Andorra es Narnia

Andorra es como Narnia: ilusa, paralela y controlada por las estirpes. También nieva. Igual que en el pequeño país imaginario, surgido de la esquizofrénica aunque brillante mente de C.S. Lewis, las preocupaciones de quienes habitan allí solían ser más prosaicas que la mera intervención de un banco ¡Háyase visto semejante osadía! Por ejemplo, en el Principado están entusiasmados con que llegue la vuelta ciclista a España. De modo que han ordenado obras en las carreteras secundarias 314 y 240 para que los velocistas no se estampen en las curvas. Son anfitriones muy corteses.

Si no fuera por los malvados clanes familiares, la gente sería feliz. Esperaría sin alteraciones la llegada del pelotón, aplaudiría y volvería a casa. Los Cierco, que andan haciéndose las víctimas por Madrid, han privado del sosiego que merecen decenas de familias. Los 270 empleados de Banca Privada de Andorra (BPA) y sus clientes no entienden por qué si el problema es que cuatro tipejos se han llenado los bolsillos (presuntamente) gracias a la mafia a cambio de vehicular sus fondos, ahora tengan ellos temores laborales y problemas para acceder a sus cuentas.

«Que los metan en la cárcel y me devuelvan el dinero», clamaba un depositante en la anestesiada televisión andorrana. Y ésa sería la solución si aquel país no estuviera cada vez más incrustado en un mundo global. Andorra es un concepto iluso y novecentista, como la obra de Lewis. La simple emisión de un comunicado de Estados Unidos provocó que a BPA se le cierren todos los grifos de liquidez. No hay ningún banco en el mundo que disponga de la caja suficiente como para reembolsar el dinero a todos sus clientes a la vez.

Se dejan euros los unos a los otros; pero la trazabilidad de esos fondos tiene que ser, sobre todo, transparente. Es poco edificante para los ahorradores pero banca privada, fraude y blanqueo, aunque son elementos que se mezclan frecuentemente, no tienen nada que ver entre ellos. Los banqueros prácticos, haberlos haylos, suelen huir del dinero opaco por puro temor: viven de poner en valor los saldos que se han amasado lícitamente.

Cuando quieren utilizar los mismos resortes para camuflar la financiación de los criminales, se empuja al borde del abismo a la entidad que los ampara, si te pillan. Joan Pau Miquel Prats hizo lo que hizo porque se creía en Narnia, es decir en un país paralelo y aislado. ‘Meto estos maletines aquí, cierro la bodega y nadie se entera’, debió pensar. Ese estado de opinión se ha inoculado a la sociedad pirenaica durante décadas. La tozuda realidad es que ahora Andorra está purgando sus pecados por observar holgazanamente la evasión fiscal y el blanqueo desde su propio territorio. Lo pagan quienes no deberían: clientes y trabajadores y ello es injusto.

Las consecuencias de la permisividad no sólo se ceban con quien no debería, sino que anima al sálvese quien pueda. Mientras los delincuentes muevan sus capitales libremente, y políticos, como los Pujol, y empresarios oculten sin más fortunas al fisco allí (o en Suiza, o en las islas del canal), será extremadamente complicado combatir la economía sumergida. Por no hablar de la delictiva.

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