Cardenal Blázquez: la traición de Bergoglio

Bergoglio se contradice a sí mismo. El ascenso cardenalicio de Ricardo Blázquez es una demostración palmaria de que su reforma de la curia pierde fuelle. Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Blázquez es un simpatizante del movimiento ultra-católico Camino Neocatecumenal, cuyos miembros son archiconocidos con el sobrenombre de kikos, por su fundador Kiko Argüello. El nuevo cardenal y arzobispo de Valladolid lanzó la idea peripatética de que el Camino es «un signo de la presencia del Espíritu Santo». Presidió comunidades de la secta en Ávila y en Salamanca, aunque ahora relativiza su pasado en declaraciones al diario La Razón, cabecera pía. Sólo reconoce haber mantenido contacto con Argüello cuando estudiaba en Roma, en el lejano 1969. Poco creíble.

El cardenal español Ricardo Blázquez y el Papa

El cardenal representa el reformismo rancio; la opción fácil. Aquel «tal Blázquez», como le llamó Xabier Arzallus –prelado seglar, creyente de novena y adoración nocturna– al ser nombrado obispo de Bilbao, ya no es un curita abulense. Pero desde luego no sintoniza con el toque laico que reclama la sociedad española para sus purpurados. Nacido en Villanueva del Campillo (Ávila), Blázquez ha sido obispo auxiliar de Santiago de Compostela y obispo de Palencia y Bilbao. También fue profesor y decano en Salamanca. Teólogo de bases sólidas, doctorado en la Universidad Gregoriana de Roma, ha dedicado parte de sus mejores años al trabajo fraccional, una actividad casi herética para los analistas de mejor fuste. Junto a sus colaboradores, ha sentado bases duraderas en la Universidad Católica de Murcia, territorio Kiko por excelencia, vertebrado en casi 500 parroquias y centralizado por el Redemptoris Mater de Madrid, un seminario que forma a los misioneros itinerantes de la secta. Sí, secta perniciosa cuyos principios vulneran el reglamento con el que el Consejo de Europa regula los grupos religiosos de inspiración totalitaria.

Conviene no olvidar que los Kikos son una versión moderna del grupo Legionarios de Cristo fundado por Marcial Maciel (condenado por abusos sexuales) e impulsado por Ana Botella y por ex ministros de Aznar, como Ángel Aceves y José María Michavila. En la misma órbita se mueven algunos apellidos ilustres de las finanzas y la universidad como Gustavo Villapalos, la familia de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol o Alicia Koplowitz, impulsora de la fundación Vida y Esperanza. Los citados son miembros del consejo social de la Universidad Francisco de Vitoria y propietarios del colegio El Bosque, crisol de principios inamovibles, como la separación de sexos, según destaca en uno de sus trabajos el antropólogo José Rodríguez. A pesar de que han perdido parte de su fuerza, los kikos mantienen centros especiales de formación, en San Pedro del Pinatar (Murcia) y en El Escorial. Se declaran oficialmente pobres, pero mueven más de un centenar de millones de euros anuales a través de la fundación Familia Nazaret, creada por el fallecido cardenal Suquía.

Haría falta mucha pasión cívica para desmontar el circo que ha levantado la etapa de Rouco Varela en España. Y Blázquez no la tiene, ni la quiere. Él es parte del laberinto sectario. Uno de sus primeros gestos ha consistido en hacerse una foto con los caballeros de la Real Cofradía de Cubicularios de Zamora, vestidos con brocados de oro y vinculados a la orden del Santo Sepulcro. Lamentable. Un arranque de Iglesia mítica, nihil sine episcopo, en tiempos de enorme pobreza.

Las iglesias de Wojtyla son como los vasos comunicantes. Blázquez es habitual en las visitas de personajes destacados a Villa Tevere, sede del Opus en Roma y centro neurálgico de San Josemaría. El cardenal pertenece de lleno a los movimientos conservadores que recibieron el encargo de recristianizar el mundo y se repartieron el trabajo en función de su carisma: el Opus, Comunión y Liberación y los Legionarios se han dedicado a las élites; y, por su parte, los Neocatecumenales y los Focolares se han concentrado en las capas medias y salariales. En su etapa oscura, Blázquez sustituyó la caridad por la eficacia evangelizadora.

La Iglesia clasista que ha heredado el Papa Francisco tiene un puntal en la península ibérica. Convertir a Blázquez en cardenal significa reforzar la anacrónica arquitectura ecuménica de Juan Pablo II. En eso consiste la traición de Bergoglio.