Bipartidismo imperfecto

El bipartidismo de siempre se abre paso en la política española y la catalana, aunque cambiando a CiU por ERC en Cataluña

Tanto en el conjunto de España como en Cataluña, el movimiento de fondo señala un cierto retorno al bipartidismo. El de toda la vida en relación a los partidos con sede en Madrid, cambiando a CiU por ERC en los que se asientan en Barcelona.

El PSOE cuenta con perspectivas al alza. Pueden estar poco o mucho hinchadas por la bola de cristal apañada y tal vez empañada del fiel e influyente escudero José Félix Tezanos, pero parece innegable que Pedro Sánchez cuenta con un notable margen de crecimiento.

Notable pero no irreversible. No se puede menospreciar la ofensiva de las derechas duras y extremas en Europa. En cierto modo, lo que da alas al PSOE, anclarse al centro sin perder el aura de izquierda, también lo frena, por el riego permanente de perder votos desengañados hacia Podemos.

En este sentido, si el Gobierno sigue imitando a Matteo Salvini en versión Poncio Pilatos en el rechazo al salvamiento de náufragos, sus buenas perspectivas pueden estropearse un poco a favor de Podemos. La crisis de los refugiados amenaza con pasar a los anales como la mejor radiografía de la pérdida del alma en Europa.

Aunque puede que la piedad jamás pasara de máscara, quitársela comporta beneficios electorales para los que se exhiben como desalmados y pérdidas para quienes la mantienen pero actúan como los demás desvelando así su hipocresía.

Por su parte, el PP se encuentra tan bajo mínimos que sería de extrañar que no hubiera tocado fondo. De ser así, según la tan sabia ley descrita por Michel de Montaigne, según el cual la vida es ondulante, habría llegado para los populares el momento de remontar.

Vox anda estancado porque no es una opción diferenciada de las demás derechas

La táctica del bajo perfil de Pablo Casado puede darle buenos resultados en caso de repetición electoral. En algún momento pasará a la ofensiva pero por ahora lo que más le conviene es lo que hace: no entrar al trapo, actuar como un sólido e inamovible dique de contención ante los intentos de Ciudadanos por usurparle la primogenitura.

En estos momentos de involución democrática y multiplicidad de tensiones en el panorama internacional, el PP sigue siendo el partido que mejor encarna la españolidad y sus singularidades, incluyendo un estilo propio y casi ancestral de corrupción. Al César, no sólo lo que es del César sino lo que el César tenga a bien disponer.

Por eso Vox anda estancado, porque en el fondo no es una opción diferenciada de las demás derechas como en Francia, Alemania o Italia, sino redundante. En España, la extrema derecha siempre ha ido con la derecha y no le ha ido nada mal.

Nos queda, en este breve repaso de perspectivas, destacar la incertidumbre en la que se mueven Cs y Podemos. Ambos bogan contracorriente, si bien la corriente contraria no es tan fuerte que los conduzca irremediablemente a los escollos del naufragio.

La diferencia entre ellos consiste en que Albert Rivera está obligado por su estrategia de suplantación a remar desesperadamente a fin de alcanzar y superar al PP, bajo pena de irse quedando atrás, cada vez más distanciado y menos significativo.

En cambio, y gracias a la alocada carrera de Rivera hacia la derecha, Pablo Iglesias tiene margen para retroceder.

Mientras sea imprescindible, podrá poner el precio que le venga en gana a sus votos. Hay que tener en cuenta que en el haber de Podemos, no en su debe, ya estuvo una vez el no a Sánchez que provocó la investidura de Mariano Rajoy tras la repetición electoral.

ERC ha aprendido a encajar los reveses, al contrario que los post convergentes

Tarde lo que tarde en recuperarse, llegue más o menos lejos el bipartidismo PSOE-PP, está claro que nunca volverán los tiempos felices en los que se tenían por mutuos rivales sin entrometidos en discordia.

No menos complejo es el panorama catalán. Aquí, las tendencias demostradas en las últimas convocatorias son más claras. Dos partidos al alza, ERC y PSC, y el resto condenado a resbalar y agarrarse donde pueda para aminorar sus pérdidas.

En su apasionada búsqueda de la centralidad y la hegemonía, ERC tropieza una y otra vez con impedimentos imprevistos.

No ganó las autonómicas del 17 por los pelos del efecto Puigdemont, entonces al alza y ahora a la baja. No consiguió la alcaldía de Barcelona pese a haber ganado por un error de posicionamiento del candidato muy bien aprovechado por Miquel Iceta.

Pero se trata de un partido paciente y perseverante, que ha aprendido a encajar los reveses, al contrario que los post convergentes, siempre enfurruñados porque Cataluña ha dejado de ser su feudo y los catalanes no perdonan el 3%.

ERC cuenta con margen de crecimiento, tanto por su pragmatismo independentista, que le puede conllevar voto convergente moderado que se resista a desplazarse hacia el PSC, como por su talante abierto y plural que le va acarreando simpatías en el cinturón cada vez menos rojo de Barcelona.

De modo casi simétrico, el PSC se ha beneficiado, y lo seguirá haciendo, del abandono de su ambigüedad en el eje nacional a favor del constitucionalismo sin fisuras, así como de su moderación relativa en la represión del independentismo. También dispone de margen de crecimiento por el flanco de los Comuns, que no han cesado de decepcionar a sus votantes.

Básicamente, el futuro en Cataluña es de dos. El que logre articular una mayoría clara a su alrededor, marcará a su vez el futuro de España. En un sentido o en el otro.