Boris Johnson y la fuerza de la mentira
La mentira es la primera de las fuerzas, pero también tiene un límite. Y Boris Johnson parece haberlo rebasado
“La primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo es la mentira”. Esta sentencia abre el soberbio y clásico ensayo de Jean-François Revel El conocimiento inútil, reeditado ahora en España por la editorial Página Indómita. Se publicó por primera vez en 1988 y sigue vigente en esta época de fake news y posverdad. Nunca habíamos tenido acceso a tanta información y, sin embargo, no pocos abrazan la mentira para fortalecer sus prejuicios y alimentar sus bajas pasiones. La mentira es la primera de las fuerzas, pero también tiene un límite. Y Boris Johnson parece haberlo rebasado.
Las mentiras se han llevado al primer ministro británico por delante. Sus propias mentiras. Nunca creyó que las normas fueran con él. Siendo el líder político más culto de Europa, fortaleció su carisma a base de tropelías y excentricidades. Su libro El factor Churchill nos da alguna pista sobre el propio autor. Se mira en el espejo y quiere verse. Escribe sobre su (nuestro) referente: “Churchill era divertido, irreverente y políticamente incorrecto, incluso para lo que regía en su época”. A su manera, es todo un elogio.
Las fiestas en la residencia oficial durante la pandemia generaron un problema de ejemplaridad que dejó maltrecha su autoridad. Los vídeos se hicieron virales en las redes sociales y parecía que iban a significar su fin, pero Boris tiene más vidas que un gato, y aprovechó la invasión rusa de Ucrania para darle un sobreactuado toque churchilliano a su retórica. Apenas prolongó unas semanas la agonía. Su situación fue degenerando y la caída se aceleró en 24 horas frenéticas, durante las cuales dimitieron decenas de sus ministros, unos 50 cargos en total.
Nos dicen que la gota que colmó el vaso fue la mentira sobre el nombramiento de Chris Pincher como responsable de disciplina de su partido. Pincher estaba acusado de agresiones sexuales, había manoseado sin su consentimiento a dos hombres en un club privado de Londres, y Johnson mintió al asegurar que no lo sabía. Seguía el mismo modus operandi que había practicado en el Partygate: mentiras y versiones contradictorias. Pero esta vez no hubo clemencia. La semana anterior los tories habían recibido un duro castigo en unas elecciones parciales. En algunas circunscripciones como Tiverton and Honiton no habían perdido desde 1977. Algo estaba cambiando en el electorado. Una amenaza se cernía sobre los diputados conservadores.
Bien por conciencia moral, bien por cálculo electoral, lo cierto es que los conservadores británicos no han querido sumergirse en el lodazal cínico en el que chapotean, por ejemplo, los sanchistas españoles. Nadie miente con tanta impunidad y descaro como el presidente español, pero Pedro Sánchez haría bien en poner sus barbas a remojar. El caso británico nos demuestra que la verdad y la integridad aún siguen siendo importantes en democracia, aunque a veces las lecciones lleguen tarde, tras tomar decisiones irreversibles. La demagogia, sin ir más lejos, consiguió la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el Brexit.
Johnson sigue estando orgulloso de aquella campaña y de sus consecuencias: un país más aislado y dividido, con menos control, con un grave problema en Irlanda del Norte e incubando un futuro procés en Escocia. Es el precio del populismo. No obstante, la guerra de Rusia puede estar empujando a Occidente hacia una fase post-populista, hacia una mayor responsabilidad política. El Partido Conservador británico siempre se ha caracterizado por su pragmatismo, por saber adaptarse a los signos de los tiempos. Quizás la patada a Johnson haya que leerla también en esta clave.
Boris supo conectar con la clase trabajadora mejor que los laboristas y consiguió una amplia mayoría absoluta en 2019
No sería el primer bandazo de este gran partido. Tras años de líderes cascarrabias, el David Cameron introdujo en los tories un aire blairiano, alegre y moderno, defensor de la sanidad pública y del medio ambiente. Su Big Society era la tercera vía del centro-derecha. Cameron dejó atrás el thatcherismo y apostó por un conservadurismo más compasivo. Con todo, su némesis desde las épocas de Eton y Oxford le daría una vuelta de tuerca antiliberal al programa torie, abonándose a un nacionalpopulismo proteccionista y de elevado gasto público. Boris supo conectar con la clase trabajadora mejor que los laboristas y consiguió una amplia mayoría absoluta en 2019.
Mientras en la Europa continental, de sistemas electorales más proporcionales, la derecha, como la izquierda, se fracturaba entre los más institucionalistas y los más populistas, en el Reino Unido el populismo brexitero era adoptado por el gran partido, el de mayor tradición. Ahora, sin embargo, los vientos de cambio se llevan a Boris, pero no precisamente hacia la noche de gloria que cantaron los Scorpions. Es posible que el genio de Boris Johnson encuentre la manera de volver y que éste solo sea un hasta luego, pero esperemos que el partido conservador británico abra una nueva etapa y pronto vuelvan a ser un modelo para todos los liberales y conservadores del mundo.