Artur Mas mató a Kennedy

Es obvio que Artur Mas mató a Kennedy y que CDC es el instrumento del salafismo y el yihadismo en Cataluña. Mejor aún, la Fundació Nous Catalans, dirigida por Àngel Colom, es el caballo de Troya del que se sirven esas ideologías perversas del Islam para penetrar en España y destruirla con la complicidad de los independentistas catalanes.

Así lo insinuó el ministro español del interior, Jorge Fernández Díaz, en una reciente entrevista radiofónica al relacionar la Fundación vinculada a CDC con el islamismo radical.

El objetivo no es, claro está, ni esa Fundación ni Àngel Colom. El objetivo es desprestigiar a Artur Mas y al soberanismo catalán en general, porque, como dijo el ministro, «a raíz del proceso independentista a mucha de esta gente se la intentaba captar y hacer proselitismo en el seno de esta comunidad en favor de la causa independentista».

Para dar una mayor apariencia de verisimilitud, Fernández Díaz recordó, además, el caso de Noureddine Ziani, miembro destacado de la entidad que fue expulsado de España hace un año acusado de «atentar contra la seguridad del Estado».

Este ultra católico ministro del Gobierno de España, que como todo el mundo sabe se dedica a condecorar vírgenes y proporciona a la policía estampillas de San Pancracio para que les proteja de todos los males, ya declaró en julio pasado que una Cataluña independiente sería «terreno abonado» para el terrorismo internacional y el crimen organizado.

Puro delirio de quien tiene la obligación de proteger a las personas y el Estado de derecho y no lo hace. Las detenciones de esta semana fueron resultado de las pesquisas durante 13 meses de los Mossos de Esquadra –la policía catalana que Fernández Díaz hostiga a menudo–, que no está de más recordar que está a las órdenes de Artur Mas, el malo de la película.

Este último episodio de la campaña del Estado contra el proceso independentista catalán es, simplemente, una infamia espuria del mismo calibre que aquella que utilizó el PP el 11 de marzo de 2004 para intentar ganar las elecciones que finalmente perdió ante Rodríguez Zapatero.

El PP nunca reparó en gastos para intentar matar dos pájaros de un tiro. Atribuyó a ETA la explosión del tren de cercanías por oportunismo electoral y fanatismo españolista e intentó vincular al PNV en aquel embrollo.

El atentando de Madrid sirvió de excusa para que ministros del Gobierno de José María Aznar se apuntasen a la operación de demonización del nacionalismo vasco. Sólo el entonces ministro de trabajo Manuel Pimentel se apresuró valientemente a tildar aquello de enorme disparate «que pagaremos caro».

El PP acabó pagando aquella gran mentira e, inesperadamente, el PSOE ganó las elecciones después de una movilización popular promovida por círculos próximos a IU y al PSOE, aunque ahora aquella acción se atribuya al actual entorno de Podemos. Iglesias, Monedero y compañía eran en aquel momento adláteres de la izquierda tradicional y no cabe inventar que el acoso a la sede del PP en Madrid fue promovido por una organización que simplemente no existía.

La izquierda se movilizó contra el PP, es verdad, porque el partido conservador era –y es– esa «derechona» de tintes franquistas que miente y manipula para defender sus objetivos políticos.

A la España del PP le asusta mucho más el soberanismo vasco o catalán que el salafismo o los «moritos de Lavapiés», que es la manera irresponsable y racista con que se designó a los presuntos autores del atentando del 11M. Aun cuando no había ninguna evidencia, directa o indirecta, de que la organización terrorista ETA estuviese implicada en el atentado, el PP insistió en su tesis incluso durante la comisión de investigación.

La religión, cuando se convierte en ideología, es la manifestación más antigua del totalitarismo. Da igual que quien la defienda sea musulmán o cristiano, porque lo que guía a esas personas no es dar una respuesta espiritual a la incertidumbre de la existencia, que es lo propio de toda religión, sino que se convierte en una doctrina que los «creyentes» quieren imponer a los demás.

