Cameron y la Europa en deconstrucción
Elena Valenciano acumula dos décadas en el Parlamento Europeo. Es la versión socialista de José Manuel García Margallo: culta, políglota, con amigos en decenas de cancillerías. Ahora que Pedro Sánchez tira de fondo de armario para tareas que requieren competencia y experiencia –Jordi Sevilla, Rodolfo Ares— no haría mal el aspirante a presidente del Gobierno considerándola para la cartera de Exteriores si consigue la investidura.
Valenciano es europeísta por conocimiento y convicción. En unas recientes declaraciones enmarcaba el Consejo Europeo del brexit (British exit, en la neolengua comunitaria) dentro de la cadena de crisis que acumula Europa: la financiera, la económica y la de solidaridad que desembocan en la actual crisis de identidad: «Europa ha entrado en fase de deconstrucción».
El pasado sábado, David Cameron regresó a Londres con un papel firmado por los actuales líderes continentales que, en esencia, certifica un nuevo modelo de Unión. Modular, variable, á la carte, por mucho que los líderes lo nieguen. Una agrupación de intereses.
Y lo más irónico es el que acuerdo en absoluto garantiza que el premier británico logre convencer a su partido y su electorado de que el Reino Unido, ahora sí, debe permanecer en la UE. Se lo recordó de un mazazo el lunes el colorista y ambicioso alcalde de Londres Boris Johnson, al anunciar que se suma a la campaña del leave.eu (salir de la UE) en el referéndum del 23 de junio.
La reforzada excepción británica –el status de Inglaterra en la comunidad ha sido siempre excepcional— no es el mal que matará a Europa; es sólo un síntoma. La enfermedad real es la erosión profunda de sus vigas maestras. Una aluminosis declarada desde el momento en que quedó patente que la unión política nunca sería posible y agravada por la crisis financiera del 2007.
Desde entonces, una nueva y oficiosa división se ha unido a las reconocidas dentro de la UE (Schengen vs los 28; Euzozona vs los 28…). Se trata de la invisible pero robusta frontera tendida entre el norte protestante, austero y cumplidor, y el sur gastador, informal y negligente. Entre la virtud de no dar como remedio contra el vicio de pedir.
La insolidaridad frente a los refugiados –en la que también destaca la católica Polonia y otros países del antiguo Este europeo—es una muestra de las nuevas barreras –reales, legales y fácticas—que jalonan la regresión que apuntaba Elena Valenciano. Pero hay muchas más, desde las formas chabacanamente ofensivas de Nigel Farage y el UKIP británico a las más sibilinas del todopoderoso ministro de finanzas alemán Wolfgang Schauble.
La suspensión del espacio de libre circulación de Schengen se da ya como una certeza si se produce (o, mejor dicho, cuando se produzca) un nuevo episodio como los atentados de París de noviembre. De momento, Austria ya ha impuesto limitaciones al la llegada de refugiados y controles en las fronteras interiores contrarios a la legislación de la Unión.
Pero el riesgo de más calado –y que más nos atañe— toma forma en Alemania, donde los teóricos de la austeridad, de los que Schauble es sumo sacerdote, continúan impulsando el proyecto que consagraría definitivamente la Europa de dos velocidades.
Hace pocos días, cuatro de los cinco miembros del Consejo de Expertos Económicos alemán –el influyente organismo que asesora e inspira la política económica federal— publicaban su visión de un nuevo Tratado de Maastricht en la web de CEPR, un think-tank económico financiado principalmente por la industria financiera europea.
Esa propuesta, que denominan Maastricht 2.0, extiende la aplicación de los bail-ins (recapitalización de entidades fallidas por sus propios accionistas, bonistas, acreedores y depositantes) a los bonos soberanos. En otras palabras, por poner un ejemplo, si la deuda soberana española entrara algún día en default, serían los tenedores de Bonos del Tesoro los primeros en hacer frente al impago antes de que entraran en juego los fondos comunes del Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM).
De adoptarse, el plan –detalladamente expuesto por los cuatro economistas del Sachverständigenrat— tendría presumiblemente un efecto dramático sobre los intereses de la deuda de los países del sur de Europa y conllevaría un aumento inmediato de la prima de riesgo que, no olvidemos, llegó en julio de 2012 a 648 en España (el máximo del último año ha sido de 164).
Su efecto último sería crear –de facto y probablemente de iure—un cordón sanitario financiero alrededor de países como Portugal, Grecia, España, Italia e incluso Francia que, en opinión de la ortodoxia germana, aún tienen mucho que hacer en materia de reformas y disciplina fiscal.
Lo realmente significativo de este plan no es solo su contenido –coherente con el pensamiento dominante en el ministerio de finanzas alemán y en buena parte de la sociedad germana– sino el hecho de que se haya hecho público ahora con el grado de detalle que contiene el paper publicado en por los miembros del Consejo de Sabios.
Coincide con la pugna del primer ministro italiano Mateo Renzi para que el BCE adquiera una parte de los créditos morosos que lastran a la banca transalpina y con la creciente contestación interna hacia la canciller germana Angela Merkel por sus decisiones con relación a los ‘derrochadores‘ países del sur europeo y su fracaso en lograr una respuesta unitaria al problema de los refugiados. Falta menos de un año para las legislativas alemanas y éste será un issue central.
No es extraño, en consecuencia, que en París, Roma y Lisboa, se tema eventualidad de un futuro gobierno español que integre a Podemos y la radicalidad que se le presume. Nadie quiere repetir la experiencia vivida con Varufakis ni dar argumentos a los proponentes de la Europa de marcha lenta en la que indefectiblemente entraríamos los meridionales.
Es dudoso que el plan se haga realidad tal como lo plantea el documento. Lo es menos, sin embargo, que elementos del mismo acaben encontrando acomodo en nuevas normas y en el funcionamiento práctico de las instituciones europeas, particularmente el BCE y los instrumentos de la Unión Bancaria europea como el Supervisor Único y el Mecanismo Único de Resolución.
El euroescepticismo toma diversas formas. En algunos casos, la insularidad, la historia, la devoción por la libra esterlina un difuso miedo a acabar siendo menos inglés dan argumentos a la pulsión abandonista.
Para los alemanes, la convicción obstinada de tener razón refuerza la conveniencia de permanecer en el centro de un enorme mercado, solo que imponiendo reglas más estrictas, más… germanas.