Burberry Spain, una pálida sombra del gigante que fue

La firma británica de moda Burberry facturó el año pasado en nuestro país 50 millones de euros. Esta cifra significa un descenso de casi el 5% respecto del ejercicio anterior. Las utilidades de la casa no reflejaron el recorte de las ventas, pues el beneficio neto después de impuestos subió de 650.000 euros a 2,2 millones. Los gestores de la compañía acordaron aplicarlo en su totalidad a sanear los abundantes saldos negativos acumulados en sus estados financieros, que todavía ascienden a 15 millones. Los recursos propios, suma de capital y reservas, se reducen a 17 millones.

Esta es, de forma muy sucinta, la radiografía de la actual situación de Burberry Spain. Se encuentra a años luz de la poderosa y pujante compañía de antaño, cuando estaba controlada por capitales catalanes.

La historia reciente de la firma arranca en el 2000. Por esas fechas, la casa madre británica decidió comprar su rentable franquicia española. Abonó por ella la friolera de 209 millones de euros en efectivo metálico. Además, se comprometió a desembolsar otros 42 millones si se alcanzaban determinados objetivos económicos.

En aquel momento era la licenciataria más próspera de todo el grupo y crecía sin parar. En el último balance antes del traspaso a la multinacional, giró 200 millones de euros, ganó 19 millones netos y contaba con unos fondos propios de 84 millones. La espectacular diferencia entre estas magnitudes y las que arroja en 2013 son la prueba más palmaria del declive y el durísimo ajuste que ha sufrido en el periodo.

Los orígenes de Burberry Spain se remontan a 1965, cuando Eugenio Mora Olivella, a sus tempranos 24 años, la fundó en Barcelona. En aquella época, la actividad fabril de la compañía se limitaba a las gabardinas para caballero y poco más. Mora se rodeó de un grupo de jóvenes ejecutivos que formaron una piña. Fruto de su tesón y su inteligente visión profesional, la sociedad llegó a situarse entre las más competitivas de todo el grupo Burberry. Su marcha era tan boyante, que la matriz londinense autorizó a Mora a lanzar una colección propia, bautizada Thomas Burberry.

Expansión truncada

Al filo del cambio de milenio, el capo mundial de Burberry, Victor Barnett convocó a Mora a Nueva York y le presentó una irresistible oferta de compra, tal como queda dicho más arriba. A partir de entonces, los ingleses tomaron el mando y pasaron a gestionar su provechosa licencia española. Confirmaron en sus puestos a los miembros del magnífico equipo directivo que había forjado Mora. Además, ratificaron sus fructíferas políticas de diseño, producto y distribución. Los primeros compases fueron plácidos. La filial siguió varios años por la senda del crecimiento.

Pero un buen día se truncó la racha favorable. A partir de 2008, la transnacional cambió de estrategia y mudó la producción a Extremo Oriente. La drástica medida tuvo entre otras consecuencias deplorables el cierre de la colección propia Thomas Burberry que se diseñaba en la Ciudad Condal. Asimismo se clausuró la flamante fábrica de Barcelona, de 40.000 metros cuadrados, erigida por Eugenio Mora poco antes del traspaso con un coste de 45 millones de euros. La traca final fue una batería de 300 despidos, equivalentes al 40% de la plantilla, y el abandono de las viejas dependencias de la calle Bilbao.

Suele decirse que el ojo del amo engorda el caballo. Mientras Burberry se mantuvo en manos del empresario catalán, fue una máquina de ganar dinero. En apenas tres lustros de hegemonía británica, su cifra de negocio ha disminuido a la cuarta parte. Burberry Spain es hoy un apéndice más del gigante textil, y su existencia discurre sin pena ni gloria. Sic transit…

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