Anthony Smith, un sabio en Londres

Llevo ya una década yendo todos los años a Londres por estas fechas. Me convoca la reunión anual de la Asociación para el estudio de la etnicidad y el nacionalismo (ASEN, según las siglas en inglés), puesto que formo parte del comité asesor internacional de dicha asociación y de la revista Nations and Nationalism.

ASEN fue una iniciativa de algunos estudiantes del departamento de sociología de la London School of Economics and Political Sciences (LSE): Natividad Gutiérrez, Daniele Conversi, Athena Leoussi, Obi Igwara (ya desaparecida y en cuyo honor concede un premio para jóvenes investigadores), Alison Palmer y Laurel Jagroo. Corría el año 1990. Todos ellos se conocían del seminario sobre nacionalismo para posgraduados y habían coincidido en las clases de los profesores Anthony D. Smith, James Mayall, Percy Cohen y George Schöpflin.

Estos inquietos estudiantes, todos ellos hoy profesores en universidades repartidas por el mundo, pensaron que estaría bien organizar una reunión anual para debatir sobre el nacionalismo desde una perspectiva interdisciplinar.

El primer encuentro tuvo lugar en febrero de 1991 con la participación de los principales especialistas en la materia: los sociólogos Anthony D. Smith y Anthony Giddens, el filósofo y antropólogo Ernest Gellner (1925-1995), los historiadores Raymond Pearson y Eric Hobsbawm (1917-2012) y el politólogo John Keane. También estaba previsto que participase el sociólogo francés Alain Touraine pero finalmente no pudo asistir.

Con la premisa de que el marxismo había muerto como ideología transformadora y también como instrumento de interpretación omnicomprensivo, el debate que se propuso versó sobre la fuerza del nacionalismo como forma de identificación e incluso de transformación de la realidad social.

El debate se convirtió en un órdago mayúsculo, aunque se mantuvo en los límites que requiere la discusión académica. El irlandés Fred Halliday (1946-2010), entonces aún profesor en la LSE antes de trasladarse a Barcelona, donde murió, y Hobsbawm, máximo representante de la historiografía marxista británica, defendieron vehementemente lo contrario. Éste último abandonó un poco airado la sesión.

Con el paso del tiempo y con las muchas sesiones académicas que se organizaron, las tesis de los académicos no marxistas que compartían docencia en la famosa escuela de negocios de Londres, Gellner y Smith, fueron imponiéndose entre los miembros de ASEN, aunque entre ellos también existieran discrepancias muy profundas sobre los orígenes del nacionalismo y su expansión en el mundo.

Sintetizar las discrepancias entre Gellner y Smith no es nada fácil. Digamos que el primero encabezaba el grupo de los llamados modernistas, o lo que es lo mismo, los académicos que como Hobsbawm, Terence Ranger y él mismo creían que el nacimiento de las naciones es resultado –o un «invento», según a quien se lea– de los tiempos de la sociedad industrial, mientras que Smith desarrolló una de las teorías interpretativas más originales y sugerentes sobre el nacimiento y desarrollo del nacionalismo: el etnosimbolismo.

La teoría etnosimbolista es una especie de híbrido entre el modernismo de Gellner y el primordialismo (o perennalismo), que durante años fue la corriente interpretativa dominante formulada por Hans Kohn en 1944, y que se resume en la idea de que la etnicidad y la nacionalidad son meras agrupaciones formadas sobre la base «nosotros/ellos» y que pueden producirse de forma voluntaria, o sea libremente, u orgánica, por lo tanto predeterminada por el nacimiento. La diferenciación entre estos dos tipos de nacionalismo fue sin embargo superada por los debates posteriores.

Smith echaba en falta algo que ni Kohn ni Gellner conseguían explicar: la existencia del nacionalismo en las sociedades no industriales y el resurgimiento del nacionalismo en las sociedades post-industriales. Smith planteó un problema que todavía se discute: la antigüedad del concepto de nación y la naturaleza del sentimiento nacional, así como la continuidad histórica de naciones concretas. Su discurso no era sólo sociológico, sino que tenía mucho de historiográfico puesto que se sostenía en la observación de los símbolos, las memorias, las tradiciones, la etnicidad y la historia.

Smith, quien a la muerte de Gellner le sustituyó al frente del departamento de sociología de la LSE, fue convirtiéndose en el factótum de ASEN. Año tras año, libro a libro, congreso a congreso, la fuerza y el impacto de las teorías de Smith han ido creciendo. Las dos revistas que promueve ASEN, la ya citada Nations and Nationalism, que es la que tiene más prestigio y difusión, y Studies of Enthnicity and Nationalism, que sirve para que los jóvenes investigadores se fogueen, son imprescindibles para quien quiera estar al día de lo que se cuece en este ámbito.

Este año se cumple el 20 aniversario de la creación Nations and Nationalism, y este año, precisamente, Anthony Smith ha decidido retirarse, cumplidos ya los 75 y con la salud muy mermada, como editor en jefe.

Le van a suceder otros dos grandes académicos, John Breuilly, quien ya le sustituyó al frente de ASEN hace algún tiempo, y el siempre prudente John Hutchinson, ambos profesores en LSE. Con ellos dos trabajará, también, el joven Eric Kaufmann, profesor en el Birkbeck College de la Universidad de Londres.

¿Por qué les cuento esto? Pues porque estaría bien que la mayoría de articulistas españoles leyesen atentamente la literatura académica antes de posicionarse a favor o en contra del nacionalismo. En la LSE no sólo trabajan economistas a los que puede recurrir el partido de Albert Rivera para encargarle la parte económica del programa electoral.

En la vieja escuela de negocios que crearon los fabianos en 1895 (por ese motivo la biblioteca de la escuela lleva el nombre de George Bernard Shaw), Rivera también hubiese podido matizar su fervor patriótico consultando a tan distinguidos profesores. Allí se estudia este fenómeno social con tiento y con mucha ciencia. Como aprendí de Smith, un sabio que no esconde su judaísmo (como tampoco lo escondieron nunca ni Kohn ni Gellner ni Hobsbawm), la exaltación o el disgusto frente al nacionalismo no explica nada. Al contrario, impide que podamos entender por qué la identidad nacional resulta mucho más fuerte que las adscripciones de clase o ideológicas.

«Guademos igitur […] / Vivat Academia,/ vivant professores […] Crescat una veritas […]«, reza el himno universal universitario. Da gusto poder discutir entre académicos, por lo menos durante unos días, sobre lo que pasa realmente en el mundo sin que por ello te acusen de estar al servicio del mal.