Cantando bajo la lluvia en el Camp Nou
El encuentro de los Premios Pimec destacó por las intervenciones de los políticos con un Pedro Sánchez que no reconoció errores, un Pere Aragonès muy conciliador e institucional y una Ada Colau ajena a la decadencia de Barcelona
Un millar de personas acudieron este lunes a la 35 edición de los Premios Pimes de Pimec, la micropatronal catalana, que levantaba cabeza para volver a reunirse públicamente por primera vez tras la pandemia, y eligió para hacerlo el césped (debidamente acondicionado y cubierto de mesas) del Camp Nou. Se buscaba normalidad y bueno, de entrada hubo que capear una tormenta de verano que obligó a todo el mundo a buscar refugio bajo la tribuna. Fue divertido ver a elegantes señoras poniendo a escurrir las hombreras de sus chaquetas y a trajeados caballeros vaciando de agua de lluvia sus copas de cava. Fue curioso también ver a Pedro Sánchez y a Pere Aragonès midiéndose las caras en lo que parecía una coreografía política digna de los mejores musicales de Hollywood.
Me salto el parlamento de la alcaldesa Ada Colau, que por protocolo tenía que hablar 5 minutos y casi nos da la medianoche escuchándola. La cara de los pequeños y medianos empresarios era un poema. Parecía estar hablando de Shangri-La, no de la Barcelona que todos conocemos, amamos…y padecemos. Satisfechísima de cómo funciona todo aquí, hasta se permitió pedir explicaciones a Sánchez de los recientes sucesos en la valla de Melilla. “Las vidas negras cuentan”, le dijo con desparpajo digno de Google Translator. Te quedabas con la triste, irreparable sensación, de que toda la familia morada intuye en el giro neomarroquí de Sánchez el principio del fin de sus alianzas Frankenstein. Lo de menos es la vida o la muerte de nadie.
Sánchez a lo suyo, que es lo que se le da mejor. Habló incansablemente, casi insaciablemente, de Europa, de que él no dormiría tranquilo (ejem) si no sintiera que su apuesta por Europa es absoluta, sin veleidades putinianas ni de otro jaez. Se atribuyó muy poquitos errores y muchísimos aciertos de gestión de las sucesivas crisis, y sonrió al empresariado allí reunido como si jamás hubiese roto un plató o apuñalado por la espalda a un autónomo.
Particularmente interesante y significativa fue la intervención de Pere Aragonès, quien, en un tono bastante más institucional, conciliador incluso, de lo que seguramente gustaría a sus socios más evidentes e hiperventilados de gobierno (no en vano Salvador Illa se paseaba por allí como una rock star, mientras la dirigencia de Junts per Catalunya parecía actuar en sentido contrario al de los caracoles, y esconderse tras la lluvia…), tendió la mano a la Moncloa, se cuidó mucho de mencionar ninguna inconveniencia sobre si se ha sentido más o menos espiado últimamente, y para variar puso el énfasis en lo que un presidente de la Generalitat debería ponerlo: en reivindicar una mejor y más fluida coordinación con el gobierno de la nación, sin ir más lejos para desbloquear la ejecución de las muchas Inversiones en infraestructuras pendientes.
Fue un interesante sueño de una noche de verano, o de espejismo bajo la lluvia, como lo quieran llamar: ¿se imaginan cómo sería una Cataluña normal dentro de una España ordenada, donde se estuviera a lo que hay que estar, más a las Inversiones que a los indultos, o a negociar impunidades para quien desobedece la ley y las sentencias judiciales? Claro, mientras juegas a las republiquetas, no gobiernas ni un estanco.
Dolorosamente patente quedó más que nunca cuando el mismo presidente de la Generalitat pidió una “garantía de ejecución” de las Inversiones pendientes del Estado en Cataluña y a cambio ofreció, con rara candidez, una garantía homologable por parte del gobierno catalán.
¡Acabáramos! ¿No podíamos haber empezado por ahí desde el principio, desde el origen de la democracia, no digamos del procés? ¿Cuántos años y décadas de desgobierno llevamos tirados a la basura?
No acabó de quedar claro si Aragonès se refería a que la Generalitat garantice que efectivamente se gastará el dinero que le llegue de “Madrid” en lo que se lo tiene que gastar, y no en agujeros negros identitarios, o si hacía velada referencia a la brutal deuda/expolio que su gobierno mantiene históricamente con la ciudad de Barcelona (y que, al parecer, no hay peligro de que Ada Colau le reclame…), por no hablar de territorios más lejanos y desasistidos aún.
Lo sorprendente es que tanta y tanta gente acepte este estado de política y de cosas como una fatalidad inevitable. Cuando haría falta sólo un poco de imaginación y de energía para darle la vuelta como un calcetín. Con cero riesgo: es imposible ir a peor. No tenemos nada que perder más que unas instituciones que viven de espaldas al trabajo y a la realidad.