Antón Costas le recuerda a Carulla que es catalán

Antón Costas es gallego. Le toca dejar la presidencia del Círculo de Economía. En noviembre de este año llega la renovación de mandatos. A Costas le gusta ejercer su galleguidad. Es seguidor del Celta de Vigo, pero conoce a la perfección la sociedad catalana.

Es un miembro más –aunque un elemento destacado, economista empático e incisivo—de esa sociedad. Pero ejerce –y me perdonará la comparación—como uno de los miles de emprendedores asiáticos que han revolucionado la costa oeste de Estados Unidos.

Debemos explicarnos. El escritor y periodista Robert D. Kaplan es el autor de uno de los mejores libros sobre la evolución de Estados Unidos. En Viaje al futuro del imperio: la transformación de Norteamérica en el siglo XXI (Ediciones B, 2000), describe cómo en la costa oeste se ha reinventado el espíritu original de los pioneros, los que creen todavía que todo es posible, que se puede dinamizar la sociedad con esfuerzo y colaboraración.

Detalla que los estados de California, Oregón y Washington han liderado ese nuevo comienzo, pero gracias a la fuerza de los asiáticos, que han actuado como un revitalizante, recordando a la población blanca anglosajona lo que ellos fueron hacen muchos años. Es decir, les han despertado, para volver a ejercer de norteamericanos orgullosos y capaces. Las parejas mixtas proliferan en la costa oeste, aunque hay que admitir que, principalmente, es entre asiáticas y hombres blancos protestantes.

Ese espíritu, en cualquier caso, se ha producido en el Círculo de Economía, presidido en los últimos tres años por Antón Costas, que fue reconocido, con fuertes y largos aplausos en la clausura de las jornadas económicas de Sitges de este fin de semana.

Costas ha mantenido desencuentros, pero ha ganado una batalla interna que no tenía nada fácil. El pulso lo ha mantenido, aunque con la colaboración de otros miembros de la junta directiva, con Artur Carulla, el presidente de Agrolimen.

Carulla es catalán, orgulloso de sus raíces familiares en L’Espluga de Francolí. Los Carulla defendieron la lengua y la cultura catalanas cuando la mayoría de los empresarios catalanes trataron de adaptarse lo mejor posible al franquismo. Carulla ha abrazado en los últimos años el independentismo, con iniciativas periodísticas, impulsando el Diari Ara, entre otras iniciativas.

Pero ha ido cambiando. Tras la declaración del 9N en el Parlament de Cataluña, en la que se instaba a desobedecer al Tribunal Constitucional, Carulla mostró su total rechazo. Volvía a las tesis de Costas, de buscar acuerdos, de ejercer, de hecho, de catalán, de ser pragmático, de analizar las cosas con calma.

Costas conoce bien a esa burguesía que, al final, tampoco toma ninguna decisión. Que no presenta batalla, aunque discrepe totalmente de cómo evolucionan los hechos. Ni Carulla, o los empresarios más afines al independentismo, se han mojado directamente, ni los contrarios, los que se quejan en privado, y ofrecen algunos discursos en público, han buscado un camino alternativo y viable.

Por eso ha sido tan importante el mandato de Antón Costas, en unos años en los que el Govern de la Generalitat no quería saber nada del Círculo, en los que ha tratado de alzar una solitaria voz, explicando que el proyecto de Artur Mas no iba a ningún sitio, y recordando a hombres como Carulla que lo mejor era actuar como un catalán sabio. Vaya ironía.

Ha ido pasando el tiempo. Costas se va. Se va un gallego del Círculo de Economía, el bastión de la burguesía catalana, que ha influido en las reformas económicas de España desde los años 60, y que reúne un colectivo que define muy bien lo que es la sociedad catalana: prudencia, posibilismo, posiciones constructivas, y críticas argumentadas.

Costas le ha dicho a Carulla, con los hechos, y tras discusiones reales –ganó la batalla en la posición del Círculo antes de las elecciones del 27 de septiembre con un documento muy lúcido—que se acuerde de que es catalán. No está mal, desde su galleguidad.

El periodista Lluís Foix lo relata con gracia en Aquella porta giratòria (Destino), un magnífico fresco sobre La Vanguardia de los últimos 40 años. Al mencionar cómo los trabajadores de la rotativa defendían el convenio, y la propiedad acababa «cediendo un poco», Foix deja constancia de una máxima que ha sido buena, en general, para el conjunto de la sociedad catalana:

«Una de las leyes no escritas de los catalanes incluye los conceptos de ‘una mica’, ‘no gaire’, ‘sense soroll’ o ‘fer poca fressa'».

Aún se está a tiempo.