Boris, Brexit, Belfast
Si el brexit ha sido un desastre desde la propia convocatoria de la consulta, resulta un auténtico despropósito en el ámbito territorial
Salvo monumental sorpresa, el 23 de julio Boris Johnson será elegido nuevo líder del Partido Conservador en el Reino Unido. Días después, se convertirá en el próximo primer ministro del país. El brexit que descabalgó a Theresa May será su gran desafío.
Boris Johnson ha prometido dejar la Unión Europea el 31 de octubre, con o sin acuerdo. Es su apuesta principal. Aunque parece sobre todo una toma de posición negociadora frente a la UE, supone también una promesa demasiado categórica como para poder obviarla. De manera que la opción No deal –sin acuerdo– se revela hoy más probable que nunca.
Hasta dos tercios de los afiliados al Partido Conservador son partidarios de la salida de la Unión Europea
La salida del Reino Unido de la Unión Europea implicaría un conjunto de efectos tan imprevisibles que ningún dirigente “sensato” se atrevería a tenerla en consideración. Sin embargo, según algunas encuestas, hasta dos tercios de los afiliados al Partido Conservador son partidarios de esta alternativa.
Quizás la incógnitas de mayor calado que se presenta concierne a Irlanda del Norte. Un análisis siquiera rápido del asunto pone de manifiesto la gravedad de las posibles consecuencias.
Un repaso conveniente
No está de más recordar que el Reino Unido está configurado por Gran Bretaña más Irlanda del Norte, y que en Gran Bretaña conviven tres naciones: Inglaterra, Escocia y Gales. Irlanda del Norte, a su vez, está formada por seis de los nueve condados que constituyen el Ulster, una de las cuatro provincias irlandesas históricas.
¿Cómo se llegó a esta rocambolesca distribución territorial? Aun a riesgo de caer en la trivialidad, podríamos intentar una breve recapitulación: la relación entre Inglaterra e Irlanda se caracterizó por la posición opresora de la parte inglesa y el sometimiento irlandés, con distintos grados de autonomía y conflicto en función del momento histórico.
Cuando Enrique VIII instaura en el siglo XVI el protestantismo en el reino, Irlanda decide mantenerse católica. Este hecho condicionó absolutamente la relación durante los siglos siguientes.
Los católicos irlandeses son despojados de los derechos más elementales lo que provoca continuas revueltas cuando no guerras abiertas. En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, se produce un levantamiento nacionalista que cuenta con escasos apoyos a pesar de lo cual es sangrientamente reprimido por el gobierno británico.
El fusilamiento de los cabecillas propicia el cambio de postura del pueblo irlandés que se decanta por apoyar a los partidos de la resistencia, en particular al Sinn Féin. La guerra entre el Ejército Republicano Irlandés (el IRA) y el ejército británico concluyó en 1921 con el Tratado Anglo-Irlandés y la constitución del Estado Libre Irlandés, que en realidad no fue república independiente hasta 1949.
El Tratado determinaba que el Estado irlandés quedaba formado por veintiséis de los treinta y dos condados existentes; los seis restantes, principalmente protestantes, se mantendrían bajo soberanía británica.
La población de Irlanda del Norte se dividió entre unionistas –partidarios de la permanencia en el Reino Unido y mayoritariamente protestantes– y nacionalistas –partidarios de la integración en la República de Irlanda y eminentemente católicos–. Los católicos eran considerados ciudadanos de segunda, carecían de derechos básicos y nutrían las capas sociales de menores rentas.
Hacia finales de los años 60, se suceden en Belfast y Derry una serie de manifestaciones de norirlandeses católicos demandando la recuperación de sus derechos civiles, las cuales fueron reprimidas de manera expeditiva.
Los enfrentamientos sucesivos suelen considerarse el comienzo de The troubles, tres décadas de sangriento conflicto protagonizado por la actividad de diversas organizaciones terroristas. Por un lado, el IRA y sus distintas escisiones; por el bando unionista, los paramilitares del UVF –Ulster Volunteers Force– y del UDA –Ulster Defence Association–. El ejército británico tampoco contribuyó a la distensión y el llamado bloody Sunday supone un icónico ejemplo.
El brexit ha sido un desastre desde la propia convocatoria de la consulta, realizada por un primer ministro iluminado movido por puras motivaciones partidistas
El balance final del conflicto eleva por encima de 3.500 el número de muertos y suma más de 50.000 heridos. En 1998 se firma el denominado Acuerdo de Viernes Santo que otorga autonomía política a Irlanda del Norte dentro del Reino Unido y elimina cualquier vestigio de frontera en la isla.
