Jordi Pujol: homenaje imposible
El destierro del ex presidente Jordi Pujol como parte del imaginario colectivo catalán da sentido a gran parte de la situación actual
Como sus primeros pasos en política, el homenaje póstumo a Jordi Pujol ha revestido un carácter casi clandestino. La diferencia es que de sus primeros pasos podía enorgullecerse –los exhibió a lo largo de su dilatada carrera— pero de los últimos no debería sino avergonzarse.
En toda Cataluña existen plazas, avenidas y paseos con los nombres de los presidentes Macià, Companys y Tarradellas.
A pesar de figurar en la lista de líderes catalanistas juzgados y represaliados, si de algo pueden estar seguros Pujol y su clan es que su nombre no va a figurar en ningún espacio público relevante del país que dirigió durante tanto tiempo.
El rechazo a Pujol en la memoria colectiva lo ha dictado el pueblo y la condena es firme
Esta, la del rechazo al buen nombre en la memoria colectiva, es la más terrible de las sentencias. No la dicta un juez, la dicta el pueblo. No puede ser recurrida ante el tribunal de la historia porque la condena es firme y permanente.
Unos pocos centenares de fieles le rindieron homenaje, cierto, pero ninguno de ellos ha osado escribir unas líneas justificativas de su trayectoria.
Muchos de los presentes, después de pensárselo mucho, decidieron ir por conmiseración. De haber seguido ocultos los tejemanejes de su clan familiar, el homenaje hubiera revestido olor de multitudes.
La caída del mito pujolista
¿Cómo se explica el paso de la gloria al abismo? Porque a diferencia de otros políticos corruptos, Pujol se presentó como un ejemplo de probidad y predicó la moralidad como esencial en el catalanismo.
En otros pagos de España, algunos llegaron a lo más alto después de haber proclamado que estaban en política para enriquecerse. En Pujol, la distancia entre los valores defendidos en público y los actos destapados es abismal.
En numerosas ocasiones y ante auditorios dispares, Pujol confesó que su personaje histórico preferido es Moisés.
Nada más y nada menos que Moisés, el profeta que sacó milagrosamente de Egipto al pueblo judío esclavizado y lo condujo hasta las puertas de la tierra prometida. Salvadas las distancias, misión histórica de similar trascendencia.
Pues bien, es siguiendo el símil que se comprenderá la magnitud de la caída y el desengaño entre la multitud de quienes confiaron en él como líder que transciende la obra política de gobierno.
El catalanismo se sobrepuso a Pujol porque venía de una tradición anterior a él
Imaginemos que Moisés, después de romper las tablas de la ley por la indignación al ver a su pueblo adorando al becerro de oro, hubiera sido descubierto, de vuelta a su tienda, adorando en secreto a un becerro de oro particular. Es probable que el judaísmo hubiera dejado de existir.
Si el catalanismo perdura es porque venía de lejos y ha sabido sobreponerse al tremendo golpe moral. El pujolismo como versión oscura del catalanismo no puede desaparecer del pasado pero no está en ningún horizonte.
Del «peix al cove» al 3%
La ruptura es tan drástica que los problemas del Pdecat como heredero de CDC conducen incluso a renunciar al autonomismo como algo no sólo insuficiente sino contaminado por la corrupción pujoliana.
A pesar de los esfuerzos de Artur Mas, el Pdecat lo tiene muy difícil para sobrevivir por la genealogía pujoliana. Es preciso ir más allá en el análisis.
En un ensayo destinado a demostrar que lo mejor era mantener el estatus quo y no emprender la maragalliana aventura de la reforma del Estatut, Jordi Amat tacha de irresponsables a los que propiciaron una tal aventura. Lo hace para salvar a Pujol, que se opuso con todas sus fuerzas a la reforma aduciendo que el “peix al cove” funcionaba.
Cuando Maragall pronunció en el Parlament la famosa frase sobre el 3% como problema de CDC, el escándalo fue mayúsculo. No porque se lo inventara, pues se quedó corto, sino porque osaba destapar la podredumbre.
Pues bien, la irresponsabilidad no estaba en los que pretendían reformar el Estatut –el arco parlamentario casi al completo— sino en algo mucho más sutil pero a todas luces evidente que contribuyó a bloquear el Estatut.
Si la política de “peix al cove” –pájaro en mano— arrojó tan pobres resultados, fue en buena parte porque en realidad había dos “coves”.
El público, que nunca se llenaba como el vasco, ni de lejos, y del que a menudo acababa saliendo más pescado del que entraba. Y el privado, el Pujol y familia.
La interrelación fue inversamente proporcional. Cuanto más pescado al cesto particular, menos en el colectivo, al de todos los catalanes, le votaran o no, so pena de revelación de la secreta adoración del becerro de oro. Así nos fue.
Y bien amargas que han sido, en muchos sentidos, las consecuencias.