Carles Sumarroca: el negocio de la patria

La nación es un rizoma de pasiones e intereses. Patria y dinero son dos expresiones de un mismo principio: la propiedad. “La tierra enterrará el fruto de nuestro trabajo”, reza una cita universal del nacionalismo duro.

Y la podrían firmar los representantes del sector negocios nacionalista, abundados en el partido de Jordi Pujol por hombres de su confianza, como los propios hijos del president, y por cargos altos, como el ingeniero Antoni Subirà, el secretario Prenafeta o el industrial Carles Sumarroca i Coixet.

Sin olvidar a los de vuelo muy reciente, como Félix Millet y Montull en el caso Palau o el cameo de poderosos figurantes en el mismo affaire, al estilo de Ignasi Colominas (Fundación Trias Fargas) o Xavier Ribó, consejero catalán de Ferrovial.

La sociedad civil del siglo XXI se prepara para encajar, si no la letra, sí el espíritu de aquel purpurado conservador de Vic: “Catalunya será un negocio o no será”. El dinero de aquí morirá aquí. Los quintacolumnistas etiquetarán en lengua vernácula o, de lo contrario, serán tratados como a los usttachi.

No habrá mano tendida al resto del Estado, aunque éste se lleve más de la mitad de la facturación de los grandes grupos autóctonos y que otra buena parte se desparrame por el resto del mundo. A menudo, ante la frontalidad Catalunya-España, cuesta reconocer la piel civilizada de un país exportador, basado en la industria y con una tasa de cobertura camino de la holandesa.

El cruce ideal entre empresa y nación lo representan, hoy por hoy, los patronos adheridos a la causa soberanista. Los más activos son líderes de segunda generación, como Joaquim Boixareu, Artur Carulla o Carles Sumarroca Jr., este último vicepresidente de Comsa Emte e hijo del citado Carles Sumarroca i Coixet, creador de la empresa y cofundador de Convergència Democràtica.

Comsa Emte, fruto de un cruce accionarial entre los Sumarroca y los Miarnau, levanta puentes, construye pantalanes, carreteras o vías de ferrocarril. Pero sus últimos ejercicios son un desierto de ebitdas planos. La caída del negocio ha obligado a la constructora a renegociar su deuda de 930 millones de euros con un pool de entidades encabezadas por Santander, CaixaBank, BBVA, Sabadell o Bankia.

De bruces ante la vía del 11 de septiembre, la inversión flojea. La chaîne humaine del próximo miércoles espanta a los mercados y afila los dientes de los reguladores, sepulcros blanqueados ante el dolor ajeno. Los Sumarroca-Miarnau han tenido que poner 40 millones de euros encima de la mesa mediante una ampliación de capital exigida por Francisco González, el presidente del BBVA, antes de firmar el nuevo crédito y reducir el plazo de su vencimiento a dos años y medio.

Sumarroca padre pertenece a una generación que se extingue. Viejo militante clandestino en Acció al Servei de Catalunya y colaborador del Cavall Fort inventado por su amigo Tremoleda i Roca, el veterano emprendedor fundó Proelec, el germen de la actual Emte, y presidió Premsa Catalana, la editora del desaparecido diario El Correo Catalán, de inspiración tradicionalista.

Su hijo, Sumarroca Jr., levanta empalizadas en defensa del proyecto independentista de Artur Mas. Pero ahora atraviesa en silencio el regalo envenenado de la ministra de Fomento, Ana Pastor, al Puerto de Barcelona, que contará al fin con el ancho de vía europea. Sus socios, los Miarnau, le exigen discreción a Sumarroca hijo; y no lo hacen en vano, porque será Comsa Emte la primera en acudir a la licitación del ancho europeo.

Los pactos entorpecen el camino de la cadena del miércoles día 11 convocada por la Asamblea Nacional de Forcadell. Pero, en el último suspiro, el unionismo de Duran Lleida y Pere Navarro se abre paso por el tragaluz abierto en la última cumbre discreta entre Mas y Rajoy. Es la Tercera Vía, y cuenta con adeptos en el seno del mismo Govern, donde los consejeros Santi Vila y Felip Puig juegan la carta moderada. El giro de Mas es un hecho.

Traslada la tensión a unos hipotéticos comicios plebiscitarios en 2016. En el Santa Santorum de la economía catalana, Foment del Treball, su presidente, Gay de Montellà, aprieta los puños sobre su mesa de trabajo en señal de entusiasmos; en Pimec, Josep González se desabrocha el botón de la corbata y en el Círculo de Economía, los fastos de otoño con motivo de la llegada a la cumbre de Antón Costas serán un nuevo comienzo en la vertebración de los poderes económicos y políticos.

Desde que los Sumarroca y los Miarnau se fusionaron para formar la gran Comsa Emte, las dificultades han sido más que las alegrías. La depresión hunde sus proyectos y aplaza sus licitaciones. El presidente, Jordi Miarnau, ha lidiado con algunos de los proyectos faraónicos de sus socios, como el de la ayuda a Spanair, que resultó un fiasco. Pero ya está harto. El peso de ambas familias no es proporcional.

Los Miarnau mantienen el core business junto a los Sumarroca, pero la politización de estos segundos puede acabar mellando la competitividad del grupo. Los tentáculos Sumarroca juegan fuerte en medios institucionales con presencia en la Cámara de Comercio de Barcelona y especialmente en FemCat, la fundación empresarial-nacionalista que Carlos Sumarroca Jr. presidió hasta hace pocos meses.

El celo patriótico rompe puentes. Los Sumarroca llevan la nación en la sangre y la empresa en la cabeza. Encarnan el negocio de la patria; impulsaron Pimec, levantaron FemCat e intentaron la penetración en Foment cuando todavía Juan Rosell, actual presidente de CEOE, presidía la patronal catalana. Fue un intento diseñado por Jordi Pujol, uno más; el que más. En aquella ocasión, Sumarroca i Coixet y su hijo Carles se reunieron con Jordi Pujol y su hijo Oriol para establecer una estrategia en Foment.

La familia de Emte haría de caballo de Troya y en la panza del artefacto iba instalado el beligerante Joaquim Boixereu, autoproclamado presidenciable. El intento fracasó, pasó a engrosar la lista de maniobras entristas en la patronal de la era democrática; lo intentaron, en diferentes momentos, Carlos Güell de Sentmenat, Joan Molins y José Manuel Lara, entre otros, pero nadie pudo escalar el muro corporativo de Vía Layetana.

Rosell no les perdonará jamás aquel intento de desplazar a la vieja guardia de Foment del Treball, defendida siempre por secretarios plenipotenciarios, desde los tiempos de Gual Villalbí, aquel ministro sin cartera, hasta el actual Joan Pujol, un resistencialista poliédrico y sabio. Joan Pujol es un fruto del corazón laberíntico de la patronal, creado mucho antes por Josep Maria Tallada, cuando era secretario de la patronal en los primeros años de la pasada centuria.

Mantener y callar; he aquí la puerta blindada de la sede de la gran patronal catalana contra la que los nacionalistas se han estrellado, una y otra vez. Foment es inexpugnable. Sus voces se ocultan en las esculturas de Borrell i Nicolau situadas en la fachada del mastodóntico edificio y testimonian La Fábrica, un óleo de Rusiñol colgado en sus paredes.

Los Sumarroca son esa mezcla de monje y guerrero que aplaude el nacionalismo. Su espada es política; su cruz económica. Son empresa y patria. Pertenecen al círculo íntimo de los negocios del poder.

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