Boris Johnson pasa a ser fijo discontinuo
Johnson seguirá viviendo hasta el otoño en la residencia oficial, ejerciendo como responsable máximo del ejecutivo pero sin serlo. O siéndolo, porque no queda claro que los tories cuenten con ningún sustituto para la vuelta de las vacaciones
“Estimado presidente: la ciudadanía confía con razón en que el Gobierno se conduzca de un modo apropiado, competente y serio. El tono que uno marca como líder y los principios que representa se reflejan en sus colegas, en el partido y, finalmente, en el país. Tristemente, en las circunstancias actuales, la ciudadanía ha llegado a la conclusión de que nuestro partido ya no es competente ni defiende el interés nacional. Me entristece decir que la situación no cambiará bajo tu liderazgo y, en conclusión, has perdido mi confianza”.
En este párrafo está resumida la grandeza del sistema político de un país. Lo que diferencia a una democracia de cualquier otro orden social. Distingue con claridad la soberanía que el pueblo deposita en sus representantes de las partitocracias sujetas a la disciplina de unas siglas. En esas líneas se cumple fielmente con la premisa que dice que un partido y un gobierno deben estar al servicio de la sociedad y no al revés. Y quien las ha escrito deja claro que se ha educado en el compromiso con la libertad y la lealtad a unos principios. No a una persona.
Por eso una misiva así nunca la escribirán Lambán, ni García Page, ni Fernández Vara. Y mucho menos Ione Belarra, Irene Montero o Yolanda Díaz. Este párrafo es parte de la carta que el ya exministro de Economía británico, Rishi Sunak, ha enviado a Boris Johnson anunciándole su dimisión y pidiéndole al primer ministro que siguiera sus pasos. Y todo apunta a que han sido estas palabras, apoyadas también por el exministro de Sanidad, Sajid Javid, las que finalmente han precipitado el anuncio de dimisión de Boris Johnson. Dos ministros de peso que, junto a una cascada de deserciones, han doblado el brazo del inquilino del 10 de Downing Street.
Lo curioso de esta dimisión es que de producirse en España podríamos decir que Johnson es a partir de ahora un primer ministro fijo-discontinuo. Seguirá viviendo hasta el otoño en la residencia oficial, ejerciendo como responsable máximo del ejecutivo pero sin serlo. O siéndolo, porque no queda claro que los tories cuenten con ningún sustituto para la vuelta de las vacaciones. Y es que el sistema político británico tiene envidiables resortes de corrección democrática que impiden que se impongan los personalismos pero, por el contrario, se atasca en la distancia corta. Les podrá parecer frívolo, pero créanme si les digo que el político británico es un animal de sangre fría que toma las decisiones más radicales en los días más calurosos del año. Entre mayo y julio (agosto ya es otoño en Reino Unido) echaron a Theresa May, aprobaron el Brexit y ahora dimiten a Johnson. No es casualidad.
Necesitan una especie de descarga extra de serotonina, de chute lumínico, como el que buscaba el premier entre los cuadros del museo del Prado. La luz es la clave. Y Johnson la ha perdido. Sus “compañeros de partido”, ya saben, las más peligrosas de todas las especies depredadoras, no ven ningún halo tras la rubia cabellera. ¿Mintió durante la pandemia? Sí. ¿Se emborrachó en el jardín? También. ¿Encubrió los desmanes de sus protegidos? Sin duda. ¿Supo llevar la situación con discreción para que no afectara en los sondeos? En absoluto.
Johnson pierde las riendas del país
En definitiva, perdió las riendas del país y el control de la situación entre los suyos. Y eso en un partido como el de los conservadores británicos es imperdonable. Su vida disoluta no fue impedimento para que los tories le eligieran como líder. Sus mentiras no eran nuevas y su excentricidad se entendía incluso como un atractivo electoral. Pero cuando los errores empiezan a superar en número a los aciertos, se encienden las luces de alarma. Y la británica, afortunadamente para ellos, es una democracia que se ha ejercitado para reaccionar con rapidez.
Al Partido Conservador le costará, como he dicho antes, nombrar al sustituto de Johnson. Pero sea quien sea que nadie piense que la política británica va a cambiar de manera radical. Ni respecto de Ucrania, ni de Irlanda, ni de Escocia. Quien crea que un cambio de primer ministro puede facilitar la convocatoria desde Edimburgo de un nuevo referéndum de independencia, se equivoca.
A su manera, la democracia británica genera sus relevos, dejándolo todo atado y bien atado. Empezando por el primer ministro. Lo ha dicho Johnson en su despedida: “espero que el sistema darwiniano garantice la elección de mi sustituto”. Es decir, ni el más fuerte ni el más inteligente. Será quien mejor se adapte. Algo que él no ha podido hacer.