Brexit, Europa o EEUU

Los británicos deben decidir si a pesar del brexit siguen bajo el paraguas europeo o aceptan la oferta de Trump y se convierten en satélite americano

Una de las realidades más sólidas y menos tenidas en cuenta por los observadores de la realidad de nuestro tiempo se refiere a la geopolítica. Vivimos en un mundo de gigantes en el que no hay lugar para heroísmos triunfantes como el de David frente a Goliat.

Existen tres opciones: una, eres gigante; dos, formas parte de un gigante; y tres, te quedas al margen y espabilas como puedas. Europa se enfrenta, y parece ser que con plena conciencia de sus mandatarios, al reto de seguir siendo el tercer gigante mundial, en competencia con los dos que ya existen, los Estados Unidos y China.

El brexit es un golpe duro, pero todavía no está consumado. Hasta que finalice el presente 2020, o más tarde si hay prórroga en las negociaciones, no sabremos si el Reino Unido se queda, bajo condiciones especiales, o si migra hasta situarse en la órbita americana.

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Lo que no puede ser y no va a ser Gran Bretaña es un país independiente, con plena autonomía o soberanía. Nuestro mundo, el de hoy, no lo permite. Es una cuestión de escala, de tamaño, de fuerza, de masa, no de voluntad. Menos aún de orgullo o nostalgia de un pasado imperial.

La alternativa, tanto para los británicos como para el resto de países de tamaño medio consiste en situarse a cubierto bajo un paraguas mucho mayor que ellos. O eso o quedarse a la intemperie. Tal vez se pueda sobrevivir a la intemperie, pero es mucho más difícil competir, estar en el primer nivel de la prosperidad, los intercambios ventajosos, la tecnología y el poder.

Mejor bajo paraguas, claro. El problema para los británicos es decidir si a pesar del brexit siguen bajo el paraguas europeo o aceptan la oferta de Donald Trump y se convierten en satélite americano.

Los viejos imperios eran de naturaleza extractiva, de trato desigual y explotador

Para constatar que en la primera fila no queda margen para la singularidad, basta comparar los estándares y las normativas norteamericanas con las europeas. Desde la alimentación, hasta los medicamentos pasando por los productos manufacturados o el derecho civil y mercantil, los parámetros son distintos.

Todo está regulado de modo incompatible, así que un país como el Reino Unido está obligado a optar. O se mantiene bajo los estándares europeos o renuncia a ellos y adopta los americanos, mucho más lachos en cuanto asoman los intereses de las grandes multinacionales.

La diferencia entre los grandes paraguas del presente y los imperios del pasado es de orden interno. Los viejos imperios eran de naturaleza extractiva, de trato desigual y explotador. El poder se manifestaba de modo vertical y unidireccional, de la metrópolis hacia las colonias.

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Los gigantes de la actualidad no funcionan así. Hay muchas maneras de estar a cubierto de su capa protectora. En los viejos imperios, salvo el romano, y por eso duró tanto, las colonias sobrevivían condenadas a la obediencia y a sufrir un expolio despiadado.

En nuestro mundo, el margen para la prosperidad de lo que antes eran súbditos ha aumentado de modo tan exponencial que nadie siente siquiera la tentación de liberarse.

La China, los Estados Unidos y Europa se caracterizan por una enorme descentralización de la actividad, con muy amplios márgenes de autonomía para los estados miembros y las grandes ciudades. Los viejos imperios cayeron porque eran rígidos, los gigantes de hoy son flexibles.

Si Londres opta por América, perderá Irlanda del Norte y puede que Escocia

La diferencia sustancial entre los tres es que mientras en China y los Estados Unidos el paraguas está sostenido por una sola mano, Europa –vista su historia y su diversidad– no ha tenido otro remedio que poner todas las manos en el mango del paraguas. Parece una desventaja pero tal vez acabe no siéndolo. Al tiempo.

Lo que han decidido los británicos, con el pretexto imposible de la plena soberanía, no es retomar el control de su destino como asegura Boris Johnson, sino soltar la mano del paraguas protector. Vale. Tampoco Suiza o Noruega y otros están presentes en las cabinas de mando y muy bien que les va. Canadá no pinta nada en Washington pero prospera bajo su manto hasta consolidarse como uno de los lugares mejores del mundo.

De modo que lo decisivo no forma parte de las noticias de la actualidad ni de las celebraciones o los lamentos. El reto empieza ahora y es binario. O con nosotros, los europeos, bajo las condiciones que se puedan establecer pero siempre bajo paraguas europeo, o sometido a los Estados Unidos.

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Este y no otro es el dilema. La administración americana no tardará en ofrecer un contrato de adhesión, maravilloso en los titulares pero con un letra pequeña que no va ayudar al equilibrio social.

Bruselas, por su parte, es más proclive a contratos sociales mucho más benignos para los desfavorecidos. Por si fuera poco, cuenta con una doble baza de presión. Si Londres opta por América, perderá Irlanda del Norte y puede que Escocia.

Nada está decidido. La incertidumbre es grande, pero en medio de ella puede descartarse que las Islas sean ni de lejos tan independientes como prometieron los predicadores del brexit.   

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