Blablacar y Confebus: Sun Tzu contra economía jurásica

Hace unos días fue Confebus, la patronal de las empresas de transporte de pasajeros, la que se apuntó a la ya larga lista de acusadores corporativos de la economía colaborativa. En su caso, Confebus denunció a Blablacar, empresa que pone en contacto a conductores de coche con pasajeros que quieren ir a un sitio a otro, pagando con su compañía y su conversación. Es decir, que si pasajero y conductor coinciden en la ruta, dividen los gastos del viaje -peajes, gasolina, etc.- y van juntos mientras se distraen el uno al otro.

Según Confebus este modelo tan idílico no se cumple en algunas rutas, en las que se han establecido conductores profesionales que cobran una tarifa por llevar a las personas. Es decir, les hacen competencia desleal sin pasar por el organismo de tributos ni estar dados de alta en autónomos. ¿Les suena la demanda? Uber, Airbnb o TripAdvisor han sido también blanco de las iras de los sectores corporativos que han dejado tocados.

Bien, en el caso de Blablacar se puede decir, como en todos, que está feo que un señor que se gana la vida llevando gente no cotice a la seguridad social ni pague impuestos. Pero, ¿competencia desleal? Es cierto que habría que ver los precios que ofrecen estos profesionales alojados en Blablacar si cumplieran toda la reglamentación. Sin embargo, es posible que aunque su margen de beneficio decayera, siguieran siendo más competitivos que las grandes empresas de autobuses. Pero, un momento: ¿qué pinta en todo esto Blablacar?

Ah, sí, es verdad: los piratas usan este servicio. Como los dueños de apartamentos ilegales se esconden en Airbnb o algunos chóferes usan Uber para saltarse las normas del sector del taxi. Y algunos restaurantes les dan unos chupitos gratis a los comensales junto a la petición de que pongan una buena crítica en TripAdvisor. ¿Es culpa de Blablacar, Airbnb, Uber o TripAdvisor que haya profesionales que se salten las normas? No lo es, pero a las respectivas patronales de ‘autobuseros’, hoteleros, taxistas o críticos culinarios les da igual.

Ellos lo que quieren es ver muerto al servicio, revertir el progreso y el futuro para regresar al paradigma anterior, en el que los usuarios debían limitarse a pagar, usar sus servicios y callarse. A lo sumo, si había quejas, podían escribirlas en el libro de reclamaciones. Vete a saber si algún día te contestaba una directora de atención al cliente diciéndote que lo sentía mucho, que no volvería a pasar pero que esta vez te la comías con patatas.

En buena parte es comprensible su rabia, porque han sido arrasados por la ‘era internet’, que ha convertido por arte de birlibirloque sus boyantes negocios en una economía jurásica en menos de dos décadas. Lo saben los estudios de televisión y cine; lo saben las grandes discográficas y otras víctimas de la revolución 2.0: o te adaptas o desapareces. Es duro y puede que sea injusto en no pocos casos, pero con denuncias y presiones sobre los legisladores, lo único que pueden conseguir estos colectivos es retrasar el futuro, pero no pararlo.

Quizás sea buena idea detener el tiempo por unos instantes si ese lapso sirve para que estos sectores se pongan al día, escuchen las demandas de los usuarios y actúen. Para empezar, desarrollando páginas y servicios web decentes, como los que tienen Blablacar y sus demoníacos homólogos. También es buena idea ajustar precios o, si no se puede, al menos dar pluses como wifi gratis -aún hay autobuses que o no tienen o cobran por ella-, baños decentes, películas con la mínima calidad y entretenimiento, asientos cómodos, etc.

Yo he viajado por Estados Unidos en autobús cubriendo trayectos de seis a ocho horas, que allí son cortos, y la cantidad de distracciones que tenía siempre hicieron que el tiempo me pasara volando. En cambio, probablemente me lo pensaría dos veces antes de usar un Blablacar en América. Pero, sin querer dar lecciones a nadie, creo que se puede aconsejar a los sectores de la economía jurásica que lean ‘El arte de la guerra’ del general chino Sun Tzu, que pudo ser escrito entre el 400 a.C. y el 320 a. C. Quizá la frase que más les convendría aprehender del libro sea esta: «Si no puedes ser grande y, sin embargo, no puedes ser pequeño, eso resultará en tu derrota«.