Bauman o la conciencia contra los excesos del capitalismo

El capitalismo se debe proteger de…sí mismo. Lo han apuntado en los últimos años pensadores y economistas (los economistas también pueden ser pensadores, no sean mal pensados), y lo ha defendido hasta sus últimos días el sociólogo Zygmunt Bauman, fallecido este lunes a los 91 años en Leeds (Inglaterra).

Bauman quedará como el autor de la obra Modernidad líquida (2000), un libro al que le seguirían Amor líquido (2005) y Vida líquida (2006). La idea es que el capitalismo, centrado en los valores que surgieron de la industrialización, se había transformado en un sistema que no aporta ninguna seguridad a los ciudadanos. El concepto, reelaborado, lo interpretó Richard Sennet, otro sociólogo eminente, en La corrosión del carácter. El libro, basado en entrevistas a ejecutivos y trabajadores en distintos sectores económicos, mostraba la imposibilidad de programar las vidas profesionales, lo que afectaba de forma seria a las vidas personales. Los traslados continuos entre estados (en EEUU), las mudanzas, la dificultad para adaptarse a nuevos empleos, o la total facilidad sin que aportara ningún valor al trabajador (los panaderos que se limitaban a cocer el pan prefabricado, lejos del proceso artesanal que daba sentido a sus vidas) repercutián en las vidas personales, en la ‘corrosión del carácter’.

Se trataba en todos esos casos de constatar el cambio en la matriz del modelo capitalista, como apuntó en sus obras Zygmunt Bauman. El consenso entre los economistas es que a partir de los años ochenta las reglas del juego cambiaron por completo, llegando a un serio aviso con la crisis de 2007-2008, sin que todavía se haya acordado una revisión del modelo.

La economía se escoró hacia el mundo de las finanzas, lejos de los productos tangibles que ofrecía un mundo basado en la industria. Y en la mayoría de sociedades occidentales se optó por una fórmula basada en el crédito, que ofrecía la sensación de que las clases medias se enriquecían, y que las clases medias-bajas tomaban el ascensor social. ¡Pero era crédito, no una riqueza real!

Algunos pensadores marxistas consideraron que era una opción producto de las carencias del sistema capitalista: se crecía menos, y la manera para compensar salarios estancados fue la facilitación del crédito. Esa tesis, sin embargo, la defiende uno de los mejores economistas globales, ex economista jefe en el FMI, Raghuram Rajan, actual gobernador del Banco Central de la India, como plasmó en su libro Las grietas del sistema.

Por ahora, y tras una severa crisis, que algunos países han sufrido más que otros, como España, no se aprecia una rectificación. Bauman ha alertado estos años que la salida de la clase política no podía ser encontrar un chivo expiatorio para impedir que esas clases medias y medias-bajas domésticas se enfrentaran contra sus elites. Pero nadie le ha hecho caso. Donald Trump ha llegado a la presidencia de Estados Unidos con esa práctica, y los gobiernos europeos no saben cómo responder ante la crisis de los refugiados.

Lo que Bauman pedía es que hubiera responsables políticos que respondieran de frente ante las dificultades, que se compensaran esos excesos del capitalismo que han provocado sociedades duales, con una pérdida de peso de las clases medias. Lo reclamó Nicolas Sarkozy al inicio de la crisis, en septiembre de 2008, al anunciar «la refundación del capitalismo, partiendo de cero», con la intención de rehacer el sistema financiero internacional, como se hizo en la conferencia de Bretton Woods tras la II Guerra Mundial. ¿Algún indicio sobre la propuesta de Sarkozy?

El corto plazo anima a los responsables políticos, que, –se debe tener en cuenta– no son extraterrestes, surgen de las propias sociedades, y, por tanto, eso atañe a la responsabilidad individual de cada ciudadano.

El hecho es que saben cómo actuar, algo que Bauman ha denunciado en sus obras, como en su último libro, Extraños llamado a la puerta (Paidós). Lo que explica es que se prefiere buscar a alguien que esté peor, para demonizarlo, con el fin de mantener controlada a la clase social más perjudicada.

Lo explica con detalle Clelia Bartoli en el libro Contra el Racismo, coordinado por Marco Aimé, y editado por ED Libros. Bartoli menciona experimentos sociológicos. Los investigadores cronometraban los tiempos de reacción de los automovilistas si en un semáforo tardaba en arrancar un coche de alta gama o un utilitario. Con el coche modesto delante, el 84% corría a tocar el claxon con furia. La agresividad caía al 50% si el vehículo era un turismo de lujo. Es decir, las personas tienden a mostrar más respeto y tolerancia con los que están por encima de ellas, y exhiben desprecio o apatía con los que están por debajo. Y ese comportamiento lo han explotado políticos como Trump.

Pensadores como Bauman son necesarios para señalar qué falla en nuestras sociedades. Evidenciar las fracturas es el primer paso. Otra cosa es cómo se pone remedio.