Buscando y definiendo el mirlo blanco
Mientras unos en Roma dedicarán su tiempo a mirar el cielo por si hay fumata blanca, otros debemos comenzar a buscar un mirlo blanco que ilumine el camino del país. Ya sabemos que todos los caminos llevan a Roma, pero por suerte la sociedad ha evolucionado y no debemos esperar milagros vaticanos, sino simplemente una persona corriente, vivida y como no, con carácter.
Como hemos insistido en las últimas columnas, los cambios que deben producirse en el país deben ser desde dentro. Directamente desde la organización del Estado, nunca desde la calle. Descartando la clara ineptitud y la poca tirada de los políticos, ha surgido estos días con fuerza un colectivo que siempre ha estado bien agazapado, los jueces. La sentencia sobre el caso Pallerols, sobre todo su sustentación, ha sido un paso adelante. Quizá injusto en forma, pero en todo caso ciertamente valiente –para algunos, para otros oportunista-. También, creo que oportuno y necesario.
Decimos injusto porque hasta la fecha las condenas de menos de dos años nunca conllevaban cárcel. Es extraño que un colectivo que no puedo definir como muy progresista, a pesar de los nombres de sus asociaciones, haya dado este paso. Como han resaltado sus señorías estamos ante un caso excepcional, y siguiendo esa línea, de las singularidades muchas veces surgen los cambios. Y no olvidemos, de los cambios nacen las nuevas normas.
Esto nos lleva a pensar en modo juez. Los magistrados, como colectivo, siempre me han parecido unos tipos muy curiosos –llamará la atención el estilo de aquel niñato juez de pelo engominado que en una pequeña sala con solo presencia del oficial me regañó por tutearle- . En todo caso he tenido la suerte de conocer a varios jueces. Un buen número, excepcionalmente brillantes y capaces, pero la verdad también hay algún auténtico analfabeto emocional. Vamos, ese tipo de gente que en su vida han vivido más que la judicatura. Curiosamente siempre los más jóvenes.
Más chocante me ha parecido que los jueces, como institución del Estado, aún mantengan asociaciones sectarias. Hasta cinco, creo en estos momentos, que englobaríamos desde la derecha a la izquierda. Por error siempre pensé que la judicatura se dedicaba a impartir Justicia, y esa era rígida. Con el tiempo, me dí cuenta que la Justicia precisamente no es rígida, sino más bien interpretativa, y ahí las tendencias de uno u otro. Pero, de eso a agruparse con amiguitos, hay un largo camino. Obviamente mezclar las ideas y las sentencias nunca será bueno y uniforme. Y de esos lodos, algunos de sus problemas en la historia del país.
Este momento histórico hace que poco a poco esas divergencias se conviertan positivamente en convergencia. Precisamente, se han unido contra el “enemigo común de Gallardón” -quizá otro mirlo blanco, eso sí cada vez mas teñido de negro– y esa unidad es otro síntoma que los tiempos cambian. Y que la Justicia, y en su nombre, jueces, magistrados y fiscales, -intencionadamente dejo de lado a abogados, muchos de ellos culpables de lo actual– estén trabajando en un bien común es ampliamente positivo.
Un inciso a todo esto. Nadie debe olvidar que si alguna institución del Estado funciona anclada en el pasado es la Justicia. En pleno siglo XXI la tecnología está hundida en el sumidero del juzgado. Siguen viviendo personajes como los procuradores –uno de los oficios menos inteligibles del sistema– y los jueces –a diferencia de otros colectivos como los banqueros- no se han distinguido por adaptar y transformar su empresa a los nuevos tiempos. Podemos gestionar nuestro dinero en un banco a miles de kilómetros y no somos capaces de presentar un escrito mínimo sin papel desplazándonos cual borrego a la orden del juez. Eso choca, pero como decíamos ahora buscamos un mirlo blanco y no un milagro vaticano.
Por ello, quizá en el colectivo de jueces podemos encontrar alguna apuesta interesante. Gran parte de la labor anticorrupción la están instando ellos. Desde jueces más públicos como los de Barcelona: casos Millet, Pujol o Unió. A otros menos conocidos en lugares más remotos como los juzgados de Lugo. Sin entrar ya en jueces mediáticos por temas sociales que son siempre un ejemplo a seguir. Ya era hora que empezáramos a ver no gente valiente -como alguno pensaría-, sino gente que simplemente hace lo que le toca; aplicar la Ley.
Sí, algo tan básico como aplicar la normativa. Parece que durante muchos años lo hemos olvidado en este país. Y ya saben que donde no hay ley, donde hay inseguridad jurídica es un país que no vale la pena. Ello me hace pensar que quizá los jueces simplemente han decidido de una vez –ante las dificultades- hacer su trabajo, y que durante demasiados años han contemplado. Seguramente, para muchos un mal ejemplo, pero el cambio desde dentro nunca viene de la perfección. Seamos francos, hasta Gorbachov antes de tirar a la URSS con la cadena del WC no se había dedicado precisamente a criticar el sistema, sino simplemente a vivir y a medrar en él.
Creo por eso que ahora es el momento de gente, jueces incluidos en primera línea, que han medrado en el sistema –sin engañarnos a costa de mucha gente– pero que tienen una capacidad y un liderazgo mediático necesario. Además tienen algo imperioso para el cambio, el respeto a las normas que hagamos o a como sustanciemos cualquier cambio. Si aupamos de líderes a los que incumplen con todo, el futuro no será estrecho, simplemente no será.
Decíamos en la primera línea que buscamos un mirlo blanco corriente, vivido y como no con carácter. Algunos los tenemos delante de nosotros y sería necesario que dieran algún paso al frente. No creo que sea el único que ve que estamos en medio del cambio, y esa permuta debe traer nuevas caras, nuevas ideas, pero ante todo debe hacerse desde un profundo respeto a una sociedad no uniforme. Denostemos ya ese sistema al servicio de sólo unos pocos. Pero, ni antes los chorizos de los despachos, ni ahora los asalta calles.