Borràs o el fin de numerosos espejismos

Ni siquiera los escasos e incondicionales "supporters" que la aplaudieron a las puertas del Parlament consideran que Borràs esté o vaya a estar en condiciones de aportar nada positivo a la causa común

Primer espejismo evaporado, el de los conversos como salvadores del movimiento al cual se adhieren. Laura Borràs se convirtió al independentismo en otoño del 2017. Unos ven en ello una oportunidad de medrar, otros desconfían, pero la mayoría saludan a los conversos con la alegría de quien aumenta las filas. Si todos se convirtieren, no sería preciso seguir luchando.

Los precedentes de conversos salvadores son ilustres. Sin salir de nuestra venerable tradición, recordemos que San Pablo fue la clave de la expansión del cristianismo. Asimismo, la aportación de Agustín, obispo de Hipona, pero antes fervoroso hedonista, además de adepto de la religión de los maniqueos, es asimismo tan crucial que, llevados por el entusiasmo y no contentos con su canonización, elevaron a su madre a los altares, santa Mónica y por si fuera poco a su hijo, san Adeodato, a pesar de que muriera tan joven, el pobre.

Eso son conversos decisivos y no la defenestrada y, a pesar de ello, presidenta nominal del Parlament. Que ella se presentara como salvadora sin reconocer la derrota del 2017, y además con muchas posibilidades reales de suceder a su compañero de la triste figura, Quim Torra, en la Presidència de la Generalitat, pues mira, allá sus discursos y la credulidad de sus partidarios.

Credulidad que no tiene en cuenta el dato más relevante de la anterior legislatura, a saber o recordar, que entre las elecciones que condujeron a Torra a la Casa dels Canonges, aunque sin comerlo ni beberlo, ni habérselo imaginado, ni siquiera soñado, y las que sellaron el fracaso de Puigdemont al quedar por detrás de un avispado, pero simple gestor llamado Pere Aragonès, el independentismo perdió nada más y nada menos que la abultada cifra de, agárrense, ¡800.000 votos!

Resultado: ni siquiera los escasos e incondicionales «supporters» que la aplaudieron a las puertas del Parlament consideran que Borràs esté o vaya a estar en condiciones de aportar nada positivo a la causa común. No digamos decisivo, se conformarían con un minúsculo granito de arena. Es, va a ser, todo lo contrario.

Y lo contrario es la total demolición del segundo espejismo aquí relacionado, ya muy maltrecho, poco menos que en ruinas, desde la famosa confesión de Pujol, de la cual se acaban de cumplir ocho años. Se trata, o mejor se trataba, se trató, o se había tratado, de la superioridad moral del catalanismo, por no decir de los catalanes, gente de bien, europeos de pro, portadores de la modernidad, nada sanguinarios y honestos por demás.

Borràs, como todo el mundo sabe, no será juzgada por nada relacionado con el independentismo, la desobediencia, el desacato o algo que se parezca a plantar cara a los tribunales si no es en el plano de la retórica y el quedar bien con los suyos sin saltarse, eso sí, ni una coma de las disposiciones legales o las sentencias judiciales.

Sus defensores afirman que la fragmentación de contratos era y es algo habitual, y que no se la persigue por unas irregularidades administrativas que son el pan de cada día en todas las administraciones, sino por el hecho de encarnar las expectativas del independentismo exprés.

Convencidos andan de que si se hubiera apeado del no surrender como los de Esquerra no habría caso y que las investigaciones habrían acabado archivadas como las de los favoritismos de Ada Colau. Incluso admitiéndolo, que no es el caso porque aquí hubo mucha desvergüenza, porque no entraba para nada la proximidad ideológica sino la personal; incluso apuntándose a la rocambolesca teoría de que los mensajes fueron inventados por la Guardia Civil, el espejismo de la superioridad moral se va al garete, pero pasando antes por el retrete. Y otro día tal vez hablemos de la que fuera conocida en toda Europa como ciudad de las bombas, del espíritu catalán guerracivilista de un siglo atrás y de la sangre catalana vertida por catalanes por diferencia de ideas o gratuita inquina.

De ahí al tercer espejismo. Hay más, y les avanzo el de que en política es positivo entrar por la ventana, catapultado desde la plaza, en vez de subir por las escaleras. O que es justificable llegar a los más altos cargos por designación a dedo del designante, temeroso de que alguien mejor le haga sombra, o sea movido por la razón exclusiva del demérito. Hay más, pero de momento bastará con esos tres.

El tercero es un espejismo que, a pesar de serlo desde el primer día, cuenta aún en nuestros días con millones de adeptos, y encima van en aumento. Es el espejismo de la reconversión de las víctimas en ángeles.

El Dios de la Biblia, vengativo y justiciero, destruye Sodoma, pero no por ello los sodomitas dejan de ser culpables y Yahvé estar cargado de razón según los textos canónicos. Sin embargo, la crucifixión de su hijo y el posterior rosario de mártires cambió las tornas de un modo radical, que en nuestros tiempos se ha convertido en verdadero dogma de fe.

De manera que lo cierto, que hay víctimas y víctimas, se ha vuelto muy arduo de defender. Lo real es que hay víctimas inocentes y víctimas que, como enseña la historia, no son mejores que sus verdugos y que, de haber tenido la fortuna de su lado, hubieran cambiado las tornas convirtiéndose a su vez en verdugos. Pero es inútil recordarlo.

De ahí que Borràs, acogiéndose a la benevolencia y a la tergiversación, haya escogido el papel de víctima. La persiguen por sus ideas, sus nuevas ideas, no por sus actuaciones. Por lo menos su querido Quim Torra descolgó alguna pancarta fuera de plazo, algo es algo, algo relacionado con sus ideas y soflamas. Pero Borrás no. Porque Borrás es doble víctima. ¿Doble? Por lo menos.

Por una parte de las vengativas fuerzas del orden y de la ídem justicia española, que no le perdona su incansable tesón. Y, peor aún, de la traidores a la fe independentista, que la crucifican y la echan del Parlament por coherente y a sabiendas de que es inocente.

¿Y como queda la cosa en política? Bueno, pues que con defensores del maximalismo como ella más a favor de los pragmáticos, empezando por los de su partido. En fin, que en un país repleto de ingenuos, y encima de periodistas ingenuos, corre la voz, de palabra y por escrito, de que Borràs morirá matando. ¿Con qué armas? ¿O no morían los mártires rezando y perdonando?

Colofón: quienes a pesar de la desaparición de escena de la depositaria de sus expectativas, aún confían en su capacidad de obrar milagros, mejor se dejen de espejismos y vayan a lo práctico: Bernardette de Lourdes, que era menos cándida, pero más inocente, sí obra milagros. Y a diario.

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