Canals, cuando el lobby puede más que la empresa

Joan Canals, el patrón de Pulligan, ganó su posición en el género de punto esgrimiendo el espíritu de los viejos fabricantes; pero, lo cierto es que él se siente más concernido en el perfil institucional que en el día a día de su cuenta de resultados. La Pulligan de Canals fue un día el emblema de los Jover, industriales y banqueros con pedigree, enmarcados en el Maresme de los Doménech (la Dogi de Masnou), de los Sans (hoy, Sara Lee de Mataró) y de otros, arrasados casi todos por el vendaval importador de origen asiático, que se ha llevado por delante al sector y que ha arrumbado en nuestras hemerotecas bellas tradiciones como las indianas.

Canals es un personaje ubicuo. Viaja constantemente y tiene varias reuniones al día en las que atiende cargos como la presidencia de la Agrupación Española de Géneros de Punto, la comisiones de Fomento del Trabajo Nacional o de la Cámara de Comercio de Barcelona y del mundo asociativo de Bruselas. Sin perder el buen humor, le gusta estar en todas las salsas. Su prole le imita el paso viajero: una de sus hijas reside en Hong Kong, plataforma del tráfico de mercaderías y fondos de origen chino; y otra, en Lisboa, capital de La Baixa y del comercio marítimo anglosajón, desde que la gobernó aquel ilustrado marqués Pombal.

Cuando Pulligan presentó concurso de acreedores, en 2009, Juan Canals desempeñaba la vicepresidencia del Consejo Intertextil, la poderosa patronal del sector. Canals había sido el presidente y el alma de esta misma organización –vertebrada en la CEOE– desde la trinchera resistencialista del género de punto, en medio de un mundo dominado por la confección a gran escala y con dos contrincantes imbatibles, como la Inditex de Amancio Ortega y el Mango de Isak Andic.

En el momento en que la nave de Pulligan zozobró, BBVA, Caixa Catalunya y Banc Sabadell se tragaron la parte del león de un pasivo superior a 20 millones de euros. Entonces, a Canals le sobraron arrestos para lanzarles a los bancos la opinión pública encima, al asegurar que las entidades no le ofrecían líneas de descuento. Y no le faltaba razón, pero los bancos, metidos ya en el segundo año de una crisis financiera sin precedentes, aceptaron, prima facie, su abdicación en el trono del sentido del riesgo. Mejor vivir de rodillas que aceptar quitas inmisericordes aunque sea sin perderle la cara al deudor.

Pero, el desenlace de Puligan tuvo un problema añadido: su relación con la inmobiliaria Aisa, participada por el letrado del Estado Genis Marfà y por Agrupació Mutua, y dotada de un consejo refulgente en el figuraban Emiliano López Atxurra (Repsol) y Carlos Kinder (Gas Natural). Aisa, que en 2005 había adquirido la fábrica de Pulligan, en Canet de Mar, iba a levantar una nueva sede para la empresa, pero no lo consiguió al caer atrapada en la iliquidez que se llevó por el desagüe la poderosa estampa del mundo inmobiliario. Mientras caía el precio de los bienes raíces, las pérdidas de Pulligan aumentaban. Hasta que un día de 2009, la empresa dio carpetazo, con 80 empleados en Canet y 300 puestos de trabajo en su factoría deslocalizada de Marruecos.

Los Jover inventaron el Pulligan, una prenda a medio camino entre el Pullover de siempre y el Cárdigan británico de las novelas de Virginia Wolf y de los salones sabios del Bloomsbury group. Testigo de los pioneros, Canals revivió para el mercado prendas históricas como Meyba o Peyton. Este ejecutivo itinerante, que llegó a tener veleidades políticas, emergió casi desde el mundo cooperativo hasta alcanzar la plenitud mercantil, seguida primero del éxito y, después, de la iniquidad del mundo moderno. Sea cual sea el futuro de Pulligan, su renacimiento merece un capítulo a parte.

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