Andorra, una vergüenza

Hay suficientes elementos para derivar que lo que pasa en el sistema financiero andorrano es una vergüenza. No entraré, aunque sería posible, en cómo se gastan el dinero de los clientes en mejorar su imagen. Podrían hacerlo en mejorar la retribución de su ahorro o en suprimir comisiones y gastos innecesarios, pero los banqueros andorranos, sin excepción, prefieren mantener su imagen a resguardo de lo que opina la comunidad financiera internacional.

Hay algunos elementos a considerar: ayer, los miembros del consejo de administración de BPA establecieron acciones legales contra el Instituto Nacional Andorrano de Finanzas (Inaf). Los dos hermanos Cierco (Higini y Ramon); el consejero delegado encarcelado, Joan Pau Miquel; y el independiente catalán Frederic Borràs han denunciado al Inaf por haberlos destituido. ¡Alucinante! Dicho de otra manera, los responsables de lo acontecido son capaces de revolverse contra la autoridad financiera del pequeño país y decirle que se ha equivocado y que ellos, en cambio, estaban en posesión de la verdad (y quizá del botín obtenido con malas prácticas). Al menos así lo han visto los estadounidenses.

Pero los afectados no son los únicos que muestran escasa vergüenza. También el gobierno andorrano, recién salido de las elecciones debería dar explicaciones serias, razonamientos que fueran más allá de la práctica aldeana que rodea la política andorrana. Existen serios indicios de que las elecciones fueron adelantadas porque habían sospechas de que Estados Unidos iba a poner en tela de juicio el sistema financiero del Principado. Si eso no es así, Antoni Martí, el ganador y virtual jefe del gobierno del país, debería explicarse.

Martí tiene la suerte de gobernar un país en el que la democracia es incipiente y poco tradicional. Por eso mismo, como recordaba un artículo de opinión publicado en un medio del país vecino, la posición de su gobierno está en entredicho.

Mientras Andorra no dé explicaciones convincentes sobre cómo ha mantenido un sistema financiero descontrolado, una actitud regulatoria digna de una república bananera y unas instituciones de cartón piedra, lo del país pirenaico es de vergüenza. Empezando por las presiones que ejercen para mejorar su imagen y siguiendo por su presunta buena voluntad de asimilarse en términos financieros y políticos a sus vecinos occidentales.