Antoni Esteve: entre el viva la tierra y el muera la inteligencia

En el acto de entrega de los premios de la Fundación Príncipe de Asturias, uno de los asistentes gritó: ¡Visca la terra! (evocación de mal gusto por sus dramáticos antecedentes). Fue una intervención extemporánea, parecida a las de los hispanos en Florida cuando en plena calle se detienen para gritar ¡Raza! tal como lo cuenta Tom Wolfe en Bloody Miami.

Por lamentable que resulte, el grito es hipnótico por naturaleza, como lo demuestra la pintura de Edvard Munch, expuesta en la Galería Nacional de Noruega. Y, sin embargo, en el auditorio del Palacio de Congresos de Girona, el grito no funcionó. Afortunadamente.

Las caras más bien eran de póker. Se trataba, ante todo, de sostener el discurso de Felipe VI, medio en catalán, medio en castellano y plagado de lugares comunes, como «la colaboración sincera y generosa” o “las legítimas aspiraciones”.

En este primer discurso del monarca en territorio secesionista, volvieron el «sentido emprendedor”, la “iniciativa”, el “espíritu reflexivo” (dichoso seny) y la mirada “exterior” de los catalanes. En fin, el topicazo de los almendros en flor ante un auditorio silente que se limitó a batir palmas, con su presidente, Antoni Esteve, en primera línea.

Nadie se acordaba ya de que el mismo Ayuntamiento de Girona abominó no hace mucho del Principado y de que, horas antes, el Parlament de Catalunya había aprobado un referéndum sobre Monarquía o República. Entre los asistentes, algunas caras conocidas del patronato Forum Impulsa, base de la Fundación Príncipe de Girona. Y, entre ellas, el autor de la pregunta impertinente: ¿Qué le dan de comer al alcalde de Girona, Carles Puigdemont (CiU)? Por qué destierra de su ciudad el honor nobiliario del Principado de Girona y, al mismo tiempo, pone cara de niño bueno delante de Felipe VI? ¿Tiene miedo de expresar lo que siente?

Casademont dijo que la Casa Real utiliza de forma activa un título que no cuenta con el apoyo de su ciudad. Añadió que a él no le parece una “forma inteligente” de actuar. Pero se da la casualidad de que el Rey persiste en su fórmula de respeto y convivencia. Y, frente al gesto real, la ciudad se vacía en la medida en la que su sociedad civil (ese mantra catalán de vocación revisionista) se empequeñece. El mundo perdido de los José Felipe, Ferrer, Rodés, Salvadó Plandiure, etc., ya no proyecta la sombra de antaño. Su recambio cristalizó el pasado viernes en las caras más jóvenes de la cena privada celebrada en el Celler de Can Roca. Allí Felipe VI compartió mantel con Jaume Giró, Josep Oliu, Carlos Godó, Borja Prado, Sol Daurella o Carles Vilarrubí, entre otros. Estaban todos los que son. Y, junto a los citados, la comisión delegada del patronato Príncipe de Girona hablaba por sí sola.

El relevo en la clase dirigente consagra a día de hoy las caras que han poner nombre al reformismo sensato que desencadena el Derecho a Decidir, siempre que se quede a medio camino de la independencia. Ésta es la condición del Rey. Pero su desenlace queda aplazado hasta el día de la reunión secreta entre Felipe VI y Artur Mas. De momento, el último Borbón ha roto una lanza en favor de la lengua catalana. Lo hizo el viernes en Girona, pausada pero firmemente.

La Corona lanzó un mensaje al ministro Wert, vector del uniformismo descartado por Felipe. Como también, días antes, había enviado otro mensaje al moralismo endomingado de Ruíz Gallardón, al recibir en Zarzuela a la coordinadora de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales.

El nuevo Rey presenta ya un modus operandi absolutamente nuevo. La corona lanza andanadas en dirección a la recuperación del espacio público, que está siendo cercenado por un Gobierno conservador y pacato, capaz de retroceder decenas de años con una Ley del Aborto prehistórica.

La nueva Corona habla desde el aperturismo estético, en materia social y moral. Sin embargo, respecto a la cuestión territorial, los mensajes son más pautados; me atrevo a decir, más duros. Príncipe de Girona, señor de Balaguer o Conde Barcelona son blasones unidos a la tierra. Desdeñar la voz de los consistorios en base a que solo la Corona legitima los honores nobiliarios es un mal camino. ¿O tendrá razón aquel señor atrabiliario que rompió el silencio del auditorio con un ¡visca la terra!? Si el anónimo gritón y don Felipe reclaman lo mismo, el siguiente grito será: ¡viva la tierra!, ¡muera la inteligencia!