El sentido oculto de Sant Jordi
La fiesta tiene un particular valor sentimental en Barcelona pese a no ser un día festivo, que se explica por la participación ciudadana
Cuando sentimos orgullo barcelonés, no es sin motivo. No se ha destacado con todo su significado que, a diferencia de otras capitales, los monstruos arquitectónicos que definen la ciudad –Palau de la Música, Hospital de Sant Pau, Sagrada Família, el Modernismo— no tienen nada de oficial.
Al contrario, son iniciativa de la sociedad. Es la ciudad, su ciudadanía, quien los ha ideado, alzado y financiado.
Los ricos levantaron el Liceu, las clases medias, el Palau de la Música, entre todos el templo de Gaudí. Un monumento a la sinrazón que se ha erigido por su propia fuerza, por su fascinante empuje vertical, en el indiscutible icono mayor de la ciudad.
Incluso la torre Agbar, el mejor edificio de los últimos tiempos, asimismo de iniciativa privada, se puede interpretar como un homenaje deconstructivo a Gaudí.
La rosa y el libro
Sirva el preámbulo arquitectónico y simbólico para adentrarnos en los misterios de una fiesta que sin ser una fiesta –no funciona si el 23 de abril es festivo— resulta ser el día mejor del año, el más festivo de Barcelona.
Sant Jordi parece un acontecimiento comercial de gran tirón popular, pero en el fondo se trata de una ceremonia iniciática de los ciudadanos, un voto o promesa que se renueva de año en año.
El amor entre la rosa y el libro es insólito y efímero, de un día
El simbolismo de la rosa y el libro es de una asombrosa y musculada sencillez. La naturaleza y la cultura siempre se han debatido, combatido, despreciado, incluso odiado. Es el sino de la especie humana.
Todas las demás especies son pura naturaleza, instinto, azar darwiniano viable. La nuestra no. Por eso resulta tan raro, aunque no lo parezca a primera vista, el amor entre la rosa y el libro. Amor de un día, insólito y efímero.
Si el hallazgo simbólico fuera suficiente, la internacionalización de la Diada sería pan comido. No lo es. Es cierto que libreros de todo el mundo se esfuerzan en popularizarla entre sus clientes y los paseantes.
La unión entre pétalos y páginas es sugerente, simpática, atractiva, pero parece ser que le falta algo para convertirse en fiesta mundial de libro y la rosa.
El tirón económico
Resulta, a favor de Barcelona pero en contra de la irradiación global de Sant Jordi, que no mueve grandes cantidades de dinero. Los beneficiarios son sectores con un poder económico entre medio y escaso, incapaces de invertir grandes sumas en potenciar la fiesta.
Comparemos con los días del padre, de la madre o de San Valentín, y no digamos el Black Friday. Esos sí son enormes tinglados que drenan muchos miles de millones desde los bolsillos privados a las grandes firmas, con propina para las pequeñas. Los primeros con motivación, excusa o extorsión sentimental; el Black Friday sin siquiera máscara.
Sant Jordi no mueve grandes cantidades de dinero en comparación con otras fiestas
No hay color. El promedio del gasto en la fiesta barcelonesa –sólo por extensión catalana— debe rondar los 20€ per cápita.
Seis o siete millones de rosas que no se venderían sin la fiesta. La mitad de los libros tal vez tampoco, si bien las semanas, ferias y otros artilugios ideados por el sector también consiguen buenos resultados en otras ciudades.
El motor de la fiesta
El atractivo simbólico es relevante. El comercial no es desdeñable pero tampoco es para lanzar cohetes. Lo de la competición entre escritores, a ver quién firma más ejemplares, es de párvulos.
El ridículo símil con la Fórmula Uno se debe a que los medios no saben por donde asir una festividad sin el menor referente o explicación.
Los tiros, el tiro gordo no va por ahí. No vayan a creer los escritores que en Barcelona se les quiere más que en otras partes.
Tampoco puede presumir Barcelona de ser una ciudad más culta, con índices más elevados de lectura o de consumo cultural. En cultura, ya es mucho si llegamos a la media.
¿Dónde está el secreto? Empezarán a descubrirlo cuando levanten el velo de las apariencias. Las paradas, las compras, no son más que una excusa.
Las flores y las letras son el pregón de la fiesta de la gente. Así de simple, los barceloneses inundamos las calles porque nos gustamos, porque nos sentimos unidos por un común sentimiento de gratitud.
Las paradas y las compras son una excusa para celebrar la fiesta de la gente
Cada paseante de Sant Jordi es actor y espectador de la fiesta. El secreto está en la multitud que llena las calles. Algo primario y a la vez sofisticado. Mágico, extraño insólito (e inexportable). De Barcelona, de sus ciudadanos.
Esos protagonistas de la fiesta que se dan, un día al año, un masaje colectivo, un homenaje que es un conjuro y consiste en deambular sin descanso por su querida y singular ciudad. Un voto de fidelidad. Un compromiso de felicidad. Una llamada a no desfallecer.