Barcelona, la ciudad de las familias
Ojalá Barcelona fuera como Madrid y no tuviera mar. Así, no tendríamos un gran agujero negro en el entorno de nuestro negocio portuario y seguiríamos regocijándonos por sus corruptos Bárcenas y sus esperpéticas Esperanzas y Botellas, tan cheli todo ello.
Ojalá en Barcelona las cosas fueran más parecidas a como pensamos que son y no a la triste realidad de concesiones extrañas en negocios sobre el agua. El puerto, nuestra estimada salida al mar, la verdadera razón de determinado acervo cultural, está en entredicho. Lean.
Ojalá Barcelona no fuera la ciudad de las familias. De los Millet que controlaban el Palau de la Música a los Carulla, que descontrolan queriendo controlar. De los Pujol, de los Prenafeta, de los Crespo, de los Bustos, De la Rosa, de los Pagès… tantos y tantos casos de corrupción presunta y probada que a las familias podríamos llamarles clanes sin miedo a equivocarnos.
Ojalá Barcelona no fuera la ciudad de las familias, y los Maragall no fundirían en apenas un gesto torpón e inapropiado el amplio legado de su político más insigne.
Ojalá, ya les digo, pero las familias pesan mucho, demasiado. En eso sí que somos europeos, pero más próximos a los italianos que a los suecos o daneses.