Aunque la mona se vista de morado, mona se queda
No sé de quién fue la idea de arropar a Pedro Sánchez con una grandiosa bandera española (¿fue tuya Verónica F.?), pero la forma fue el mensaje. Cuando un buen número de ciudadanos de una parte de España, por enunciarlo como lo diría Sánchez, se quieren separar y les respondes colocando detrás tuyo un gran trozo de tela coloreado (Durkheim dixit) sin acompañarlo con otros trozos de tela, por lo menos los de las 17 comunidades autónomas, la banalidad del símbolo se convierte ciertamente en el mensaje. Michael Billig y su teoría del nacionalismo banal en estado puro.
A pesar de que en España las nacionalidades están reconocidas constitucionalmente, está claro que la FAES va imponiendo su ley y poquito a poco «los constitucionalistas» se están cargando ese espíritu abierto que otros –los nostálgicos de la Transición– dicen que aún es posible recuperar.
¡Pues vaya manera de demostrarlo! Incluso al PSC le incomoda. Y para esa parte de UDC que ha decidido dar un paso atrás y quedarse plantada en el derecho a decidir, que es lo que se pedía antes del 9N, esa escenografía no la ayuda en absoluto. Al contrario.
Miquel Iceta y Duran i Lleida se empecinan en reclamar, junto con los articulistas habituales, algo que ya está superado incluso en Cataluña. Es como si CiU se hubiese quedado estancada en reclamar el concierto económico cuando quedó claro que no lo conseguirían en ninguno de los escenarios políticos posibles, mandase quien mandase en Madrid.
La tercera vía esa que defienden unos y otros con tanto ardor se va al carajo ante una escenografía nacionalista del tamaño de la que exhibió Sánchez, que era casi tan grande como la bandera que izó el PP en la plaza de Colón de Madrid.
Está claro que el Estado –y también la oposición de izquierdas, lo que incluye a Podemos– no está dispuesto a dejar ejercer un derecho que considera inadmisible porque va contra la soberanía nacional.
La Constitución de 1978 se convierte así en una prisión de pueblos. O por lo menos en una prisión para muchos ciudadanos de Cataluña que quieren decidir libremente su destino. La autodeterminación debería estar incluida entre los derechos fundamentales de todo el mundo, y en alguno lo está, pero aún no reconociéndolo, el Estado no puede ignorar la movilización y las reivindicaciones de la ciudadanía.
Miquel Iceta, Duran i Lleida y sus amigos no tienen interlocutor alguno en España y por lo que se puede ver en la última encuesta, tampoco cuentan con muchos apoyos en Cataluña. Pero lo cierto es que la polarización política permite saber dónde se ubica cada partido político. Entre los partidos españoles sólo IU dice contemplar la posibilidad de permitir algo parecido al derecho de autodeterminación. Da igual, desgraciadamente, porque ese partido no va a gobernar España después de las próximas elecciones. Su bandera roja no la quieren ni los de Podemos, según dijo su mandamás en una entrevista reciente.
Entre los que podrían ser alternativa al PP –o sea Podemos y PSOE–, es obvio que no van a permitirlo. El PSOE ya ha mandado el mensaje, como acabo de señalar. Podemos se refugia en esa trampa que consiste en propagar que están por decidirlo todo y no sólo las libertades nacionales de un pueblo. Palabrería y poco más. Una excusa que es tan burda y complicada de llevar a cabo, si nos tomamos en serio la propuesta del responsable de Podemos en Barcelona, que casi no vale la pena ni mencionarla. Se parece mucho a la pregunta de los de Duran i Lleida del 14-J
En ese contexto, sorprende que la izquierda soberanista vaya tan despistada respecto a los cantos de sirena de llegan desde Madrid, aunque éstos nacieran un 15M en la Puerta del Sol. Con esa izquierda no se puede contar para decidir nada pues es más desacomplejadamente españolista que el PSOE, al que sus alianzas con C’s le obligan a envolverse con la rojigualda. La CUP lo sabe, pero como es una organización bastante compleja, con un sector independentista y otro que no lo es en absoluto, nada y guarda la ropa, como en Badalona. Pide comprensión hacia unos activistas que los menosprecian.
En ERC, que desde que abandonó las formas asamblearias para tomar decisiones es prácticamente un partido leninista, todos sus portavoces se desviven por competir-integrar a esa izquierda españolista cuyo objetivo final, como dejó claro su candidato para el 27S, Albano-Dante Fachín, no es en ningún caso la independencia. CUP y ERC lo tienen crudo.
¿Es preferible ser el primero y liderar un pequeño grupo o ser el último para liderar otro mayor? Éste es siempre el dilema que se plantea todo el mundo cuando debe decidir que aporta a un proyecto. Los soberanistas catalanes deben abordar ahora ese dilema ante el ascenso de un bloque unionista que se esconde detrás de reivindicaciones sociales. Ese «sí se puede», hoy ya convertido en el lema de un partido, tiene poca relación con el autogobierno de Cataluña y menos aún con la independencia.
Lo dijo el presidente Mas en Molins de Rei y los fanáticos admiradores de Podemos salieron en tromba para desprestigiarle. Pero es verdad. Lo dejó meridianamente claro Pablo Iglesias en la entrevista que ya mencioné: «Si nosotros ganamos las elecciones generales, la mayor parte de los catalanes no se querrían ir».
Iglesias es tan centralista como el PP y el PSOE, que ya cometió el error de considerar a Cataluña un mero granero de votos para derrotar, primero, a UCD y después al PP. El soberanismo catalán no es una moda pasajera, querido Pablo. Como ya argumenté en otro artículo: es la revolución democrática de mayor alcance que ha habido en Cataluña en muchos años.
La movilización soberanista de estos últimos años es un clamor que aúna muchas sensibilidades pero que, por lo general, persigue la creación de un Estado catalán moderno, eficaz, socialmente avanzado, laico y republicano. Un Estado soberano, independiente, con sus telas banales que le representen e inserido en el proyecto común que es la Unión Europea. Un país donde el pluralismo político sea el mayor patrimonio a defender.
Lo que no es democracia es dictadura. Si el 27S perdemos las oportunidad con disputas de campanario, lo de «volverán banderas victoriosas» de antaño puede que resulte ser un mero preludio de lo que se avecina. Aunque la mona se vista de morado, mona se queda.