Artur Mas se echó al monte
Lo que venimos viviendo y padeciendo en Cataluña estos últimos años, y más en concreto desde que Artur Mas accedió a la Presidencia de la Generalitat hace apenas cinco años, es una sucesión incesante de despropósitos.
El por ahora último de ellos es la inesperada conversión del propio Mas al radicalismo antisistema. Parece difícil de creer que la misma persona que en 2010 pretendía liderar un gobierno «business friendly», esté dispuesto ahora a romper con toda la legalidad vigente y a plantear un órdago monumental al Estado, a la Unión Europea y al conjunto de la comunidad internacional, con el único objetivo de garantizarse su continuidad como presidente de la Generalitat, para liderar el proceso de secesión de Cataluña.
Conviene recordar ahora que si Jordi Pujol logró por vez primera la Presidencia de la Generalitat, en 1980, fue en gran medida por la eficaz y muy potente campaña que la gran patronal catalana, Fomento del Trabajo Nacional, llevó a cabo entonces. Sobre todo contra un posible gobierno de izquierdas en la Generalitat encabezado por el socialista Joan Reventós y con el apoyo también del eurocomunismo del PSUC.
Pero al mismo tiempo a favor de CiU y de otras dos candidaturas en apariencia de izquierdas, la de ERC liderada por el derechista y xenófobo Heribert Barrera y la del entonces aún llamado Partido Socialista de Andalucía (PSA).
Sin aquella campaña propagandística y de intensa movilización del voto empresarial a favor de CiU, con muchos millones de pesetas de presupuesto, Jordi Pujol no hubiese conseguido iniciar su mandato al frente de la Generalitat, que se prolongó por espacio de cerca de un cuarto de siglo. Hasta 2004.
Conviene recordar aquellos hechos, porque aquellos polvos trajeron estos lodos. Todo cuanto empezamos a conocer ahora acerca del sistémico régimen de corrupción imperante en Cataluña desde hace tantos años nació entonces. Y como entonces, ha contado, y sigue contando, con importantes complicidades de los auténticos poderes fácticos de la sociedad catalana y española.
Porque no hay corruptos sin la existencia de corruptores. Y porque la «omertà» acerca de todo ello ha tenido hasta ahora su principal apoyo en el silencio interesado de todo tipo de medios de comunicación, en Cataluña y en el conjunto de España. La impunidad con que han actuado desde el nacionalismo catalán durante todos estos años ha sido posible, por la complicidad activa o pasiva de muchas personas, empresas e instituciones de todo tipo.
Ahora, cuando Artur Mas ha decidido echarse al monte y hacer suyo, de CDC, de ERC y de todo el universo secesionista, el radical programa antisistema de la CUP, quienes hasta hace poco le seguían apoyando se manifiestan extrañados, sorprendidos, estupefactos.
En el mismo Gobierno de la Generalitat parecen ser mayoría los consejeros que no están dispuestos a echarse también al monte para enfrentarse no ya tan solo al Estado español sino también a la UE y a toda la comunidad internacional.
Pero todos ellos, que han sido y en algunos casos aún siguen siendo cómplices de Artur Mas en este aparentemente utópico y casi placentero «viaje a Ítaca», harían bien si dedicasen unas horas a la lectura de la «Odisea» de Homero. Cuando tanto se habla y escribe de relatos, leer la «Odisea» resulta particularmente recomendable.
Odiseo/Ulises, tras veinte años de lejanía de Ítaca, los diez primeros dedicados a la guerra de Troya y los diez siguientes venciendo uno tras otro los obstáculos para regresar a su reino, accede como un mendigo a su palacio, invadido por los numerosos pretendientes de su esposa Penélope, todos ellos hijos de las más importantes familias de Ítaca.
Tras la matanza de todos los pretendientes, solo la intervención de Palas Atenea pone fin a la lucha y se impone la paz. No obstante, en el postrer poema de su ciclo troyano, Homero dio una última versión a su relato, en la que Odiseo/Ulises, en un nuevo y ya definitivo regreso a Ítaca, por error fue asesinado por uno de sus hijos, Telégono, que acabó casándose con su madrastra Penélope mientras su hermanastro Telémaco se casaba con Circe, madre de su ya citado hermanastro.
Y por si a todos ellos no acaba de convencerles el bello relato homérico, una consulta a la «Biblia» les recordará que Moisés, ese personaje al que Artur Mas intentó emular en uno de sus carteles electorales, ni tan siquiera llegó a pisar la tan ansiada Tierra Prometida, a pesar de morir a los 120 años de edad, después de haber guiado al pueblo hebreo en su largo y muy doloroso éxodo, tras haberse echado también él al monte para huir de la dominación egipcia.
Eso sí, en este caso la historia bíblica termina bien, porque ya en Tierra Prometida su pueblo lloró a Moisés durante treinta y tres días. Lo que ocurrió después y lo que por desgracia sigue ocurriendo ahora en Israel, tantos miles de años más tarde, parece que importa poco.