Desde que Jorge Fernández Díaz cayó del caballo y se lió la sarta de cuentas a la muñeca junto a la pulserita con la rojigualda, rosario y bandera son sus armas para atacar lo que le molesta. Su comportamiento político resulta inaceptable pero es el ariete del Gobierno contra los separatistas, ahora identificados por las barbas y las túnicas que lucen.

La cruz y la espada están en manos de este ministro fanático, como en su día ya estuvieron en manos de su padre, el Teniente Coronel de Caballería Eduardo Fernández Ortega, fallecido en 2003, quien también llegó a ser subinspector jefe de la Guardia Urbana de Barcelona en los años 60.

Jorge Fernández Díaz y su hermano Alberto Fernández Díaz, jefe de la cuadrilla municipal del PP en Barcelona, han dominado el partido conservador con mano de hierro durante años, aunque Jorge en 1978 era miembro de UCD y ocupó un sinfín de cargos, entre ellos el de gobernador civil de Barcelona.

Frente al extremismo de su hermano Alberto, que bordeó los límites de la extrema derecha, el ministro parecía el miembro moderado de la familia. Lo parecía aún más si enfrente tenía a personas como Alejo Vidal Quadras, un personaje de la burguesía catalana españolizada con Franco, quien puede ser a la vez amigo del propietario de la revista El Viejo Topo, hoy en la órbita de Podemos y antes en la de EUiA, y de Federico Jiménez Losantos, quien al fin y al cabo se inició en esa revista, antes de ser el vocero de la extrema derecha españolista.

Jorge Fernández Díaz forma parte de la Sacra y Militar Orden Constantiniana de San Jorge, consagrada a la glorificación de la Cruz, la difusión de la fe y la defensa de la Santa Madre Iglesia.

El ministro es Caballero Gran Cruz de Mérito de dicha orden, condecoración reservada para altos cargos en la vida pública. Esta distinción también la ostentan en España Juan Cotino, ex presidente del parlamento valenciano e imputado por corrupción; Francisco Vázquez, el que fuera alcalde socialista de La Coruña; y Rafael Ansón, ex director de RTVE y hermano de Luis María Ansón.

La orden recoge en sus estatutos que «no sólo es deber de los Caballeros y Damas Constantinianos vivir según el ideal cristiano, sino también participar en todas las manifestaciones que contribuyan al incremento de los principios religiosos y cooperar con todos los medios para recuperar la práctica de la vida cristiana». No se trata de vivir la fe íntimamente, se trata de hacer apostolado. Asusta tanto integrismo.

Con las declaraciones del ministro estamos ante un caso de manipulación política indecente. Pero es la evolución lógica de quien en su día fue capaz de «apelar a la libertad de expresión» para defender lo que se decía de Francisco Franco en el Diccionario biográfico español de la Real Academia de la Historia.

Él fue el diputado del PP que argumentó que no se tocase ni una coma de esa entrada porque de lo contrario sería atentar contra el artículo 20 de la Constitución cuando reconoce y protege los derechos: «A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción». Algo que, según el ministro Fernández Díaz, era «la esencia de nuestra Constitución y, por tanto, de nuestra democracia«. Manipulación, siempre la manipulación para defender o combatir los ideales de los adversarios, que el ministro convierte en enemigos con argumentos sectarios, dogmáticos y fundamentalistas.

En fin… Parece que Artur Mas mató a Kennedy, pero como nadie puede demostrarlo, la solución es pegarle un tiró a Lee Harvey Oswald en la figura de Àngel Colom para aumentar la confusión.

La teorías conspirativas sobre el asesinato de Kennedy apuntan incluso a la «teoría del ovni» cuyos partidarios sostienen que Kennedy fue asesinado porque se llegó a interesar demasiado en lo extraterrestre y amenazaba con descubrir programas secretos de los servicios de inteligencia del país. Un montón de sandeces que lo único que tienen en común es que la CIA aparece en casi todas esas teorías. Tomen nota: ¡Artur Mas es Bin Laden! La CIA se lo ha contado al ministro español del escapulario.