Borràs y Vidal, este cuento se acabó
Cuando se pierde el sentido de la realidad, se está perdido. Todos los ciudadanos corremos un riesgo: vivir en un entorno determinado, familiar, profesional, con amistades que comparten lo mismo. Las conversaciones giran sobre unos mismos intereses, y sólo se llega a matizar algunos detalles. Cuando ocurre eso, uno puede llegarse a creer sus propias mentiras, sus propias valoraciones. Es un círculo cerrado.
Eso está ocurriendo en Cataluña. El mundo soberanista se cree todo lo que dice e impulsa. ¿El acto de Puigdemont en Bruselas? Un éxito absoluto. ¿Europa en contra? Todo lo contrario: están deseando abrir los brazos a un nuevo país, la Cataluña independiente de España.
Y en esas conversaciones para iniciados, para los que comparten la fe, llega el juez Santiago Vidal, convencido de que Cataluña será un estado independiente en muy poco tiempo. Vidal fue sancionado por el Consejo General del Poder Judicial por elaborar una Constitución catalana con tres años de suspensión. El ahora senador de ERC se quejó y vio la medida totalmente desproporcionada. ¿Pero qué se puede decir ahora de alguien que, en calidad de juez, se ha atrevido a admitir que el gobierno catalán ha cometido ilegalidades?
El problema es asegurar en público que la Generalitat ha cometido ilegalidades y que cuenta con información tributaria de todos los catalanes. O que se han ocultado 400 millones de euros en los presupuestos para estructuras de estado, o que se dispone de créditos de bancos de inversión para aguantar los meses necesarios mientras Cataluña no tenga financiación.
Las recopilaciones de todas esas reuniones, organizadas por ERC, con Santiago Vidal como protagonista, para debatir sobre los pasos que deberá hacer el nuevo estado, como ha publicado El País, le complican la vida al propio Vidal, y a todo el Govern.
Pone en guardia a la Fiscalía y deja en evidencia a todo el bloque independentista. Y constata que hasta aquí hemos llegado, que este cuento se ha acabado y que lo único razonable que debería pasar es que se convocaran cuanto antes las elecciones y se buscara un nuevo inicio en la política catalana. La aventura ha llegado a su fin. El bloque independentista debe abrir los ojos y escuchar a quien tiene al lado, a quien no va a esas reuniones, a quien comparte otra realidad en Cataluña.
La guinda, aunque es igualmente grave o más que lo que ha revelado Santiago Vidal, la ha puesto la consejera de Gobernación, Meritxell Borràs, al animar a los funcionarios a que se tomen el día libre el 6 de febrero, el día del juicio a Artur Mas por la causa del 9N, para manifestarse en las calles. Que lo hagan los ciudadanos que lo deseen es totalmente respetable: libertad para cada uno de ellos, y si tienen días libres, o lo avanzan por los festivos que les corresponden, perfecto. Pero que se anime a los funcionarios es una muestra de totalismo, del que habla Miquel Porta Perales en su libro Totalismo, es entender que todos los funcionarios de la Generalitat deben estar al servicio de la causa independentista, es de una extrema gravedad.
El problema central es que para todo ese bloque independentista tanto la actuación de Santiago Vidal como los ánimos de la consejera Borràs forman parte del paisaje, son cuestiones normales, nada excepcionales. Se consideran algo lógico, racional, cívico.
Indica todo ello que, más allá de si se realiza o no el referéndum de autodeterminación, de si se convocan elecciones o no, Cataluña vive una situación anómala, con ciudadanos viviendo en realidades paralelas. Sin embargo, no son dos mitades. Existe una que vive obsesionada con crear un estado propio, que se cree sus propias historias, y la otra vive en la perplejidad, en el silencio, o en el combate contra ese proyecto. Y así no se puede seguir por mucho tiempo.