Aragonès, Colau y nuestro aeropuerto

Si la economía del crecimiento, ciertamente incompatible con la sostenibilidad, no encuentra una alternativa, la competencia entre ciudades seguirá siendo dura

Un avión despega del aeropuerto del Prat en Barcelona, envuelto por la polémica ampliación. EFE

Como huésped casi permanente del sufrido Delta del sur catalán y exusuario no menos asiduo de Gavà Mar en los tiempos de mayor contaminación acústica, puedo asegurarles que los animales son mucho más adaptativos a ciertos cambios que los humanos. Mientras haya comida sin exceso de peligro…

Por ejemplo, después de la siembra del arroz, la principal preocupación de los productores consiste en evitar que la variada fauna voladora se alimente de las semillas antes de que germinen y arruinen así su trabajo y su negocio. Una cosa es que ingieran un pequeño porcentaje y otra que arrasen.

A tal fin, sitúan en los arrozales unos artilugios que, de tiempo en tiempo, sueltan una detonación a modo de disparo, por completo inofensiva pero que los debería ahuyentar. Bueno, pues el efecto disuasorio dura poco, ya que pronto aprenden a distinguir el sonido imitado del original de una escopeta de verdad.

La prueba: harto de tanto ladronzuelo con alas, más de un payés se ha levantado por la noche y, desafiando el peligro de ser descubierto y multado, se ha plantado en su arrozal disparando al aire. Las aves, que no se inmutan por las salvas, se levantan en masa al son del tiro real.

Las lagunas del Delta del Llobregat (..) son restos de mayores extensiones que han sobrevivido a quienes trabajan la tierra

Y al contrario, al disminuir, por orden del ministerio que adquirió la finca, la superficie cultivada de la laguna del Canal Vell para devolverle un poco de la superficie perdida por la cruel mano civilizadora de nuestra especie, gran parte de la bellísima y abundantísima fauna allí instalada como en un paraíso, desapareció. No hay arrozales. No hay alimento gratis. Adiós. Efecto devastador por cierto no previsto ni por los técnicos ni por los medioambientalistas más conspicuos.

Las lagunas del pequeño Delta del Llobregat (la Ricarda, los ignorados el Remolar, la Murtra…), mucho más que las del gran Delta del sur, no son sino restos, resquicios maltratados de mayores extensiones lacustres que han sobrevivido a la acción depredadora de quienes trabajan la tierra con el lamentable propósito de llevar sus cosechas al mercado y así alimentar a sus congéneres.

No sólo ellos, sino la sociedad al completo es responsable del arrinconamiento y la degradación del vergel, al civilizar el antiguo espacio natural de la forma más desconsiderada mediante toda suerte de infraestructuras, instalaciones y, seamos claros, enormes dosis de asfalto y hormigón.

La sociedad es responsable de la degradación del vergel, al construir sobre el antiguo espacio natural toda suerte de infraestructuras

Por si fuera poco y a pesar de la ignorancia general de nuestro políticos y allegados, pasó prácticamente desapercibida, en la ampliación del puerto de Barcelona y el desvío de la desembocadura, la construcción de una nueva laguna artificial, compensatoria en parte, llamada Llac de cal Tet e incluso de una islita de nueva factura en el tramo final del río.

La solución ideal sería construir una pista sobre el mar. Si el puerto le ha robado superficie, el aeropuerto también podría, tonterías aparte. Es viable pero demasiado caro, así que dejémoslo correr.

La alternativa: demolición o abandono de Gavà Mar

A todos los desmanes en tierra, mar y aire hay que ponerles coto aunque no sean tales. Si se produce la ampliación, la alternativa a desplazar La Ricarda, no a eliminarla, puesto que hay terreno de sobras, virgen o cultivado, al este de la laguna, sería la demolición o el abandono de Gavà Mar.

Tal como suena, puesto que, y hablo por experiencia, no de oídas sino porque aún me duelen los tímpanos desde la época en que temblaban literalmente las casas al paso de los aviones que despegaban allí mismo. Era y volvería a ser invivible.

A la preciosa y preciada fauna del Delta, además de traerle los decibelios sin cuidado, no le importaría el desplazamiento de la diminuta Ricarda. Basta mirar desde el aire para observar lo dicho. Si el puerto compensó, el aeropuerto también puede. Por ahí deberían ir los tiros. Tal vez, con suerte, acaben yendo por ahí.

Tanto Ada Colau como Pere Aragonès han caído en el pozo de la pusilanimidad y el juego politiquero subterráneo

Sin embargo, tanto Ada Colau como Pere Aragonès han caído en el pozo de la pusilanimidad y el juego politiquero subterráneo. La alcaldesa, poniendo sus intereses electorales por encima de las conveniencias de Barcelona y su área. El president, porque se dedica a los equilibrios entre opuestos, siempre por conveniencias políticas.

Estamos en ambos casos en las antípodas del liderazgo. La alternativa a la ampliación es quedarnos como estamos. Si la economía del crecimiento, ciertamente incompatible con la sostenibilidad por mucho coche eléctrico que nos prometan sin la menor posibilidad de cumplir, no encuentra una alternativa, la competencia entre ciudades seguirá siendo dura.

Si la economía del crecimiento no encuentra una alternativa, la competencia entre ciudades seguirá siendo dura

Tal vez en el futuro los aviones se quedarán en tierra para salvar el planeta. Pero mientras eso no suceda, atarse un brazo a la espalda no parece el mejor modo de ganar posiciones en el tablero global. Tal vez ampliar el aeropuerto sea tirar el dinero, pero como no sale de nuestros impuestos sino de inversores privados, lo que procede es encontrar una vía para aprobar el proyecto, con la modificación medioambiental exigible. Aunque fuera por si acaso.

A Colau y Aragonès poco les importa si Barcelona pierde una oportunidad o queda peor posicionada. Lo primero para ambos políticos es la propia supervivencia. No son los únicos, claro. El mal es general. Pero la sociedad y los medios deberían presionar en este elemental sentido. Bastante comba hemos perdido ya.