Barcelona, una ciudad de provincias
La apuesta clara por un modelo de ciudad para Barcelona sigue en el aire. Y los responsables políticos no aciertan en su estrategia
Los supuestos cosmopolitas de Barcelona, porque siempre son de Barcelona, pues no saben lo que es Cataluña, excepto cuando van a la Cerdaña a pasar el verano con chacha incluida, están convirtiendo la capital de este país en una ciudad de provincias. No es que me gustase mucho el modelo que implantaron los socialistas, especialmente porque, por ejemplo, su intención de regenerar el centro de la ciudad se regía por lo que denominé “teoría del cáncer” y que fracasó.
Esa teoría es muy simple y la encontré bien resumida en un artículo de Enric Sierra publicado en La Vanguardia de 1 de noviembre del 2010, que llevaba por título “Fotos en Ciutat Vella”: “Aunque es el distrito con menos población de Barcelona, tras Les Corts, sus habitantes son los que, proporcionalmente, han recibido más dinero del Ayuntamiento, de la Generalitat, del gobierno central y de los fondos europeos. Además, las administraciones han empujado a instituciones y empresas privadas a invertir en el barrio viejo para que instalaran allí todo tipo de equipamientos culturales, educativos, hoteleros y sedes sociales”. La teoría del cáncer consistió en eso, en invertir mucho dinero para instalar grandes equipamientos en una zona empobrecida con el objeto de regenerarla y atraer a un nuevo tipo de vecinos. Los equipamientos son, por lo tanto, el cáncer, y los nuevos vecinos, que deben tener un alto poder adquisitivo, la metástasis.
Los gestores públicos deberían proponer algo que cambie de verdad la vida de la gente
Mi facultad es uno de esos equipamientos que se construyeron en pleno centro y que hoy es un nido, literalmente, de mierda. Todas las tardes, la plaza del MACBA es como la plaza del Sol a partir de la caída de la noche, un hormiguero de jóvenes chillones con un vaso de cerveza en una mano y un skate en la otra. Dice la mitología sobre las tribus urbanas que los skaters toman los espacios públicos de forma subversiva debido a que no poseen espacios propios para ocuparlos libremente. En Barcelona eso es una gran mentira, ja que en el Fórum y en otras partes hay espacios específicamente dedicados para que ejecuten sus piruetas. No me tomen por lo que no soy, un puritano que va en contra de la juventud. Los jóvenes son siempre la garantía de futuro de cualquier país, en especial si consiguen sobrevivir en la selva urbana y postindustrial.
Lo que no entiendo, en todo caso, son las políticas erráticas de los responsables municipales. Vivo justo en el límite de otro engendro urbanístico, la supermanzana del Poblenou, en el distrito de Sant Martí, cuya filosofía responde, según el web del Ayuntamiento, “a la mejora de la vida de las personas a partir de la definición de una nueva unidad que hace posibles nuevas funcionalidades en el espacio público, así como nuevos espacios de convivencia en un nuevo modelo organizativo del tejido urbano pensado para la gente. Una oportunidad para favorecer la movilidad sostenible, la productividad, los espacios de estancia para el peatón o la eficiencia energética”. ¡Blablablá! Los que vivimos allí sabemos perfectamente hasta qué punto lo dicho por el Ayuntamiento es pura palabrería banal.
Por lo general, en la supermanzana no hay nadie durante el día, incluso en los días festivos, y sólo los fines de semana las pacíficas y desérticas vías en el perímetro formado por las calles de Badajoz, Pallars, Llacuna y Tánger se llenan de jóvenes que salen de los locales musicales colindantes para acabar la fiesta nocturna. Entonces la supuesta pacificación del barrio se convierte en una especie de casino al aire libre, como ocurre frente al MACBA o en la plaza del Sol, que molesta —sí, molesta— a la mayoría de vecinos que duermen a esas horas. La resonancia de los gritos y risas no es precisamente música celestial. Ninguna ciudad puede pensarse sólo para el ocio. A primera hora de la mañana, las calles perimetrales son un embudo para los coches y autobuses que antes estaban bien distribuidos por todo el barrio.
Ninguna ciudad puede pensarse sólo para el ocio
¿Se acuerdan ustedes de los pisos de la plaza Reial que ocuparon artistas y profesionales? ¿Cuántos siguen viviendo allí? Enric Sierra afirmaba en su artículo “que los particulares, algunos de ellos con apellidos ilustres, que se mudaron allí o que decidieron invertir en pisos nuevos del distrito, hablan sin tapujos sobre el arrepentimiento que sienten de haber tomado aquella decisión”. Los datos que nos daba Sierra en 2010 indicaban algo que es evidente hoy en día: que en Ciutat Vella la población inmigrada ha sustituido a los ancianos que antes ocupaban muchos de los pisos sin ascensor ni gas natural que hay en el barrio. ¿Qué nombre bonito le podrán a ese fenómeno? Gentrificación seguro que no.
El modelo de decrecimiento económico de Ada Colau y sus aliados socialistas es otra demostración de la evolución errática de Barcelona. La lucha del consistorio barcelonés contra los hoteleros y la economía colaborativa es, simplemente, provinciana, más provinciana que esos programas antropológicos que emite TV3 sobre Cataluña y su ser más profundo. La decadencia de TV3 empezó cuando dejó de ser verdaderamente universal para convertirse en lo que sus creadores dijeron que no podía ser, una televisión autonómica. La decadencia de Barcelona arrancó el día que Ada Colau y los suyos se instalaron en el Ayuntamiento inesperadamente y todavía no saben lo que desean para esta ciudad.
Y mientras tanto, según el Barómetro semestral del Ayuntamiento de Barcelona hecho público este viernes, la preocupación por cómo acceder a la vivienda es lo que lleva de cabeza, junto a la masificación turística, a los ciudadanos y ciudadanas de la capital. Respecto al anterior barómetro, esa preocupación casi se duplica, lo que no indica nada bueno sobre la política implementada por una alcaldesa que se hizo famosa con los escraches de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) e impidiendo, con razón, los abusivos desahucios de los bancos a gente pobre.
El modelo de decrecimiento económico de Ada Colau y sus aliados socialistas es otra demostración de la evolución errática de la ciudad
Colau cuando ha tenido el poder en sus manos ni tan siquiera ha conseguido convertir Barcelona en esa mítica Viena “la Roja”, gobernada por la socialdemocracia desde 1919, y que tiene un parque público de viviendas de alquiler que no se lo salta un torero. Deberían tomar nota o por lo menos haber impulsado una iniciativa como lo que presentó esta semana la consejera Meritxell Borràs, el índice de precios de alquiler, una herramienta para determinar si las rentas que los arrendadores reclaman a los arrendatarios están por encima de los precios reales. En fin, que lo que uno pide a los gestores públicos es que sepan proponer algo que cambie de verdad la vida de la gente sin las típicas fantasmadas ideológicas. Colau está dando muestras de que su manera de entender Barcelona puede conducirla hasta el abismo preolímpico, cuando la mugre provinciana no dejaba ver el mar.