Apple como síntoma: ¿crisis de oferta o de demanda?
Los diagnósticos no son fáciles. En el mundo económico depende, en gran medida, del prisma que se adopte. No existe una única verdad, porque hay muchos factores relacionados. Tras la larga etapa marcada por el keynesianismo, que abarcó desde la II Guerra Mundial hasta mediados de los años setenta, llegó la ‘verdad’ de los economistas que se fijaban en la inflación y en la política monetaria, con Milton Friedman a la cabeza. Ganaron la batalla, en el Reino Unido y en Estados Unidos, y se inició una fase, marcada por las desregulaciones, que culminó con la crisis financiera de 2007-2008.
El hecho es que la discusión se mantiene. En Economía Digital damos cuenta de que Apple, que ha vendido muchas aplicaciones, y gana grandes candidades de dinero, habría decidido, sin embargo, recortar la producción de sus recientes modelos de Iphone. La reducción podría llegar al 30%, con el objetivo de retomar los niveles en el segundo trimestre de este año. Con ello se pretende que salgan de los almacenes las existencias acumuladas. Es decir, se considera que puede haber un exceso de oferta, y que esos productos, muy demandados, y de gran valor añadido, no los puede absorber el mercado.
Algunos economistas sostienen que ese es el verdadero problema, que existe un exceso de producción que no se puede colocar en el mercado, y que, cuando se adapte a la realidad, el mercado laboral expulsará a muchas personas. En España han formulado juicios en esa línea desde Xavier Sala Martín, a Santiago Niño Becerra. Y Martin Wolf, el analista de Financial Times, también ha sostenido que el sistema productivo forzará cambios profundos en los mercados laborales.
Existe otro punto de vista. En realidad, se afirma, lo que sucede es que hay una falta de demanda agregada, y volvemos, con esa idea, a posiciones más keynesianas. Joseph Stiglitz insiste en que el mundo no ha entendido el mensaje de la crisis económica que explotó con la crisis financiera de 2007-2008. Se basa en los propios análisis de otras figuras, como la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, quien afirma que la situación actual de la economía mundial se puede bautizar como la Nueva Mediocridad, con crecimientos anémicos, más bien indicativos de un largo estancamiento.
Stiglitz incide en que el mundo se enfrenta a «una falta de demanda agregada, provocada por una combinación de creciente desigualdad y una oleada de austeridad fiscal sin sentido». Su idea es la siguiente: «Quienes más tienen gastan mucho menos que quienes tienen menos, por lo tanto, a medida que el dinero fluye hacia los más ricos, la demanda disminuye», como ha afirmado en un artículo reciente en Project Syndicate.
Una de las salidas para esta corriente económica es la inversión en infraestructuras, «necesidades mundiales insatisfechas que podrían estimular el crecimiento», según Stiglitz. Ello no sólo sería necesario para los países emergentes, sino para los propios estados desarrollados como Estados Unidos, que ha «subinvertido en su infraestructura básica durante décadas».
Ese es el debate que se debería intensificar para buscar una solución ante los negros presagios, que se han plasmado en estos primeros días de 2016 en las bolsas, tras la impresión de que uno de los motores mundiales, China, ha comenzado a fallar.