Asaltar los infiernos

La decadencia de Podemos es fruto de pensar que, una vez asaltados los cielos, tenían bula para asaltar también los infiernos

Llámenme cándido si quieren, pero tengo dudas de que todo el ruido agostil sobre la presunta financiación ilegal de Podemos, acompañada de presunta malversación de fondos públicos y apropiación indebida, acabe en condena alguna.

Y no, no lo digo porque no piense que alguno de sus miembros más mencionados como presuntos responsables no hayan podido cometer chapuzas hispano-españolas al estilo de Pepe Gotera y Otilio.

Tampoco lo digo porque no crea que una masa considerable de los fondos de Podemos haya podido dedicarse a sus batallas internas, tanto a financiar la salvaje partida de caza contra Iñigo Errejón y todos los los que se apartaron de la verdadera fe como a promocionar a candidatos del aparato pablista tanto en la sociedad como entre su militancia, singularmente a Irene Montero, cuya campaña de posicionamiento fue digna de una premiere hollywoodense.

Lo digo básicamente porque muy gordos tienen que haber sido los trapicheos y chapuzas como para que entren sin martillo ni escoplo en el tipo penal que describe nuestra legislación como delito electoral, y porque los supuestos autores ya coleccionan canas y arrugas como maestros carpinteros a cargo de campañas desde la IU de Julio Anguita.

Pero en realidad que se hayan cometido delitos o si la cosa queda en que han sido simples chapuzas es lo de menos. El mal ya está hecho.

Podemos llegó a la vida pública encaramado en una promesa de regeneración política tan radical que cualquier acción por debajo de esos estándares supone una traición a sus principios fundacionales que la mayoría de sus votantes (no estoy hablando de sus militantes, que ya han demostrado sus amplias tragaderas) no van a perdonar. De hecho no lo están perdonando.

El espejismo de Podemos duró muy poco

Podemos llegó a la política española para asaltar los cielos, si lo recuerdan, eran un grupo de seres de luz que se dedicaban a sacar los colores a los partidos tradicionales con una narrativa a lo Savonarola, elevando el listón ético hasta la altura del record mundial de salto con pértiga.

La vieja política era corrupta, los políticos ganaban demasiado, la casta, las puertas giratorias… ellos venían a cambiar todo esto a base de participación, transparencia y servicio al pueblo, unas promesas que les llevaron a estar a punto de superar al PSOE en las urnas.

Pero el espejismo duró muy poco.

Las purgas, las peleas internas, las deserciones, las contradicciones, el cesarismo, el adanismo y sobre todo el no haber sido capaces de mantener esos altos criterios éticos de sus inicios al llegar al poder (además de una implantación territorial raquítica) han convertido la promesa en frustración, la esperanza en melancolía y la épica en desengaño.

Hoy ya da igual que las acusaciones queden en nada, la decadencia de Podemos desde el histórico 20,7% en las elecciones generales de 2015, donde consiguió más de 5 millones de votos y 69 diputados, hasta el 9%-10% que le dan las últimas encuestas, es incuestionable. Y en este proceso poco han tenido que ver cloacas, conspiraciones masónicas o máquina de fango alguna.

Al igual que su subida al estrellato fue el éxito de realizar una lectura correcta de las necesidades de la sociedad española de aquel momento, su decadencia es fruto de una cadena de errores que se inicia en el punto en el que pensaron que una vez asaltados los cielos, tenían bula para asaltar también los infiernos y convertirse en aquello contra lo que, supuestamente, tanto lucharon.

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