Borja Prado: el presidente de Endesa en la ínsula Barataria de Aznar

Simulamos lo que somos y disimulamos lo que no somos. En este principio se amparó el ENEL italiano para alcanzar el control de Endesa, la gran empresa eléctrica española, presidida por Borja Prado Eulate, hijo del desaparecido embajador Manuel Prado y Colón de Carvajal, ex visitante contrito en las soirés financieras de Zarzuela de otro tiempo, bajo la atenta mirada de Juan Carlos de Borbón y la reprobación de Sabino Fernández, el probo general, que calló sin otorgar.

Sobre el catafalco de su frustrada fusión con Gas Natural, la compañía de la luz, fundada por el ingeniero Pearson y blasonada por la herencia de Juan March (la llevó a la quiebra bajo el nombre de Barcelona Traction), está comandada hoy por el hijo del embajador, un aventajado hándicap del golf de Sotogrande, larga mano de la sombra movediza de José María Aznar y antídoto eficaz frente al anhelo de la Catalunya industrial, donde Endesa obtiene el 50% de su retorno, en régimen de monopolio.

ENEL puso sus pies en la España eléctrica y aguardó el paréntesis de Zapatero con la intención de convertirla un día en su ínsula Barataria; solo que, en este caso, el papel de los condes de Villahermosa creados por Cervantes está desempeñado por el ex presidente Aznar, un político a nómina de Endesa en calidad de consejero independiente, mientras que el destinatario de la ínsula no es el escarnecido escudero Sancho Panza, sino el grupo italiano ENEL.

Cuando por fin ha llegado la hora de cobrarse el favor, Borja Prado presiona al Gobierno para suceder a Antoni Brufau al frente de Repsol, mientras los italianos destinan la presidencia de Endesa al actual consejero delegado de la compañía, Andrea Brentan. El puente está trazado. Con la complicidad del ministro De Guindos, que le ha prometido el nihil obstat de Moncloa, Borja Prado se sabe llamado al cambio de tercio; cambiará la eléctrica por la petrolera y, paralelamente, tratará de mantener a toda costa el encargo que un día le hicieron sus accionistas: la presidencia de Mediobanca en España, a la que se añaden los poderosos conglomerados de Mediaset (Tele 5) y de Rizzoli en El Mundo y Expansión. Casi nada.

El mercado eléctrico español es, una vez más, el teatro de operaciones de la división internacional del trabajo; un juego de correlaciones en el que los contendientes se expresan a través de sus canales. Borja Prado utiliza Expansión en alianza con el consejero de Repsol Juan Abelló, el antiguo socio de Mario Conde en Antibióticos, financiero y cinegético frecuente en las monterías de Gredos, la tumba política del ex ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo; y, también, el escenario de venados abatidos que cercenó la imagen del Juez Garzón, alevosamente perseguido por el sindicato ultraderechista Manos Limpias, vengador de la causa penal abierta por el magistrado contra los crímenes del franquismo.

La conexión italiana no pasa por Moncloa. Y la primera tentación ha sido naturalmente la de ofrecer a Rodrigo Rato la vacante de Prado si ésta se produce finalmente. Pero, lavar la imagen de Bankia es tan imposible ahora como arreglar las cuentas de Enersis, la filial chilena de Endesa. El entorno de Prado juega fuerte; cuenta con la ayuda de José María Entrecanales (Acciona) y Fernando D’Ornellas, Ceo del grupo Bergé. La conexión en este caso se encuentra repartida entre los negocios y en los greens con igual intensidad. Entrecanales y D’Ornellas en Puerta de Hierro, junto a un Ybarra Zubiría, el responsable de renovables de Acciona, el core business de esta compañía; Prado, por su parte, en el Sotogrande gaditano, donde este verano ha recibido las visitas de Florentino Pérez (ACS) y del ministro Guindos, su mejor valedor.

En el maridaje ENEL-Acciona en el capital de Endesa, Padro contó con la complicidad de Entrecanales y con la ayuda de Jaime Castellanos, presidente del banco de negocios Lazard y antiguo director general de Recoletos. Ahora, Prado pretende una alianza con Florentino para el turno de Repsol. Y de ahí la renovada negociación en la noche gaditana, el juego a tres bandas, entre dos hinchas merengues, Florentino y Prado, y uno del Atlético de Falcao, Guindos, árbitro al fin en las correlaciones que se prefiguran. Sobre el mantel del domicilio veraniego de Prado en Sotogrande se han expuesto los mensajes aunque decisión final ha esperado el turno de los estados mayores del núcleo duro de ACS: los March y los Albertos.

En desafuero de Borja Prado no es nuevo. Su dinamismo le permitió ganar la presidencia de Endesa y ahora busca un segundo round en Repsol. Pero la Moncloa de Rajoy no es el arma arrojadiza que fue la de Aznar para los altos cargos empresariales, como Vilallonga, Cortina, González, etc., que abordaron las primeras filas del mundo económico. Los monclovitas de Rajoy no olvidan. A los firmes apoyos de Brufau para mantenerse en Repsol (el ministro Soria y también Montoro o el mismo Álvaro Nadal, el influyente jefe de la Oficina Económica de Moncloa) se le antepone la teatralidad de Prado, algo que no es del agrado de Rajoy.

La partida se dilucida en Madrid, pero sus bazas más profundas se juegan en Latinoamérica, con una Endesa debilitada por sus pérdidas en Chile y una Repsol digiriendo todavía la nacionalización de YPF en la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner. La América blanca de Santiago de Chile sumida en una vuelta de tuerca regulatoria que obliga a un replanteamiento de Endesa; y la América bolivariana volcada en una insurgencia frente a la Repsol y tratando de poner trabas a la explotación de nuevos yacimientos. En ambos frentes, la diplomacia de Washington en un inesperado renacimiento de la doctrina Monroe (América para los americanos elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe, en 1823). Y en este último trecho, una injerencia inesperada: el papel beligerante del embajador en Madrid, Alan Solomont, que acusa a Brufau de haber introducido operadores indeseables en el continente.

La energía no se crea ni se destruye; solo desgasta. El último tirón de Borja Prado puede ser muy bien el epígono de una etapa de injerencias políticas en los negocios producto del arcaísmo del Estado español. La competencia implícita lanzada por Borja Prado sobre el trono de Repsol esculpe la avalancha de lo público sobre la esfera privada; y esta última expresa el particularismo catalán, su multiplicidad romántica, en parte excéntrica, que difiere de otros modelos occidentales.