Aníbal es populista y vuelve a Italia
#oratoccaanoi! tuiteaba a las 8.43h del 9 de noviembre el líder de la Liga Norte italiana, Matteo Salvini. Era un grito de entusiasmo – »Ahora nos toca a nosotros!»—ilustrado con su foto, sonriente, junto a Donald Trump el pasado abril en Philadelphia. Al lado, otra foto, esta de Matteo Renzi con Barack Obama en su reciente vista de Estado a Washington. La primera, en color; la segunda, en un subliminal blanco y negro.
Salvini no hablaba de un indeterminado ‘domani’, sino del 4 de diciembre, fecha del referéndum sobre la reforma constitucional con la que Renzi quiere eliminar el ‘bicameralismo perfecto’ que paraliza la vida institucional romana. Y en el que ha empeñado su futuro político. Ese mismo día, Austria repite las presidenciales anuladas en mayo que ganó el ‘verde’ Alexander Van der Bellen. Ahora, en cambio, los vientos favorecen a Norbert Hofer. Si venciera, se convertiría en el primer jefe de Estado ultraderechista de la Unión Europea.
El tornado americano se ha sumando a la borrasca eurófoba de junio en el Reino Unido para formar una ciclogénesis explosiva nacional-populista. Un temporal que se acerca a los mismos pasos transalpinos que usó Aníbal hace 22 siglos. El Brexit y el ‘evento Trump’ alertan de un asalto al Orden Europeo tan amenazador como los elefantes con que el caudillo cartaginés desafió a la República romana en la antigüedad.
Quien más remueve hoy la esclerótica vida política italiana es el Movimiento Cinco Estrellas. Su Iuppiter Fulgurator es el iconoclasta y faltón Beppe Grillo. Como Trump, ha lanzdo una causa general contra la ‘partitocrazia’ y la oficia con un brutalismo ‘terrone’ condensado en su «Vaffanculo!» (¡A tomar por culo!). Grillo y Salvini ya no son marginales. Cinque Stelle ganó el 25% del voto en las últimas legislativas y es la tercera fuerza detrás de la coalición gobernante y del conglomerado popular-conservador formado alrededor de los restos del ‘berlusconismo’, en el que anida la Liga.
Si Renzi fracasa, tendrá que decidir si honra su promesa de dimitir y convocar elecciones. La audacia y la oportunidad –fue nombrado, no elegido para el cargo— le hicieron primer ministro. Pero ahora le pueden descabalgar. Si pierde la consulta, quedará por ver si cumple su compromiso. En Italia todo —incluso la palabra— es relativo, fluido, mutable…
Austria (por el simbolismo de su historia) e Italia (altar fundacional de la UE) serán claves ante los cruciales comicios del 2017: Holanda, Francia y Alemania. Dos nuevos triunfos anti ‘establishment’ en lo que resta de año serían pura anfetamina para Gert Wilders, Marine Le Pen y la nueva estrella ultra alemana, Frauke Petri (a quien ya llaman ‘Adolfina’ o ‘die Führerin’). Los tres, al frente de sus pujantes fuerzas nacionalistas, ultraconservadoras y xenófobas, determinarán en las urnas si el brote populista progresa o se frena.
El 4 de diciembre será, por tanto, una prueba de estrés de los principales parámetros de la UE: cohesión, voluntad política y capacidad de respuesta institucional. Si fracasa el referéndum italiano, el impacto sobre el euro sería inmediato. Después del Brexit y Trump, la caída de Renzi debilitaría aún más a la Unión, justo cuando por fin comienza a relajarse el dogma de la austeridad que tanta desafección ha causado.
La posibilidad de un ‘cisne negro’ –un eventual gobierno populista— ya no es inverosímil. Si ocurriera, su efecto sería devastador para la unión monetaria. La crisis de Grecia (2% del PIB) ya sacudió los cimientos del euro en 2010. La economía Italia es ocho veces más grande (17% de PIB-euro) por lo que abocaría a una casi inevitable disolución de la Eurozona.
