Andalucía inaugura oficialmente el frentismo

La degradación del discurso público en España, la desconfianza en las instituciones y el irresuelto conflicto catalán han dado alas a Vox

Se abren días de conmoción política inusitada tras las elecciones andaluzas y la irrupción con doce escaños de Vox en el parlamento situado en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla.

De la trascendencia –y gravedad— del resultado electoral dio cuenta la expresión, el tono y las palabras de Susana Díaz a las 11.03 de la noche del domingo. Lejos de su habitual suficiencia, la lideresa andaluza reconocía las proporciones del retroceso socialista: 14 escaños menos que en 2015; el peor resultado de su historia.

Susana Díaz llamó a hacer ‘un cordón sanitario’ contra Vox

Lejos de caer en la vieja cantinela de “seguimos siendo la fuerza más votada”, su mensaje se centró en un llamamiento “a los demás partidos constitucionalistas” para evitar que la extrema derecha se convierta en la llave del poder.

El llamamiento de Díaz caerá en oídos sordos. Miles de cargos de confianza en el sistema capilar de la Junta de Andalucía han entrado en estado de shock al entrever el final de su modo de vida.

El único asunto en que han coincidido con entusiasmo todos los cabezas de cartel, salvo Díaz, es la necesidad de desalojar al PSOE del poder tras 40 años de gobierno en la comunidad más grande y poblada de España.

Tanto el candidato de Ciudadanos como el del PP ya han anunciado que optarán a presidir la Junta de Andalucía

Al candidato popular, Juanma Moreno, le faltó el tiempo para anunciar que optará a la presidencia de la Junta, algo que solo es posible con el apoyo de Ciudadanos y Vox. Por si quedaba alguna duda, su jefe nacional, Pablo Casado, razonaba poco después desde Madrid que el resultado electoral (una pérdida de siete escaños) es en realidad una victoria: solo el PP, afirma, puede aglutinar todo lo que hay a la derecha del PSOE… lo que incluye a Vox.

Ciudadanos también anuncia que optará a la Junta con su candidato Juan Marin. Albert Rivera, el hombre más feliz del mundo el domingo por la noche, se enfrenta ahora al dilema de retratarse definitivamente en función de si acepta o no entrar en una combinación política que incluya a Vox. Un frente de derechas, para llamarlo de otro modo.

Tras los resultados de ayer, Pablo Iglesias decidió llamar a rebato

Quizá por ello insinuó que otra solución sería posible –una Junta que apoyada por PP, PSOE y Ciudadanos sin el concurso de Vox—pero la idea se antoja más como una ocurrencia que una oferta seria.

Podemos siempre ha tenido cierta inclinación por la iconografía de los años treinta del siglo pasado. No es extraño, por tanto, que en la sede de Adelante Andalucía (Podemos e IU), lo que había de ser una fiesta para celebrar el esperado ascenso de la enérgica Teresa Rodríguez (que en la práctica se tradujo en un retroceso de tres escaños) se convirtió en un conjuro colectivo al son del de “¡no pasarán!”.

El resultado andaluz le pareció tan grave a Pablo Iglesias que flanqueado por Alberto Garzón, –una figura otrora prometedora convertida en irrelevante por el afán centralizador de Podemos—, decidió llamar a rebato y pedir “una alianza de todos los trabajadores, estudiantes, asociaciones y colectivos progresistas del país”, junto los partidos que votaron la moción de censura de mayo, para detener el avance de la extrema derecha “en la calle y en las instituciones”.

Al anunciar su ‘alerta antifascista’, Iglesias omitió el término frente prefiriendo hablar de “dique de contención”. El que sí habló de frentes, un término de resonancias históricas particularmente relevantes en un país que nunca ha querido olvidar los bandos de su Guerra Civil, fue el secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos al prometer que el su partido encabezará «el frente de la democracia y la batalla frente al miedo».

El presidente de Vox, Santiago Abascal, en un mitin en Barcelona. EFE

¿Por qué ha subido Vox?

Deberíamos analizar cómo un partido hasta ahora marginal ha conseguido captar la confianza de casi 400.000 andaluces

Tras meses de gritar “¡que viene el lobo!” , el lobo ha llegado y la primera pregunta que se hace el establishment político español es cómo tratarlo. ¿Se le abre la puerta –a fin de cuentas, en la primera ocasión que se ha contado ha sumado cerca de 400.000 votantes— o se presenta una resistencia sin tregua ni cuartel.

La pregunta relevante, sin embargo, es qué ha llevado a un grupo hasta ahora marginal a captar la confianza de centenares de miles de andaluces. Y a anunciar que hará lo mismo en los comicios locales, autonómicos y, quizá, generales de 2019.

¿Por qué ha sucedido el auge de Vox?

Una parte de la explicación se encuentra en los mismos mecanismos que alimentan el auge del populismo de ultra derecha en otros países europeos: xenofobia, rechazo a las élites y a la política convencional, un conservadurismo primario, ramplón y basado en miedo a todo lo que amenaza unos indefinidos “valores tradicionales”.

Pero sus raíces profundas son más autóctonas que lo que propugnan los teóricos del movimiento Alt Right mundial como Steve Bannon: la degradación del discurso público en España; la desconfianza en las instituciones; la profesionalización de la política que encarnan personajes como Susana Díaz y 40 años de gobierno socialista ininterrumpido en una comunidad con la población de Suiza.

Además, hay que sumar la irresuelta –y quizá irresoluble—cuestión territorial que lleva a que Santiago Abascal, el líder de Vox, a mencionar a Cataluña como un elemento central de su victoria en su discurso de la noche del domingo.

La polarización de la política

En los últimos años, la política institucional se ha alejado cada vez más de las preocupaciones de los ciudadanos. La brecha entre una y las otras ha dejado un campo abierto a quienes ofrecen soluciones sencillas, emocionales y radicales.

El rechazo a los efectos de la crisis económica iniciada en 2008 sentó las bases para la explosión de descontento que representó el 15-M de 2011. Cataluña, el descrédito de los partidos, la debilidad de la democracia representativa y, por supuesto, el ejemplo de Italia, Francia y ese faro llamado Donald Trump, han dado un cauce ahora a un descontento similar aunque se naturaleza opuesta.

Más polarización es lo último que necesita la política española, pero es lo que le espera tras la convulsión desatada el domingo en las urnas andaluzas.

Quien conozca la historia de este país debería experimentar un escalofrío al oír la palabra frente. Tenemos por delate una larga tiritona.