Aupando a Vox

Pedro Sánchez, Pablo Casado y Albert Rivera, de manera voluntaria o involuntaria, han contribuido al inusitado empuje de Vox

Qué duda cabe, encuestas en mano, sobre el irremediable empeoramiento de la política española ocasionado por la decisión de Pedro Sánchez de repetir elecciones. Todo indica que el causante del desatino saldrá perjudicado en vez de mejorar posiciones.

En mal lugar el propio Sánchez, más hosco y tosco el mapa de los partidos, en cuarentena la mismísima gobernabilidad y puede que, con el meme de la lista más votada sustituyendo al de las mayorías, inutilizado el Congreso como epicentro del debate, los pactos y la vida pública.

Sorprenda o no el inusitado empuje de Vox, es cierto que, de manera voluntaria –Sánchez– o involuntaria –Pablo Casado y Albert Rivera–, los tres han contribuido a un tan desagradable fenómeno.

Recordemos que en la anterior campaña, tanto Casado como Rivera se desplazaron un largo trecho en dirección a Vox, arrastrando así una parte de su electorado hacia posiciones extremistas. Luego volvieron al centro pero sin dar la menor explicación a sus votantes desplazados ni hacer o decir nada para convencerles de que ahora convenían ciertas dosis de moderación y sosiego.

Lo que hicieron en realidad fue quitar el miedo a Vox, borrar el estigma que impedía el desplegue de la extrema derecha; normalizarla. Incluso abrazarla, si bien con hipócritas mohines de repugnancia, en los múltiples pactos que han sellado, ya sea en Andalucía como en Madrid y otros pagos.

De manera que el patito pasó de feo a no tan feo e incluso empezó a resultar atractivo. Por eso es creíble e incluso probable que supere los cincuenta escaños. Ahora bien, por si alguien se pregunta sobre el enorme diferencial de costes entre ambos esforzados aupadores de Vox (el PP aguanta y Ciudadanos se desploma), he ahí una pequeña y sencilla explicación.

La vocación de Vox no es gobernar en solitario como en algunos países del este

El PP siempre ha sido de derechas. Mejor dicho, es el único partido de derechas con pedigrí, sin rival, en la historia reciente. Que fuera oscilando entre la derecha dura y la menos dura o incluso llegar a hacer gala de moderación era algo que sus electores menos dados a tales francesillas disculpaban a falta de otra posibilidad.

Al fin y al cabo, el llamado ciudadano medio también vota y, en tiempos de bipartidismo, las elecciones se dirimían en el centro. Y ay, José María Aznar, de quién lo abandonara para meterse en berenjenales como la Guerra de Irak. De modo que el PP recogía votos desde la derecha más extrema hasta el centro. Muy bonito hasta que apareció Vox.

Muy bonito hasta que se convirtió a Vox en un aliado en vez de pintarlo como una amenaza. Consumada la división, bendecido el divorcio por parte de la inteligencia política competente –la del mentado Aznar, claro– muy duro lo va a tener Casado para recuperar votos de la extrema derecha sin perder votos por el centro.

Vox ha venido para quedarse. Su vocación no es gobernar en solitario como en algunos países del este; su aspiración no llega a tanto como en Francia o Italia, donde pretenden ganar; su función no es otra que amarrar al PP para que no vuelva a las andadas moderadas.

Por eso el PP pierde, de modo definitivo o casi, a su electorado más derechista. Por eso se encontrará partir de ahora en un serio aprieto, tanto si se acerca a Vox como si le señala como tóxico o inoportuno, y peor si hace ambas cosas a la vez.

A diferencia del PP, que posee marchamo y certificado de nacimiento en la derecha, Cs se bautizó como partido socialdemócrata liberal al nacer. Luego se instaló en el liberalismo. De haber seguido por esta vía podría haber ocupado un mayor o menor espacio de centro moderador. Nunca ganar, claro, pero siempre allí, administrando cotas de poder desde una posición efectiva de bisagra.

Sánchez ha radicalizado al electorado de derechas a fin de alimentar a Vox

Por sus incoherencias se derrumba, y porque Albert Rivera ha cometido tres errores garrafales seguidos, de pésimao colegial. Primero, enfrentarse al PP con la pretensión de fulminarlo. Luego, competir con el PP moviéndose hacia el extremo del arco político. En tercer lugar, negar siquiera el saludo a Sánchez.

Resultado: perder toda credibilidad como partido de centro. Los interlocutores naturales de un partido liberal son el PP y el PSOE. La pretensión de substituirles, ¡a los dos de una tacada!, en vez de modularlos, y encima viajando hacia la extrema derecha, tenía que resultar fatal de necesidad.

Al darse cuenta, en fin, de su monumental error de repetir elecciones –le hubiera bastado con firmar el documento de Cs en el último minuto–, error que se traducía en estancamiento propio y en peligroso acercamiento del PP, incluso con posibilidad de pisarle los talones, Sánchez abrazó el juego sucio.

Desde que advirtió el error, y al ver a Casado en posiciones amenazantes posiciones centradas, Sánchez no ha hecho otra cosa que radicalizar al electorado de derechas a fin de alimentar a Vox. Eso no es ser de izquierdas sino cínico.

Una vez constatado su techo a la baja, el frío cálculo del PSOE consiste en desplazar votos desde el PP hacia Vox. Por lo que bien puede decirse, a modo de conclusión preelectoral, que si Sánchez se salva y llega a ser investido será gracias al auge de Vox.