La característica más determinante del nuevo tiempo es el resurgimiento de los sentimientos de singularidad nacional, en detrimento del multilateralismo y la cooperación en comercio, política y seguridad internacionales. Su expresión más asertiva es la Rusia de Putin. La opuesta, pero igualmente nacionalista, es la idea de América de Donald Trump, cuya simplicidad y trazos gruesos le han valido la presidencia.
El reflejo natural del actual Partido Republicano, el más conservador desde los tiempos de Barry Goldwater, es el aislacionismo, una querencia que se repite en América en periodos en los que el ve el mundo con demasiados problemas. No es extraño, pues, que Trump diga que «va siendo hora» que los demás se las arreglen sin EE.UU.
El fiasco de Irak, la crisis financiera y la Gran Recesión han terminado de refutar a Francis Fukuyama. El derrumbe de la URSS y la fallida extensión global de la democracia liberal no fueron el ‘final de la Historia’. Quienes hace 15 años denostaban a los neocons que rodeaban a George W. Bush, jamás imaginaron que llegarían a echarles de menos por comparación con el extremismo conservador y la explosión neopopulista.
El influyente digital ‘Político’ publicó hace poco una lista de potenciales ‘momentos Trump’ en 2017 que pueden cambiar el signo de los gobiernos de Holanda y Francia y condicionar el papel que le aguarda a Alemania como guía demoliberal de la UE y Occidente.
Marine Le Pen saludó la victoria del ‘trumpismo’ precisamente como el amanecer del ‘Nuevo Orden Mundial’ que anunció el Brexit. Quiere llegar al Palacio del Elíseo y desde allí, lograr el Frexit y restaurar la ‘grandeur’ francesa dilapidada por las élites, la izquierda y la inmigración. Es probable que, el 23 de abril, pase a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, pero dudoso que venza en la ronda final. Igual que ocurrió con su padre en 2002, tendría que superar el voto ‘con la nariz tapada’ del resto del electorado.
En Alemania, al desgaste de Angela Merkel por su política de inmigración y refugiados, ha aflorado corrientes latentes que exceden a los tradicionales grupos filonazis. Alternativa por Alemania (AfD) ha tenido éxito con su adaptación al ‘ethos’ luterano del nacional-populismo. Las elecciones del 28 de agosto no provocarán un ‘cambio de régimen’ en Berlín. Pero la previsible presencia en el Bundestag de la extrañamente carismática frau Dr. Petri obligará a Merkel, si decide concurrir, a virar su discurso hacia la política interna ante el ascenso populista.
El 27 de septiembre en Cataluña también figura la lista de momentos-Trump de ‘Político’. Pese a su explícita profesión europeísta, el ‘procés’ encontrará que la UE no alentará –por acción u omisión— nada que añada problemas ante el asalto populista. En este nuevo ambiente, el curioso video de Artur Mas relacionando la victoria de Trump con el anhelo soberanista resulta particularmente sorprendente. Su proclamación («lo que parecía imposible que se hace posible») sugiere que el ex president no detecta el cambio de la ‘meteo’ europea.
Irónicamente, el líder más reforzado por los últimos acontecimientos es Mariano Rajoy. Será suerte, clarividencia o paciencia, pero se ha convertido en el alumno aventajado de la Unión. Rajoy vuelve a Europa revalidado, alardeando de cifras macroeconómicas y sin evidencias de que el descontento haya fomentado de manera alarmante la xenofobia y el anti-europeísmo. Pero su asignatura pendiente es Cataluña, algo que, sin duda, le recordarán en Bruselas.
Y es que urgen hechos que la ciudadanía perciba en sus vidas diarias para rebatir las promesas de populismo. La intención de la Comisión de destinar un 0,5% del PIB de la Eurozona (unos 50.000 millones de euros) a medidas de estímulo no es el final de la austeridad. Pero, como dijo Churchill, quizá sea el principio del final.
La principal lección de 2016 es que la entropía y su más prosaica pariente, la Ley de Murphy, siguen vigentes. Lo que pudo ir mal ha ido muy mal este año. Y a la vista del calendario de momentos Trump para el que viene, todo es susceptible de empeorar. Repetir las mismas políticas y esperar un resultado diferente –ya se sabe—es la definición de la estupidez.