Aprendan a pactar, que vienen curvas
Todas las encuestas que se publican en las últimas semanas sobre la situación política tienen un nexo común: decimos adiós a las hegemonías del bipartidismo clásico. En Andalucía acabamos de asistir a ese cambio. Los partidos le han dicho que no a la candidata socialista a presidir la Junta en la primera vuelta de su investidura. Susana Díaz, que sólo consiguió una mayoria minoritaria, no tendrá más remedio que pactar, salvo que quiera arriesgarse a unas nuevas elecciones de incierto resultado.
Las principales autonomías del país, con la catalana incluida, también dejarán de ser cotos de los rodillos mayoritarios que durante décadas han ejercido el poder sin auscultar a la oposición, que es tanto como desoír a una parte importante de la población. Les ha llegado el punto y final: o cambian de actitud o la inestabilidad política degenerará en podredumbre democrática.
La sociedad tiene cada vez un punto de vista político más poliédrico. Eso no es malo. Catalanes y vascos lo hemos vivido un poco más que en el resto de España. No es que nos haya ido mejor, pero sí que hemos conocido diferentes formulaciones del ejercicio de la gobernación.
Hasta los alcaldes tendrán que dejar en alguna esquina de su despacho la vara de mando para ver qué dicen otras formaciones políticas. Deberán decir adiós a la prepotencia y altanería que muchos han empleado durante décadas para recuperar la humildad de la transacción. Lo primero fue una finca de caza de la corrupción. Lo segundo está por ver, pero es probable que ayude a regenerar.
España, sus administraciones, no podrán gobernarse a partir de ahora más que a golpe de pacto. Nos encontramos ante un escenario novedoso. Se trata del mayor cambio que experimenta la política en estos primeros compases del siglo XXI. Una mutación que tiene tintes de ser positiva por más que atente contra el confort clásico de los políticos.