Atención médica en tiempos de guerra
Incluso en tiempos de guerra, debemos seguir las reglas. Esta es la premisa por la que los Convenios de Ginebra, de forma clara y explícita establecen que no se puede atacar al personal, las infraestructuras y transporte sanitario que buscan asistir a los heridos y enfermos. Es lo que se conoce como la Neutralidad Médica. Los contextos en los que operan las agencias humanitarias hoy en día son más complejos, menos predecibles y cada vez más volátiles y violentos: ataques indiscriminados, asesinatos, secuestros y lesiones graves no son algo extraordinario.
Los ataques contra los trabajadores de la salud y las instalaciones sanitarias han ido en aumento de forma vertiginosa en los numerosos conflictos armados que tienen lugar en el planeta. Altamente preocupante. Además de los daños causados a las instalaciones sanitarias y su personal, muertes incluidas, estos ataques tienen un impacto devastador en las personas necesitadas. El acceso seguro a la asistencia sanitaria y humanitaria se reduce. Y su calidad se ve igualmente mermada. La violación de la asistencia sanitaria se ha convertido en algo recurrente en contextos de conflicto armado y otros tipos de violencia.
Estar enfermo y buscar asistencia sanitaria en países como Afganistán, Siria, Libia o Yemen se ha convertido en algo muy peligroso, frecuentemente más que la propia enfermedad en sí misma. Médicos Sin Fronteras en octubre pasado, en tan sólo dos semanas, registró 23 ataques sobre los hospitales del este de Alepo. Más de 377 personas fueron asesinadas o probablemente muchas más, por la falta de acceso a asistencia sanitaria. Un crimen de guerra que sigue impune y que cada día se cobra nuevas víctimas.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) a través de su programa Asistencia de Salud en Peligro registró durante el bienio 2012-2014 un total de 2.398 incidentes en 11 países contra personal e instalaciones sanitarias. De manera similar la Organización Mundial de la Salud (OMS) registró en el mismo período de tiempo, casi un millar de muertos como resultado de ataques a centros médicos y hospitalarios en 19 países.
El peligro no sólo radica en aquellos que violan, una y otra vez, de forma sistemática el Derecho Internacional Humanitario y los Convenios de Ginebra, sino en quienes estando capacitados para ejercer el cambio no lo hacen. Los que observan y nada o poco hacen. Parecen seguir la máxima de Confucio «Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí». Eso sí, un aprendizaje corto y olvidadizo. Y a empezar de nuevo.
El pasado 3 de Mayo de 2016 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en su 7685 sesión, aprobó la resolución 2286 sobre la protección de la atención sanitaria en los conflictos armados. En ella condena tajantemente cualquier ataque contra el personal médico, el transporte, equipo e instalaciones sanitarias. Señal política inequívoca que nace debilitada por la inoperancia de los grandes poderes mundiales de adherirse de forma total e incondicional a ella, y ejercer su influencia sobre los demás.
Cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas están asociados, en mayor o menor medida, con coaliciones responsables de ataques contra estructuras sanitarias. Y contra emblemas protegidos como la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Valga el último ejemplo del pasado miércoles donde la oficina de esta organización en Idlib (Siria) sufrió un ataque aéreo de manera indiscriminada. Aviones rusos y fuerzas de la coalición liderada por EEUU son activos en la zona. ¿Pura coincidencia?
La resolución 2286 sin dejar de ser un gran paso, que está a la espera de ser implementada y respetada en toda su dimensión, cojea. No hace mención expresa a los ataques y violencia de los que son objeto el personal y las instalaciones sanitarias en otros contextos de violencia. A pesar de no ser «contextos de conflicto armado» en el concepto tradicional, la fuerza destructiva y sufrimiento que causa es una preocupación para organizaciones como el CICR en muchos contextos en los que está presente.
Una violencia crónica donde las instalaciones sanitarias son frecuente objeto de violencia y robo, y su personal amenazado. El acceso a la atención sanitaria se reduce y la calidad del mismo se deteriora. El resultado es una creciente marginación de una gran parte de la población urbana, que retroalimenta el espiral de violencia, pobreza y falta de acceso y oportunidades. En Guatemala, por ejemplo, los militares patrullan los alrededores de hospitales ya que la guerra entre las maras se han extendido hasta esos lugares. En Pakistán y Nigeria más de 70 trabajadores en la campaña de vacunación contra la poliomielitis fueron asesinados.
Estos ataques deterioran, más aún, un sistema de salud ya de por si débil y con muchas carencias. Las palabras deben ser una expresión íntegra de nuestros pensamientos, e ir acompañadas por acciones que las respalden. Es tiempo, en época de gran incertidumbre política con el «trumpismo» acaparando la atención mundial, de una estrategia global que sea capaz de enfrentar los restos que se avecinan. Y los que ya circulan por las avenidas de una humanidad que parece, en ciertos momentos, haber perdido el rumbo.
Pero volviendo a Confucio, «si ya sabes que tienes que hacer y no lo haces, entonces estas peor que antes». Que no sirva de lamento, sino a manera de actuar.
(Diego Guerrero Oris nació en Montevideo (Uruguay). Hijo de exiliados políticos, entre 1971 y 1978 vivió en Chile, Francia y Cuba. Desde 1978 reside en España. Licenciado en Historia y Geografía, y Ciencias Políticas, ha trabajado durante más de 20 años en cooperación internacional con varios organizaciones como Médicos Sin Fronteras y Naciones Unidas. Actualmente es Consultor y Analista independiente).