad para lograr un objetivo político?
Y lo peor de todo, los administradores siniestros de intimidades ajenas ni siquiera están siendo perseguidos para ser investigados.
A partir de ahora hay una nueva profesión que puede ser muy rentable. Alcahuete de debilidades ajenas.
Ni siquiera tienen que buscar un delito. Muchas conductas, según el momento y las circunstancias, pueden ser irreprochables. O, por el contrario, letales.
Se trata de coleccionar y ser paciente. El mercado de la indecencia puede llegar a consumir casi todo.