Bancos viejos, nuevos bancos
"A partir de una aplicación de blockchain, cada persona podría ser el banquero de sí mismo y decidir a qué activos asignar sus fondos en cuentas propias"
Las primeras fechas de un nuevo año son jornadas propicias para la reflexión con la mirada puesta en el futuro. No se trata solamente de renovar los propósitos sino también de vislumbrar lo que viene por delante. De mirar en lontananza intentando distinguir las principales transformaciones que nos esperan.
En el área de la economía y la empresa, también de los servicios a los ciudadanos, la fuerza motriz del mañana es la tecnología. ¿Quién discreparía de esta afirmación? A la hora de mirar hacia el futuro, sin embargo, el debate siempre resulta inconcluso. Nadie puede demostrar estar en lo cierto. Por eso, quizás resulta mejor hablar de “lo posible” antes que de “lo probable”. La tecnología puede transformar cada ámbito de nuestras vidas pero coexisten múltiples factores capaces de modelar y condicionar dichas transformaciones.
«En más de una empresa se han creado departamentos de big data sin tener claras en absoluto las funciones que deberían desempeñar»
Entre esas fuerzas tecnológicas con capacidad transformadora, nadie seguramente dudará que la inteligencia artificial y el big data representan elementos críticos de la evolución por venir. Aunque hasta el momento, las expectativas no se están cumpliendo. De hecho, en determinados sectores, se respira frustración en lugar de satisfacción. La experiencia nos demuestra que, en demasiadas ocasiones, los avances tecnológicos se gestionan por su valor estético –e incluso miedo a quedarse atrás– antes que por su utilidad real. En más de una empresa se han creado departamentos de big data sin tener claras en absoluto las funciones que deberían desempeñar.
La tecnología y los bancos
Por eso parece conveniente ilustrar un ejemplo de una “posible” gran transformación de la mano de las tecnologías –todavía– emergentes. Veamos el caso de los bancos. Su principal función es la intermediación financiera. Reciben prestado dinero de los depositantes para, a su vez, prestarlo (se supone que de manera eficiente) a los inversores de una economía. Esta función intermediaria se amplió en las últimas décadas a la operatoria en mercados financieros al albur de la brutal expansión de la actividad de estos mercados, en un principio con fines virtuosos (liquidez y garantías) pero inmediatamente también, y ya de manera principal, con evidentes tentaciones especulativas (esto ha provocado que algunos economistas, como James K. Galbraith, hablen del “carácter depredador de las finanzas”).
Repasemos ahora si la tecnología podría cambiar sustancialmente la actividad bancaria tal como hoy la conocemos. En primer lugar, tanto la custodia de los depósitos como la elección de inversiones podrían realizarse de manera, digamos, individual. A partir de una aplicación de blockchain, cada persona podría ser el banquero de sí mismo, es decir, registrar sus fondos en cuentas propias y decidir a qué activos desea asignarlos. Una plataforma tecnológica mostraría las posibles inversiones cada una de las cuales ofrecería de manera transparente el mix de plazo, riesgo y rentabilidad necesario para adoptar las pertinentes decisiones. Si una persona, física o jurídica, precisa fondos (lo que hasta ahora se ha llamado “préstamo” o “crédito”), acudiría a esa plataforma accesible a cualquier ciudadano. Estos cederían su dinero temporalmente incluso mediante procesos de subasta pública (como hoy se hace en algunos mercados mayoristas). Queda el asunto fundamental del análisis del riesgo. En eso, el big data se constituye en el recurso inmejorable para la evaluación del rating correspondiente a cada demandante de fondos.
«Los bancos actuales entendidos como instituciones de intermediación financiera, desaparecerían en beneficio de plataformas –o bancos– de datos autogestionadas a partir de aplicaciones inteligentes»
En un escenario como el descrito en el párrafo anterior, y con permiso del regulador, los bancos actuales, entendidos como instituciones de intermediación financiera, desaparecerían en beneficio de plataformas –o bancos– de datos autogestionadas a partir de aplicaciones inteligentes. Si revisamos la evolución de las fintech en estos dos últimos años, tal panorama futuro podría incluso estar más cerca de lo imaginable. Siendo así, cabe pensar si las estrategias del pasado, corporativas como las fusiones o adquisiciones, y comerciales como la implantación masiva de comisiones “de servicio”, tienen algún sentido. La visión a largo plazo que debe exigirse a los altos directivos aconsejaría, tal vez, plantearse nuevos modelos de negocio alejados de las viejas fórmulas.