Bauman y el peligro de los 140 caracteres

Difícil simplificar el pensamiento político, filosófico y sociológico de Zygmunt Bauman. Su vida es sencillamente apasionante. Tuvo que huir del nazismo en su Polonia natal. Combatiente en unidades polacas del Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial, perseguido político en su condición de judío en la Polonia comunista. Profesor en Israel y en el Reino Unido. Escritor prolífico. Su biografía rezuma los horrores del siglo XX y los quiebros valientes y dignos con que les plantó cara.

Nunca renegó de su ideología marxista y se posicionó claramente contra las políticas de Israel en relación con Palestina. Lo más popular de su pensamiento tiene que ver con la modernidad y con las relaciones líquidas, que podrían resumirse en todo lo que rodea a la falta de una identidad colectiva estable y a la incapacidad para el compromiso duradero. Una obsesión recurrente: la estratificación razonable de la sociedad moderna para facilitar la defensa de los intereses de los más desfavorecidos. Humanizar la globalización; una tarea urgente que sobrevive a su muerte.

Defensor de los movimientos de protesta, insistió en que hay que dotar a la indignación de pensamiento y de propuestas. No sirve para nada, en su opinión, una indignación sin proyectos alternativos.

El pensamiento de Bauman tiene que ver con una obsesión que me tiene atrapado en los últimos tiempos: el deterioro de la capacidad de debate en las sociedades modernas, la crispación como elemento central de cualquier posicionamiento político y la simplificación del pensamiento político que ha traído consigo Twitter y las redes sociales.

Algunas reflexiones.

Soy una persona madrugadora y devoro los periódicos a primera hora de la mañana. Ya no hay periódicos sensacionalistas porque esta tecnología ya no es propia de tabloides sino que ha contagiado a la llamada prensa de calidad. Las prisas por llegar primero a la información y difundirla, a menudo sin contrastarla suficientemente ni sopesar su interés informativo, son tics de los que pocos medios están a salvo.

Calculo que el 80% de las noticias que aparecen en las ediciones digitales son sencillamente chismorreos. Es más importante el vestuario de los asistentes a los Globos de Oro que las películas o series premiadas. El vestido de Pedroche ocupa mucho más espacio que las tragedias de los refugiados en el terrible invierno que padece Europa. Los peinados de la reina Letizia antes solo hubieran sido materia de las revistas del corazón y ahora ocupan páginas, secciones, en los periódicos más respetables.

He intentado adaptarme, y creo que lo he conseguido, a las redes sociales y a las nuevas tecnologías, pero creo que están socavando gravemente la capacidad de pensamiento complejo. La simplificación en 140 caracteres impulsa el simplismo, la descalificación, y condiciona la difusión intelectual de análisis complejos. Los populismos con sus eslóganes vacíos y premisas falsas se mueven en Twitter como pez en el agua. Y las corrientes profundas de nuestro tiempo han llevado a Trump a la Casa Blanca.

En televisión, las tertulias se están convirtiendo en escenario idóneo de indocumentados que basan su éxito en el supuesto ingenio de sus descalificaciones e insultos. Apenas hay algún programa de análisis sosegado o entrevistas en profundidad. La televisión ha adoptado también los 140 caracteres, idóneos para la zafiedad; inconvenientes para el análisis.

Zygmunt Bauman nos ha venido alertando sobre estas cosas, sobre todo en sus últimas obras.

Me da pena cómo está cambiado el oficio de escribir. Y lo que más me llama la atención cuando cuelgo un artículo en Twitter es que quienes pretenden discrepar, sencillamente presuponen que mis pensamientos están sometidos al interés personal. Quienes discrepan me llaman sencillamente «vendido». Porque para oponerse a una tesis antes hacía falta argumentar.

Ahora basta con llamarte «estómago agradecido» aunque casi te estés muriendo de hambre por mantener tu independencia. Insultar es gratis, también es patético.