Banca islámica: más allá del cliché

 

Como pueden imaginar no es mi intención hablar de religión, sino analizar este fenómeno financiero al que la banca internacional está prestando atención, creando bancos, filiales o ventanillas islámicas en Reino Unido, Estados Unidos (EEUU), Suiza, Alemania, Francia o Luxemburgo.

En Londres destaca la apertura de seis bancos específicos que han convertido la capital inglesa en la principal plataforma y líder europeo de la banca islámica gracias al esfuerzo de instituciones como la Bolsa de Valores de Londres (LSE) y otros. Francia, con Paris al frente, quiere establecerse como principal actor, o Irlanda a punto de convertirse en el primer país de la UE en vender bonos islámicos, sin olvidar el poderoso banco Goldman Sachs que también se apunta a abrir negocios con este modelo.

La importancia de este sector ha llevado a Dow Jones, Financial Times y Standard & Poor’s a crear índices bursátiles especiales para las finanzas islámicas, de los que excluyen a aquellas empresas cuyas actividades no se adaptan a los principios del Islam. Por lo que grupos como ExxonMobil, Chevron, Nestlé, IBM, Microsoft, Coca Cola, y Novartis han enfocado sus estrategias para captar fondos en este terreno.

Crece el interés en el sector financiero islámico y son cada vez más numerosas las entidades que intentan desarrollar productos e instrumentos adaptados a las reglas que rigen este concepto, a pesar que en el sector representan sólo una pequeña proporción a nivel mundial. Pero la crisis financiera internacional y la recesión han mostrado que son más saludables que la mayoría de sus compañeros convencionales

Están demostrando su capacidad de movilizar recursos con una gama diversificada y eficaz de productos de inversión y ahorro, que podrían beneficiar al sector público y privado y atraer importantes flujos para invertir en los diferentes sectores productivos, turísticos y financieros en todo el mundo. Este fenómeno crecerá, dotado de un mercado financiero específico y animado por capitales en busca de oportunidades. Pero se deberán liberalizar los mercados islámicos, asegurar la libertad de inversión, y la coherencia jurídica lo que facilitará la incorporación de los bancos internacionales a esta realidad.

En 1974 el Banco Islámico de Desarrollo, puso las bases de un sistema de ayuda basado en los principios islámicos. A finales del siglo XIX, el banco Barclays abrió una oficina en El Cairo. Actualmente, las actividades financieras islámicas se desarrollan en 75 países, existen 350 entidades acogidas a dichos principios, de las cuales un tercio corresponde a bancos islámicos.

El resto de la industria está compuesto por fondos mutuos, compañías de seguros (takaful), los sukuks (emisiones de deuda) y la incipiente industria de los fondos de inversión (hedge-funds). Dispone actualmente en activos de 1.000 billones de dólares y se calcula que este valor llegue a 2.800 billones en 2015. Está creciendo hasta tasas superiores al 20% anual. Además, de ingresar el 50% de los ahorros de las poblaciones musulmanas que cuenta con más de 1.200 millones.

Las implicaciones religiosas asociadas a los instrumentos bancarios islámicos crean una relación conceptual diferente entre actividades financieras y económicas. El vínculo acreedor-deudor se convierte en un reparto equitativo de los riesgos entre el proveedor del capital y el emprendedor. Y de esto se deriva la prohibición de ingresar o percibir intereses. Además, el dinero ha de estar vinculado a una actividad propia o para la comunidad, Así hay tres principales prohibiciones que el Islam impone en las finanzas: el cobro de interés, el embarcarse en riesgos excesivos (gharar) y las apuestas.

Curiosamente las finanzas islámicas fueron practicadas predominantemente en el mundo musulmán durante la edad media para impulsar el comercio. En España, el Mediterráneo y Báltico, los mercaderes islámicos eran los intermediarios y un engranaje indispensable en el mecanismo de las actividades comerciales. Se ha sostenido que muchos de los conceptos, técnicas e instrumentos de las finanzas islámicas fueron luego incorporados por los banqueros y hombres de negocios de Europa.

Los bancos españoles o catalanes deberían poner en su radar o dedicar esfuerzos a captar estos fondos de inversores, muy necesarios en la actualidad, y no quedarse al margen. Hay que mirar a esta realidad como una nueva oportunidad. Al fin y al cabo, este modelo no es tan diferente del modelo fundacional de las “cajas de ahorros” que se crearon en la segunda mitad del Siglo XVIII, y que originariamente estaban vinculadas a instituciones de tipo benéfico y religioso. Nacieron con esta finalidad social, en este aspecto, hay gran coincidencia con este fenómeno.

Es obvio que hay un déficit de financiación y liquidez, y que este sistema podría llenar una parte, convertirse en el instrumento alternativo que los mercados de capitales están buscando, libre de los problemas que han afectado a los modelos convencionales. Pero estas finanzas tienen que superar obstáculos como la ausencia de un marco legal necesario y la falta de infraestructura adecuada en esta materia y debe elegir un camino diferente al que previamente habían seguido. Si quieren asumir esa función, y ofrecer a los usuarios productos fiables y alcanzar un crecimiento sostenible, la cuestión es si más allá de los clichés o dogmas se sabrá aprovechar esta oportunidad.