Andalucía vs. Cataluña: gobernar será ahora diferente
En el padrón de habitantes de Cataluña de 2014 puede constatarse que, de los 7,5 millones de ciudadanos residentes en la autonomía, el 8,22% habían nacido en Andalucía. Eran, a finales del pasado año, justo 618.341 personas.
Si se contabiliza la descendencia que esos emigrantes económicos de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado han tenido en su nuevo lugar de residencia, la cifra de catalanes sensibles e interesados por lo que sucede en su tierra natal o donde se entierran sus raíces puede ser casi el doble.
Un estudio de la revista Andalucía en la Historia publicado en 2010 señalaba que en Cataluña residía un colectivo de 1,1 millones de personas vinculadas por nacimiento u origen familiar con la sureña comunidad.
Las elecciones andaluzas, en consecuencia, no son algo irrelevante para la comunidad catalana. No lo son en términos de tendencia política, pero tampoco lo son sentimentalmente hablando para muchos de los catalanes de adopción del último cuarto de siglo. Por más que algunos se empeñen, la trama de afectos españoles sigue generacionalmente demasiado viva como para olvidarla por completo.
Hay quien sostiene la tesis de que cuando los oriundos de Andalucía que votan en Cataluña han acudido de forma masiva a las urnas el PSOE ha obtenido los mejores resultados en las elecciones al Congreso de los Diputados. Incluso se afirma algo inverso: Jordi Pujol y el nacionalismo catalán lograron en los 80 la mayoría suficiente porque ese mismo colectivo desertó de las urnas en tanto que consideraba las elecciones autonómicas catalanas unos comicios que no apelaban ni a sus verdaderos intereses ni a sus sentimientos interiores. Los sociólogos tienen en cuenta esas variables, aunque algunos políticos las califican de etnicistas por razones de obvio interés electoral.
Los socialistas catalanes, sin embargo, han perdido una parte de ese apoyo del área metropolitana de Barcelona si se tiene en cuenta la demoscopia. Las piruetas del PSC con sus liderazgos y ambigüedades sobre la cuestión clave del nacionalismo le han hecho perder ese apoyo tradicional. Respaldo que sí han conservado en Andalucía pese a lo que erosiona el ejercicio del poder y todas las acusaciones de corrupción que el caso de los ERE ha hecho sobrevolar sobre ellos.
La irrupción de Podemos en las elecciones autonómicas catalanas tendrá una importancia real. Ahora bien, como ha demostrado Andalucía, tampoco de los niveles que se sospechaba, sino algo más matizados y a costa, fundamentalmente, de PSC e IU, de la izquierda clásica que ellos niegan. Ese efecto no llegará aún en las próximas municipales, salvo, quizá, en la capital catalana. Otro tanto sucederá con Ciudadanos, que no es un agente político nuevo y que la corriente general que le aúpa también puede llevarle a mejorar de forma considerable sus resultados.
Andalucía nos enseña que, pese a no haberse quebrado el bipartidismo al nivel que se esperaba, la fragmentación de la opinión política es ya una tendencia general imparable. En el País Vasco, en parte, y en Cataluña, de manera más evidente, esa atomización de los partidos ya existía. La corriente andaluza nos permite pensar que lo que sucederá de manera muy probable en el Parlament de Cataluña es que se acentúe bastante más. Algunos lo llaman una segunda transición. Lo que es obvio es que nada será igual y que gobernar, a partir de ahora, será diferente.