Barcelona: proyección sin proyecto
La capital no puede convertirse en la arena de un combate entre nacionalismos de cara a las elecciones municipales
Barcelona pertenece a una lista de ciudades que empieza y acaba en Barcelona. Cataluña ha sido calificada reiteradamente de país pequeño, algo sin duda cierto pero sólo a medias.
Si alguien da con un país del doble o el triple de habitantes de Cataluña que haya levantado una ciudad, capital o no de estado, equiparable a Barcelona, la gran Barcelona de los 4,7 millones de habitantes, se agradecerá que comunique el descubrimiento.
Barcelona parece que se arrastra, en vez de ilusionar
Aunque existiera, no invalidaría la constatación de que país pequeño con una gran ciudad deja de ser país pequeño. Cataluña es poco más que su megapolis. Barcelona, la mejor obra de los catalanes, se proyecta por sí misma.
Se proyecta pero carece de proyecto. Mucha táctica partidista y sectaria pero poca dirección estratégica, y menos estrategias en común. En vez de ilusionar y arrastrar, Barcelona parece que se arrastra. A ojos de los barceloneses, la ciudad, incapaz de afrontar sus problemas y resolverlos, pierde fuelle y calidad de vida.
Los atractivos de Barcelona la convierten en un imán irresistible, no sólo para turistas, sino para el talento innovador
Muy al contrario, el prestigio de Barcelona como ciudad ejemplar y singular sigue creciendo en todo el mundo.
Barcelona no está en el grupo de grandes capitales protagonistas de la historia, no dispone de una oferta cultural y museística de primer orden, tampoco ofrece una belleza uniforme anclada en el pasado, pero sus atractivos la convierten en imán irresistible.
No sólo es un destino turístico. También es sede de start-ups. También uno de lugares preferidos por el talento innovador global para fijar su residencia.
Los gobernantes de Barcelona parecen ahogarse en los problemas de la ciudad en vez de resolverlos
Sin embargo, el torrente que fluye hacia Barcelona no está ni potenciado ni canalizado. El debate ciudadano y periodístico se centra en los problemas del Raval, carcomido por unas mafias de la droga, cutres pero muy dañinas, en el incivismo del turismo de la Barceloneta o en la galopante proliferación de los manteros.
Los gobernantes del consistorio parecen ahogarse en estos problemas en vez de resolverlos.
Luego está la controversia política del procés y el anti procés. Parece que la conquista de la ciudad por uno de los bandos va a proporcionarle una victoria poco menos que definitiva. Nada más lejos de la realidad.
En cualquier caso, sería una baza favorable para unos y un contratiempo para los perdedores. Nada que resuelva el contencioso.
En las actuales, complejas y desagradables circunstancias, el voto se muestra muy volátil. Las encuestas van dando tumbos, cuando no recibiendo revolcones del electorado.
Panorama político en el Ayuntamiento de Barcelona
Las novedades en el panorama político de Barcelona pueden ser tres. La Crida de Puigdemont, destinada a impedir o por lo menos paliar el sorpasso de Esquerra sobre la enésima metamorfosis de los convergentes.
Situar a Ferran Mascarell en la parrilla de salida es su mejor opción. Buen candidato sobre una mala cabalgadura.
Tanto Manuel Valls como el PSC pueden robarle votos a los favoritos: Ada Colau y Alfred Bosch
Atención al ex primer ministro de Francia, Manuel Valls. Viéndose fuera del Ayuntamiento, el PP de Casado propone sumarse a Ciudadanos. Si al final Valls acepta puede pillar un buen puñado de votos.
El tercero en discordia es el PSC, que se verá bastante o muy aupado per el ‘efecto Moncloa’. Cualquiera de los tres puede estar en condiciones de disputar la primacía a los Comuns de Ada Colau y a la ERC de Alfred Bosch, los mejor situados hasta el momento.
Cinco candidatos (cuatro si Valls arroja la toalla antes de empezar). Alto voltaje. Campaña interminable con el pleito catalán ocupando desde el telón de fondo hasta los primeros planos. Cruce de descalificaciones en pos de arañar unos votos de más.
El destino de Barcelona
¿Y Barcelona? ¿Qué hay de Barcelona? La capital no necesita convertirse en la arena de un combate entre nacionalismos sino el objeto de un debate programático sobre su articulación y crecimiento.
Barcelona necesita puntos en común, acuerdos, proyecto compartido de amplio consenso político y ciudadano, no discordia. Quien acierte a elevarse por encima del rifirrafe y presente un programa creíble de relanzamiento de la ciudad se llevará el gato al agua.
Si nadie lo hace, seguiremos sin políticas que aprovechen el buen momento para canalizar energías. Lo que está en juego no es tanto el modelo de ciudad, definido en el pasado, como la autoestima y el optimismo de los barceloneses.