Blesa: las cajas a examen, de nuevo

La historia reciente ha demostrado que las cajas de ahorro en general han sido una semillero de comportamientos inapropiados. Caja Madrid no fue una excepción

La noticia de la muerte de Miguel Blesa en su finca de Córdoba, ha impregnado la actualidad española. La confusión acerca de las circunstancias en las que tuvo lugar le dieron a la noticia ese toque necesario para que las redes sociales y los mentideros patrios se llenaran de especulaciones. Nadie sabe que pasa por la mente de alguien que decide quitarse la vida. Nadie puede adivinar qué razones hay detrás. Pero, indudablemente, todo lo sucedido con Caja Madrid y la responsabilidad de Miguel Blesa, están en el telón de fondo.

La muerte de Blesa no le hace menos culpable ni más. Lo que hizo o dejó de hacer mientras dirigía Caja Madrid son cuestiones que deben dirimirse en los juzgados. Sin embargo, un hecho como éste sí merece una reflexión más profunda acerca de las responsabilidades menos evidentes, las más indirectas pero igualmente reales y relevantes.

El delito de apropiación indebida con las ‘tarjetas black’ fue una extensión perversa de algo que ya existía

Miguel Blesa era un reputado servidor público cuando fue designado como consejero de Caja Madrid. Ganó las oposiciones a inspector de Hacienda y hasta 1986 trabajó como técnico en el Ministerio, en la secretaría del Gabinete Técnico primero y como jefe del Servicio de Tributos de las Comunidades Autónomas después. Tras esa etapa, se dedicó al ejercicio privado como experto en derecho tributario. Y fue tras diez años, en 1996, cuando fue contratado como consejero de Caja Madrid. Apoyaron su nombramiento los consejeros del Partido Popular, los de Izquierda Unida y los sindicalistas de UGT y CCOO.

El delito cometido de apropiación indebida mediante las llamadas “tarjetas black” fue una extensión perversa de algo que ya existía. Fue Jaime Terceiro el que dispuso la existencia de unas tarjetas Visa que sirvieran para cubrir gastos específicos asociados a la función desempeñada. Nada ilegal ni inmoral.

¿Cuál fue el problema? Desvincular el gasto de la función y emplear caudal de Caja Madrid para cubrir gastos privados.

Blesa era un hombre poderoso que, además de su puesto en el consejo de Caja Madrid, ocupó diversos cargos en varios consejos de administración, como Telemadrid, el Grupo Dragados, Endesa, y fue presidente de la Fundación General de la Universidad Complutense y miembro del patronato del Museo Thyssen. El poder corrompe, especialmente cuando hay incentivos.

Las cajas de ahorro en general eran una semillero de comportamientos inapropiados

Terceiro no imaginó que sus sucesores cambiarían las reglas del juego hasta el punto de que se procesarían a 66 personas de los principales partidos políticos de entonces, a sindicalistas y a representantes de la patronal. No es una cuestión de ideología. Es un tema de oportunidad. Y las cajas de ahorro en general eran una semillero de comportamientos inapropiados, simplemente por la estructura de poder en que se habían convertido desde su creación.

La idea originaria de estas entidades financieras era la generación de ahorro especialmente en zonas rurales y por parte de trabajadores y pequeñas empresas. Aunque surgen en tiempos del reinado de Isabel II, es a partir de los años 70 con la reforma de Fuentes Quintana, cuando las cajas de ahorro vieron incrementadas sus funciones y el espectro de sus posibilidades.

En aquel entonces, su fuerza se explicaba porque habían sorteado la crisis del 73 mejor que la banca privada. Era normal, eran demasiado pequeñas y limitadas. La expansión de Fuentes Quintana fue un éxito: terminaron controlando el 50% del sistema crediticio. Pero al no existir afán de lucro por definición, no se veía necesaria la estricta vigilancia de los criterios de préstamos. Y ya en los 90 varios autores, incluso el FMI, coincidían en la necesidad de revisar la organización de las cajas y considerar su privatización.

Las cajas eran un caldo de cultivo fantástico para todo tipo de atropellos

Pero, por supuesto, esa opción implicaba varias cosas: políticamente era comprometido hablar de privatización; además, la presión de las autonomías y otros grupos de poder políticos empujaba a las cajas a conceder préstamos sin límite para cubrir déficit presupuestarios de autonomías, corporaciones locales y también de empresas públicas. Los políticos terminaron engrosando el gasto a sabiendas de que tenían un prestamista bajo cuerda.

Las cajas eran un caldo de cultivo fantástico para todo tipo de atropellos. Y nadie decía nada, porque vivimos en un país hipócrita donde se proclama, no solo desde las instancias políticas, sino desde la calle, que lo público es más moral que lo privado.

La trama de las tarjetas black es el delito que representa la negligencia de varias décadas de políticos, burócratas, y de ciudadanos cómplices, por estupidez ideológica.

Miguel Blesa ya no está, por las razones que fueran, posiblemente el peso de la culpa, o la vergüenza de cumplir condena tengan algo que ver en su acción. Ni el juicio, ni las condenas, ni su muerte han logrado arrancar esa falsa creencia en que lo público siempre es mejor, sin pensar en los incentivos perversos que se generan y en el riesgo moral que se crea. Porque en el mundo real, no todo el mundo es bueno, a veces, cuando no hay fuertes principios morales, es cuestión de oportunidad.