Calefacción y desdicha humana
Tener un problema doméstico, como que se estropee la calefacción, me ha permitido profundizar en el conocimiento de la profesionalidad de algunos agentes de nuestra economía. Aquí tenéis esta observación parcial y subjetiva y, sin embargo, espero que ilustrativa.
La mañana de un sábado, a finales del mes de junio, mientras me duchaba sentí un chasquido. Provenía de la galería en donde tenemos la caldera de la calefacción a gas. El agua caliente dejó de brotar y mi aguda perspicacia me hizo entender que tenía una avería. La visita del técnico me lo confirmó.
Según él, había quemado el ventilador eléctrico de la bomba extractora de aire y su recambio más la mano de obra costaría casi el 40% de lo que vale una caldera nueva. Su recomendación era que antes de que reparar la vieja, sería mejor cambiarla, porque además la caldera actual era demasiado pequeña para mi piso.
Pero la caldera resulta que está fabricada en 2009 y cuatro años me parecían pocos para cualquier electrodoméstico. Además, su potencia, según las indicaciones del fabricante, era la justa, pero suficiente para los metros cuadrados en los que vivimos mi familia y yo.
Así que intenté contrastar esta opinión y hablar con el servicio de atención al cliente de una compañía de gas. Allí me confirmaron que la potencia de mi actual caldera era insuficiente y me recomendaron instalar una que, estaba en aquellos momentos de oferta y, afortunado de mí, era perfecta para mi piso.
Llamé a un tercer instalador que me propuso una caldera aún más potente que las otras dos (y más cara), pero me aseguró que con aquella potencia la caldera consumiría menos gas y a la larga (¿4 años?) ahorraría más.
Con todas estas opiniones, más parciales que otra cosa, tenía que tomar una decisión rápida. Sobre todo por mis hijas que diariamente tenían que bañarse con cacerolas de agua caliente que llenábamos en la cocina.
Tuve la suerte de que mi hermano conoce en Klaus, un ingeniero argentino especialista en temas de ahorro energético y que me dio su opinión. En primer lugar, si compraba una caldera demasiado potente, ésta haría arranques y paradas demasiado frecuentes y acabaría gastando más. En segundo término, era cierto que la caldera era justa para los metros cuadrados, pero en cambio se quedaba corta para servir de agua caliente a dos baños (otro factor que nadie antes había mencionado ).
Sin embargo, este problema tenía una fácil y ecológica solución. Resulta que las calderas están preparadas para dar una presión de 15 a 30 litros por minuto, pero una persona para ducharse no necesita más 8-10 litros por minuto (de hecho es la presión recomendada por algunos ayuntamientos). La solución es tan sencilla como cerrar un poco los grifos que abastecen de agua a cada baño, hasta que al poner una botella de litro y medio, ésta se llena en 10 segundos . Esto equivale a 9 litros por minuto.
Una vez resuelto el problema de cuál era la potencia adecuada, tenía que elegir entre cambiar la caldera o reparar la vieja. En esto tengo que dar las gracias a Nieves, una compañera de trabajo. Ella había sufrido una avería similar y el seguro del hogar se había hecho cargo de todo.
Con todo, mi conclusión en todo este asunto es nefasta: Ninguna persona de las que podían hacer un negocio conmigo me informó de lo que me convenía. Todos trataron de «colocarme» lo que a ellos les interesaba. Incluso si eso, al final, me perjudicaba. Sé que muchos dirán: «¿Y qué esperabas? «. Sencillamente esperaba más profesionalidad.
Esta situación me decepcionó. Debo de ser un ingenuo. No me la esperaba. Sin embargo, si ésta es la manera que de hacer negocios –burda y torpe– espera la mayoría de conciudadanos es que Niño Becerra tiene razón y nos espera un paro estructural del 30% y una crisis larga de narices .