Barroso frente a Rodrik

Los lamentos ahora son muy significativos. Se alza la voz. Vienen los populismos. Los partidos populistas, de izquierdas o de derechas, protagonizan los debates, marcan la agenda pública. Y todos se llevan las manos a la cabeza.

Pero algunos de los políticos más importantes de los dos últimos decenios, los que podríamos calificar de serios, no hacen otra cosa que dar la razón a esos populismos. ¿Lo tienen? No, claro que no, pero, ¿cómo entender la decisión del ex presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Durao Barroso de fichar por Goldman Sachs, que, sí, estuvo también en las Azores junto a Blair, Bush y Aznar, aunque no salió en la foto?

Francia, que presume de mantener una cierta decencia, y que defiende los valores republicanos, justo el día que celebra su fiesta nacional –el 14 de julio—ha criticado con dureza a Barroso. El secretario de estado francés de asuntos europeos, Harlem Désir, ha pedido a Barroso que renuncie a su fichaje por el banco Goldman Sachs, uno de los actores más decisivos en el desastre financiero que llevó casi al colapso al mundo entero tras el verano de 2007.

Barroso podría ganar hasta cinco millones de euros al año, cuando como responsable en la Comisión Europea obtenía la no despreciable cifra de 350.000 euros anuales. Se ha defendido, al asegurar que a los políticos siempre se les critica, al margen de si deciden volver a la empresa privada, cuando dejan sus puestos públicos, o si se mantienen en otras poltronas institucionales.

Pero es que, en estos momentos, cuando todos los responsables políticos se llenan la boca sobre la necesidad de abrir un nuevo ciclo, con nuevas formas, con más apego a la realidad social, no se puede comprender la decisión de un político tan bregado como Barroso, uno de los defensores a ultranza de las políticas de austeridad tras la crisis financiera que derivó en un problema de deuda pública para la mayoría de países europeos, entre ellos España.

La actuación de Barroso choca de lleno con las tesis que defiende Dani Rodrik, un economista brillante, que sigue defendiendo un hecho que parece incuestionable: la globalización económica ha superado todas las previsiones de los responsables políticos, y si no hay una respuesta acorde a ese reto, los ciudadanos se abrazan a postulados populistas, y lo que se pone en cuestión es la propia democracia.

Rodrik no está solo. Una serie de economistas aseguran desde hace un tiempo que se debe limitar la capacidad de ese capitalismo dominado por el sector financiero, y que ha puesto patas arriba la propia legitimidad de las democracias liberales. Lo ha explicado en La abdicación de la izquierda, un serio toque de atención para toda la socialdemocracia que ya no sabe qué hacer.

Desde el propio Rodrik a Piketty, pasando por Admati, Johnson, Atkinson o el coreano instalado en Cambridge, Ha-Joon Chang, un verdadero maestro que explica de forma sencilla cómo ha evolucionado el capitalismo en los últimos 30 años. Todos sostienen que sí hay alternativas.

Barroso ha querido convertirse en una especie de anti Rodrik, dando a entender que las cosas son así, y que no hay ninguna alternativa. Es legal. Sí, es legal, pero no es ningún ejemplo.

Los anglosajones, que siempre etiquetan muy bien las cosas, hablan de que estamos «under the regiment of TINA». ¿Qué es? Lo explica estupendamente Eugeny Morozov en un artículo en el Social Europe Journal: «There is no alternative». ¿Eso quiere defender Barroso después de ser la cara del gobierno europeo durante años?