Hoy en día, un viajero que conduzca de Letterkenny a Derry, o de Dundalk a Newry, por ejemplo, no sabría decir en qué punto abandona la República de Irlanda y se adentra en el Reino Unido.
Opciones ante el brexit
El Acuerdo de Viernes Santo instauró un período de paz e incierta estabilidad que ahora queda en entredicho. El brexit ha sido un desastre desde la propia convocatoria de la consulta, realizada por un primer ministro iluminado movido por puras motivaciones partidistas.
Fue desastrosa también una campaña basada en falacias y soflamas antes que en análisis y valoración de consecuencias. Fue un desastre igualmente el resultado del referéndum según el cual la población mayor –por encima de los 50 años– impuso una concepción tramontana del país sobre el futuro de la población joven.
Y está siendo un completo desastre su gestión, tres años de alboroto infructuoso que está dejando la clase política británica a la altura del betún.
El brexit resulta además un despropósito en el ámbito territorial. Recordemos que, mientras en el conjunto del Reino Unido, el resultado fue 52-48 a favor de la salida de la Unión Europea, en Escocia arrojó un contundente 62-38 a favor de la permanencia y en Irlanda del Norte un 56-44 en el mismo sentido.
Los norirlandeses, por tanto, han manifestado su nítido deseo de continuar en la UE lo que genera un problema de efectos desconocidos tal como se refleja en el propio acuerdo no implantado entre la Unión Europea y el gobierno de May.
La cláusula denominada backstop recogida en dicho acuerdo ha conseguido enconar la discusión hasta un punto de conciliación más que improbable. Supone una salvaguarda del actual statu quo fronterizo en la isla de Irlanda; es decir, según el documento, en ningún caso volverá a haber entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte obstáculos físicos ni controles arancelarios.
Esto exige, por tanto, que los bienes a ambos lados observen una misma regulación, lo que contradice frontalmente el propio espíritu del brexit y la posición del propio Boris Johnson.
Ante este endemoniado escenario, se abren cuatro posibles alternativas:
- Solución hard border, es decir, una frontera con todas las consecuencias que también se implantaría entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Esto implicaría una regulación en el Reino Unido propia y diferente a la legislación europea, la aplicación de posibles tarifas arancelarias y la necesidad de establecer controles físicos en los pasos fronterizos. Tal supuesto arruinaría el acuerdo de paz de Irlanda del Norte a partir de lo cual ninguna reacción debería descartarse. La convocatoria de un referéndum para la reunificación de Irlanda por parte del Parlamento autónomo de Irlanda del Norte –Northern Ireland Assembly, hoy en suspensión por falta de entendimiento entre unionistas y nacionalistas– cabría dentro de lo probable.
- Solución soft border, es decir, una frontera de algún modo virtual controlada por medios tecnológicos imperceptibles. Claro que la tecnología tiene sus límites. Para que esta solución fuese factible, el Reino Unido debería asumir la mayor parte de la legislación europea en materia de bienes y servicios lo que simplificaría enormemente los posibles controles. Esta solución cuenta con la objeción de los partidarios del brexit que pretenden una independencia comercial real del Reino Unido frente a la UE.
- Solución special status, también llamada the irish solution. Consiste en que Irlanda del Norte adopte la regulación comercial europea de modo que no sea necesaria la frontera respecto a la República de Irlanda. ¿Cuál sería entonces el problema? Pues que se necesitaría un control aduanero entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña, es decir, los otros países que conforman el Reino Unido. Una solución que no hace ni pizca de gracia a los políticos ingleses, no digamos a Johnson.
- Finalmente, queda la solución United Ireland y aquí la cosa se pone caliente. Sin embargo, hay encuestas que sugieren que la opinión pública no supondría un inconveniente insalvable: no en Irlanda del Norte, donde prevalece un empate técnico entre unionistas y nacionalistas que el brexit podría resolver en favor de estos últimos; tampoco, de manera sorprendente, en Gran Bretaña, donde los partidarios de dejar la UE anteponen el brexit a conservar la soberanía sobre los seis condados del Ulster; y por supuesto, de ninguna manera en la República de Irlanda donde aplaudirían enfervorecidos la reunificación nacional.
Está por ver hacia qué opción se inclinará la balanza. Tres años después del referéndum por el brexit, Londres ni siquiera ha sido capaz de consensuar los objetivos del proceso de salida, no digamos ya su procedimiento. ¿Será capaz Boris Johnson de deshacer el entuerto?