Artur Mas: el momento Cambó

Muy pronto, el Parlament será mutatis mutandi el Saló de Cent en 1904. Fue en este segundo donde Francesc Cambó, el entonces concejal más joven de la Lliga Regionalista (28 años), dirigió su discurso al rey Alfonso XIII. Y será previsiblemente en el actual Parlament donde Artur Mas dirija el mensaje soberanista a Felipe VI (hoy todavía príncipe). Las previsiones no oficiales de la Corona sitúan la presentación de Felipe en Catalunya con un discurso de regeneración para después de vacaciones y dos meses antes del 9 de Noviembre.

En su momento, Cambó dirigió al bisabuelo de Felipe un mensaje crítico: “Esta ciudad, Señor, no se siente feliz. Se engañaría vuestra Majestad si creyese que el contento que manifiesta, desde que os tiene en su seno, indica que están satisfechas sus aspiraciones, que los graves problemas que tiene planteados y las hondas preocupaciones de su espíritu han desaparecido”. Un siglo más tarde y muchas diadas calientes después, las cosas han cambiado mucho. Pero no ha cambiado el reformismo profundo al que se abrazó Cambó y al que también, lo sé de buena tinta, se abraza hoy Artur Mas.

Las condiciones han cambiado; no las actitudes. Felipe y Mas tienen que entenderse y ambos lo saben. La casa del Borbón tendrá que parecerse a la corona de Gran Bretaña si quiere amoldarse a una España plural, la única posible a pesar de la compactación peninsular. Todavía es posible el encaje catalán en una estructura de Estado renovada bajo el manto de una monarquía capaz de escuchar “la veu d’un fill”, según las palabras del poeta.

La consulta catalana no tiene marcha atrás, pero la independencia es interpretable. Es una forma sui géneris de “interdependencia”, como dijo el filósofo Xavier Rubert de Ventós ante la Via del 11 de setiembre de 2013, con la mirada puesta en Bruselas, en Barcelona y en Madrid.

El juego de soberanías compartidas pide paso. Es el fin de un statu quo territorial insostenible. En este nuevo escenario, la versatilidad de Felipe será fundamental. La monarquía española se britanizará forzosamente. La herencia francesa atraviesa su peor momento, cuando París, además de capital, es una mezcla equívoca de estado, sindicato, patronal y gran empleador; un ente exterminador abrazado ahora por el xenófobo Frente Nacional.

En la España de 1812, los liberales de Cádiz fueron gentes de inspiración atlantista. No conviene olvidarlo. Dos siglos después y tras varias dictaduras y una Guerra Civil, el país no puede olvidar que la España de Riego fue un experimento fallido.

El 24 de febrero de 1931, la derrota de la Lliga en Barcelona y de los monárquicos en Madrid sorprendió a los mismos republicanos. Alfonso XIII se refugió en Cartagena para embarcar hacia Marsella. Cambó cogió el tren con desino París. En las calles de Barcelona, la multitud gritaba: «Visca Macià, mori Cambó!«.

Las Cortes Constituyentes de la II República aportaron un salto cualitativo en la democratización del espacio público. Es muy cierto. Pero, ahora, no lo es menos la utilización del artículo 57 de la Constitución para poner en marcha la sucesión de una monarquía parlamentaria que nos ha dado 39 años de estabilidad.

Falta un año y medio para las elecciones generales y PP y PSOE cuentan con la mayoría amplísima en la cámara legislativa. Será más democrático este cambio de lo que lo fue la modificación del 135 de la Constitución efectuada por Zapatero en 2011 para recortar el estado de bienestar. Los mercados le obligaron.

Hoy confluyen dos factores: abdicar para salvar la Monarquía y proclamar el fin de la crisis económica como una cortina de humo sobre el paro y el empobrecimiento de la población. El primer factor ha sido encarado por Juan Carlos, pero el segundo le correspondería a Rajoy, un presidente protegido por el silencio y enmarañado en los casos Gürtel y Bárcenas. Rajoy no ha hecho los deberes.

La Monarquía, en cambio, ha seguido una senda: Alfonso XIII abdicó en favor de su hijo Juan de Borbón, conde de Barcelona, y este último renunció en favor de Juan Carlos y ante un futuro mejor. Queda un cabo suelto: una gran parte de la población vería con buenos ojos la celebración de un referéndum con la pregunta ¿Monarquía sí o no? Por aquí empezará Artur Mas su mensaje al nuevo Rey. No es la hora de la calle; es el momento Cambó.