¿’Buñuelada’?

En Madrid, ante un auditorio compuesto por políticos, empresarios e influyentes varios, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, proclamó que Catalunya es la primera potencia turística de España. Fue sólo una más de las argumentaciones que empleó el miércoles para justificar con pedagogia amable la nueva situación política que vive él de forma personal y Catalunya de forma colectiva tras la manifestación de la Diada.

Es cierto, los números macroeconómicos avalan esa tesis. Catalunya ha sabido conformar una industria turística que, aún con el fuerte tirón de la oferta de sol y playa, se ha diversificado hacia el turismo cultural gracias al fuerte tirón de la obra de Gaudí, al gastronómico (y en eso Ferran Adrià y sus discípulos tienen mucho mérito), el rural, el urbano (con Barcelona, sus congresos y cruceros como gran acicate) y, finalmente, el que ronda el parque de atracciones de Port Aventura.

Esa instalación de las comarcas de Tarragona se ha convertido en un complemento de múltiples paquetes vacacionales comercializados por operadores turísticos internacionales y también en una sugerente escapada para familias y colectivos de adolescentes procedentes de toda España. Lo que nació como un proyecto fallido a principios de los 90, se enderezó gracias a la participación de La Caixa cuando el Gobierno de Jordi Pujol ya había enterrado ingentes sumas de dinero en impulsarlo y estaban desesperados ante el curso que tomaba la promoción que habían confiado a Javier de la Rosa, empresario (“modélico”, para Pujol) de funesto recuerdo para la memoria colectiva.

Jamás he oído a Pujol retractarse en público de aquellos calificativos. El poder político es escasamente proclive a la rectificación. De eso, ya saben, hay sobradas demostraciones.

Ahora, tras fracasar en la negociación con Las Vegas Sands, el actual ejecutivo catalán se ha embarcado en un proyecto (Barcelona World) de parques temáticos especializados, seis en concreto, alrededor de Port Aventura. Digo embarcado en el sentido de que lo arropa, le facilitará los permisos, se encarga de publicitarlo, lo contrapone en calidad a Eurovegas, etcétera, etcétera.

El promotor del proyecto es Enrique Bañuelos, empresario saguntino sobre cuya figura profesional se acumulan tantas sombras como luces. Fue un agente inmobiliario que acabó promoviendo vivienda a gran escala en la Comunitat Valenciana y luego fue el artífice de la tocata y fuga de Astroc, ejemplo de burbuja inmobiliaria aplicada a la bolsa.

Desde que se conoció el proyecto, ningún empresario, profesional o hombre de negocios de esta ciudad ha sido capaz de darme un argumento positivo en favor no del proyecto, sino de su artífice. El adjetivo más utilizado para referirse a esa hipotética inversión es Buñuelada. Sus autores juegan con el apellido del promotor y la comparación con los tradicionales buñuelos de cuaresma, repletos de nada…

Aunque La Caixa participa colateralmente y sin implicación directa ni riesgo financiero (firmó una opción de venta de los terrenos que vence en dos años y que está supeditada al buen fin del proyecto), la Barcelona de Diagonal arriba se pregunta cómo Juan María Nin y Juan Antonio Alcaraz, que ya negociaron con Bañuelos cuando estaban en el Banc Sabadell y les compró Landscape, vuelven a las andadas. Es la incógnita que podríamos definir de denominador común entre los influyentes de la ciudad.

Bañuelos se ha lanzado a reconstruir sus negocios en España tras su bronceado brasileño a través de Amper. Esa compañía tecnológica, antigua filial de Telefónica, es la puerta a su repatriación empresarial. Allí tiene de socio a la compañía de César Alierta, que huye despavorido, aunque el entorno del empresario valenciano me lo justifica como una decisión anterior a su entrada en el capital de Amper. Curiosamente, La Caixa también es accionista de Amper (5,10%). Lo ha heredado de Banca Cívica. ¿Qué hará Isidro Fainé con esa participación? Tiene la opción de echarle un capote a Bañuelos y mantenerse en el capital ahora que poseen algún interés futuro más o menos común o proseguir con la desinversión en todas las participaciones empresariales que le ha legado Cívica. Pues, aunque se trata de poco dinero (algo más de dos millones de euros a valor de cotización), Fainé y su equipo no tienen excesivo interés en dar ningún apoyo a Bañuelos. Se irán.

Esos son los mimbres que anteceden a Barcelona World. Que sea una Buñuelada o un proyecto que dé más pábulo y negocio a Port Aventura y que complemente el PIB turístico catalán dependerá, una vez más, de cuánto se comprometa el poder público y de si Bañuelos, Xavier Adserà y compañía son capaces de arrancar en estos momentos fondos para la inversión de 4.500 millones de euros prevista con los que complementar los 900 millones que dicen tener.

Veo un ejército de incrédulos con este proyecto. Paciencia, control y fiscalización y el tiempo dará o quitará razones. Aunque ya he escuchado alguna voz que apuesta a que antes se inaugurará la independencia de Catalunya que abrirá las puertas Barcelona World. En fin, es una posibilidad…

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