Artur Mas: irresponsabilidad y engaño (a todos)
Mas quiso 'acompañar' el proceso soberanista, cuando la labor de un gobernante es orientar y dirigir, y ha dividido la sociedad con una gran irresponsabilidad
Llega en helicóptero. Es el 15 de junio de 2011. Los indignados, el movimiento de protesta por los recortes sociales, bloquea el acceso al Parlament. Artur Mas aterriza en helicóptero y también buena parte de los miembros de su Govern, en desplazamientos posteriores. Es el pleno de debate de los presupuestos.
Esa fecha es clave. Pero el soberanismo la ha olvidado. No existe. No han aparecido de nuevo las imágenes de los helicópteros en los medios públicos de la Generalitat. Queda lejos. Pero nada se entiende sin ellas.
Artur Mas prometía. Quería un gobierno “con los mejores”. Y muchos lo pensaron. ¿Por qué no un gobierno liberal, moderno, que gestionara con eficacia y llevara Cataluña a lo más alto? Antes de llegar al Palau de la Generalitat, sin embargo, Mas se caracterizó por una oposición desaforada contra el tripartito. Hasta el punto de desacreditar al Govern presidido por José Montilla por poner en marcha una emisión de deuda dirigida a los propios catalanes, que promovió el consejero de Economía, Antoni Castells, y que se dio a conocer como “bonos patrióticos”. Resulta que mientras Mas la rechazaba, el mismo Jordi Pujol la apoyó, porque era lo mismo que había hecho su gobierno, muchos años antes, para salir de una situación desesperada.
Mas promovió la independencia, pero dice ahora que no será posible que se haga efectiva
Llegó Mas y decidió pactar dos presupuestos con el PP, pese a tener otras posibilidades, con el PSC, por ejemplo, que le facilitó la investidura con una abstención. Entonces, en aquel momento, en 2011 y 2012, no era tan importante para Mas y el soberanismo la sentencia del Estatut del Tribunal Constitucional de 2010 (ciertamente un error monumental).
Y llegó la Diada de 2012. La lección fundamental es que Mas no quiso dirigir nada. Quiso aprovechar aquella ola, para lograr la mayoría absoluta en unas elecciones anticipadas, y fracasó. Desde entonces aseguró que iba a “acompañar” al movimiento que se había ayudado a constituir, con el impulso de la Asamblea Nacional Catalana –fruto de las entidades sociales, pero también promocionado por instituciones y medios de comunicación— y decidió apartarse en 2015 dejando buena parte del guión de la hoja de ruta soberanista a la CUP.
Esos son los hechos. Pero los gobernantes no acompañan, deben orientar y dirigir, sin perder de vista la posible desconexión con la sociedad, claro. Y Mas no lo hizo. Ahora él es el gran responsable de una situación polarizada, grave, con una sociedad catalana que se ha dividido, y a punto de caer en el abismo si el presidente Carles Puigdemont decide proclamar la independencia este martes.
El soberanismo no puede forzar más las cosas, y España tampoco puede frenar sus urgentes reformas
Este domingo apareció con fuerza una gran parte de esa sociedad catalana que no ha entendido el proceso soberanista, que tiene como referente la identidad española, desde sus dos vertientes para este cronista, la que se identifica con los valores constitucionales, por encima de identidades concretas, y la que se siente española, la que se identifica con el nacionalismo español, que también existe. Hasta ahora esa parte de la sociedad catalana había permanecido de forma pasiva ante los diferentes pasos que tomaba el independentismo.
Lo más sorprendente de todo, es que quien no quiso dirigir la política catalana, quien prefirió “acompañar” a los movimientos sociales que tomaban la calle, asegura ahora que la independencia no es posible, que una independencia real no será factible, porque Cataluña no podría controlar el día después, tras una proclamación.
Mas lo ha afirmado en el Financial Times, y ahora busca algo muy difícil para todo el entramado social y político del soberanismo: que dé marcha atrás, que se espere algo más de tiempo, que no se declare la independencia.
¿Ahora? Es irresponsable y resulta un engaño, también para los propios soberanistas que han creído que era posible, porque así lo indicaron sus dirigentes, como Artur Mas, que decía que ningún banco abandonaría su sede de Barcelona.
Si una sociedad se mueve a golpe de manifestaciones y concentraciones es que se ha dividido por completo
El soberanismo tiene todo el derecho a defender un proyecto político que significaría poner en pie un nuevo estado en Europa. Pero no puede hacerlo saltando todos los puentes, y sin tener claras mayorías detrás.
Otra cosa es que el estado español, en su conjunto, España, necesite una reforma en profundidad. Y que el Gobierno del PP no lo ha querido ver en los últimos tres años, porque en los anteriores se dedicó a la tarea urgente de remontar el vuelo de la economía española, al borde del colapso en 2012.
Artur Mas pudo ver la manifestación de este domingo en Barcelona. Puede ser una buena noticia para esa parte de la sociedad catalana que rechaza el proceso soberanista, pero demuestra que la división es profunda, que se actúa ahora a golpe de manifestaciones y concentraciones en las calles, de un signo y de otro. Y eso es claramente una exhibición de un problema mayúsculo, interno, que desgarra a la ciudadanía.
¿Es el papel de los gobernantes responsables ‘acompañar’ las cosas para que acaben dividiendo de esta manera a la sociedad? ¿Quién dice ahora a todos esos cientos de miles de personas, que con toda su convicción –respetable y admirable—se han manifestado durante los últimos años a favor de la independencia que deben volver a sus casas?